Si el debate sobre el fango informativo que contamina nuestro sistema político lo hubiera planteado el Defensor del Pueblo o el papa de Roma, nadie les habría hecho caso, apresurándose todos a arrumbar la iniciativa en el cajón de sastre de la candidez y el buenismo. Al haberlo planteado el taimado Pedro Sánchez, se trata, cómo no, del primer paso de una estrategia dirigida a maniatar a los periodistas y sojuzgar a los jueces cuyo trabajo ejemplar incomoda al poder.

Durante los cinco días de abril en que Pedro Sánchez se comportó como un buen marido pero un mal presidente nadie sabía en qué diablos iba a acabar todo aquello. Como se sabe, acabó bien para la izquierda pero mal e incluso muy mal para la derecha, como quedó de manifiesto en el discurso, cargado de animosidad y resentimiento, que el antaño comedido Alberto Núñez Feijóo pronunció el mismo lunes 29 de abril tras anunciar Sánchez que seguiría en el cargo de presidente del Gobierno de España. 

Quo vadis, Alfonso?

Sánchez es, hoy por hoy y con diferencia, el político que más ‘fake news’ ha generado sobre su persona. Cualquier psicólogo demostraría que no existe un mentiroso, un autócrata y un narcisista, todo en el mismo paquete, tan pluscuamperfecto como las derechas y Alfonso Guerra aseguran que es Pedro Sánchez. No lo creen capaz de ninguna acción no ya buena sino ni siquiera regular. Todo en él es cálculo, cinismo, farsa. Se han especializado en negar a Pedro y, mientras siga en el poder, jamás renegarán de su negacionismo, que es, como se sabe, una fe que se cree ciencia y cuyo juego favorito es señalar acusatoriamente como fe a toda ciencia: la historia, la astronomía, la medicina y, por supuesto, el periodismo, que cuando es bueno tiene la calidad propia de las ciencias.

A los políticos les pasa como a esos grandes escritores que se enteran del verdadero significado de sus novelas leyendo las reseñas que los críticos escriben sobre ellas. Las más de las veces, con nuestros comentarios los periodistas hacemos a los políticos más listos y más malvados de lo que son, algo que ellos rara vez desmienten: sería de tontos hacerle ver a alguien que eres mucho menos listo o menos malo de lo que él cree.

El caso de Sánchez es, aun así, bastante extremo, como lo fueron, por cierto, los de Felipe González en los 90 o José María Aznar en los primeros 2000, tras empotrar éste a España en el trío de las Azores y, más tarde, tras urdir las mentiras del 11-M. El feroz retrato que la derecha hizo del uno y la izquierda del otro era delirante, esperpéntico, literalmente inhumano. 

La función de abril

Los cronistas más dotados han titulado ‘Cinco días de abril’ la pieza interpretada por Sánchez entre el 24 y el 28 del mes pasado. Hay división de opiniones en el respetable sobre la calidad de la obra y el mérito del intérprete solitario y guionista único de la misma. Hay discrepancias incluso sobre el género de la pieza: para unos, autobiografía descarnada y sincera; para otros, pura autoficción plagada de trucos y fullerías. La función ofrecida por el presidente podría reseñarse así: vibrante primer acto, angustioso segundo acto y decepcionante tercer acto. En otros términos: original planteamiento y bien trabado nudo pero anodino desenlace

Sea como fuere, lo principal de la obra era el mensaje según el cual en nuestro sistema político está operando impunemente una poderosa máquina del fango informativo que es urgente desactivar. El presidente se compromete a ello. SuperPedro contra el Dr. Fango. La derecha, en todo caso, no se ha tomado en serio el compromiso de Sánchez: es natural, dado que la principal beneficiaria es ella y que los más audaces y exitosos narradores de la Internacional del Fango militan en ella.

Una guerra perdida

La planteada por Sánchez es, muy probablemente, una guerra perdida, y no porque sea difícil identificar a los pseudomedios que inventan bulos, sino porque los medios conservadores serios jamás se sumarán a sus homólogos progresistas para combatir conjuntamente unas mentiras que, mayoritariamente, son consumidas por un público conservador y objetivamente favorecen a las formaciones políticas derechistas. 

Baste recordar que los políticos y periodistas que idearon y pusieron en circulación las mentiras sobre el 11-M siguen en primera línea y con su prestigio intacto entre los parroquianos derechistas: Príncipes del Embuste coronados por la plebe y la nobleza como Reyes de la Exactitud. Arando con tales bueyes no es probable las semillas de la verdad que se propone sembrar SuperPedro fructifiquen.