La vida va muy deprisa. Los acontecimientos nos desbordan y tenemos poco tiempo para pararnos a reflexionar. Pensar, ese verbo que últimamente se conjuga tan poco, es la clave de por qué algunas culturas, como la griega, crecieron en civilización y grandeza. La guerra pone en cuestión todo esto, la civilización occidental, con su argumentario irracional de muertes, sangre, violaciones y bombas. Lo tenemos muy cerca, en Ucrania, invadida, asolada por las hordas anacrónicas del genocida Putin, que pretende resucitar el cadáver de la vieja gloria soviética construida también sobre centenares de miles de muertos. Por eso este año, Eurovisión ha lanzado un mensaje contra la guerra, un mensaje de respeto por la cultura, el talento y la solidaridad desde Turín, premiando a la delegación ucraniana, que necesitó una exención para poder viajar y concursar debido a que los varones mayores de 18 años tienen la obligatoriedad de combatir. El grupo Kalush Orchestra consiguió el primer puesto y el micrófono de cristal, con la canción “Stefanía”, un tema sobre las madres ucranianas. El televoto europeo la aupó hasta el primer lugar, lanzando un mensaje claro contra la invasión de Putin.

Miremos ahora, a cámara lenta (SLOMO) otro de los acontecimientos de la noche. A sólo siete puntos de la canción de Reino Unido, el tema “Space man”, del cantante Sam Ryder, en tercer lugar, ha quedado la española Chanel Terrero. No vamos a obviar que el intérprete inglés tiene una voz prodigiosa, que suena demasiado a otras voces ya oídas, y que partía como favorito, con una canción perfectamente olvidable. También es cierto que, sin el efecto Ucrania, es muy probable que la canción y la interpretación española se hubiera hecho con el primer lugar dado a que el televoto le daba a España más de 100 puntos de ventaja sobre el intérprete inglés. Los históricos doce puntos, otorgados por ocho de los países -nunca había sucedido a España-, también hablan alto y claro. Este triunfo histórico de Chanel, sin haber sido la ganadora real, pero sí la moral, de Eurovisión de este año en condiciones de guerra en Europa, ha sido un guantazo sin mano a muchos, pero también el reconocimiento al esfuerzo, al tesón, al talento, a los artistas españoles que ella simboliza, y a una vida de sacrificio que no se pone en valor habitualmente. Por eso no quiero dejar de nombrar a sus bailarines, Exo Narcos, Pol Soto, Raquel Caurin, Ria Pérez y Josh Huerta, y el coreógrafo Kyle Hanagami. Su triunfo es el triunfo de los artistas españoles que se dejan la vida, literalmente, con horas de esfuerzo y dedicación, de un trabajo en el que el brillo, la sonrisa, oculta el sufrimiento, la precariedad laboral y la falta de reconocimiento de un país cuyo capital en talento es incalculable. España debe empezar a cuidar y reconocer este talento, a protegerlo, con leyes, como se hace en otros países civilizados. Años llevamos oyendo hablar del “Estatuto del artista” o del “creador”, de las “leyes de mecenazgo”, que no se acaban de concretar nunca. En países como Suecia o Noruega, los creadores reciben un tratamiento especial, incluso se cubren gastos y se pensionan, ante las oscilaciones laborales, mucho más durante la pandemia y sus consecuencias. El boom, por ejemplo, de la novela negra nórdica, es fruto de leyes que protegen a los creadores mientras que, en nuestro país, la mayoría, incluso nombres emblemáticos, viven la angustia de la precariedad vital y laboral, acaban sus días de forma miserable, cuando han sido y siguen siendo la verdadera “Marca España”. Lo que ha hecho con millones de espectadores Chanel Terreros es poner en valor todo eso. Hacer que parezca fácil lo que es casi imposible. Técnicamente, tal vez pase desapercibido el virtuosismo de esta intérprete, forjada en musicales y años de preparación y esfuerzo. Mantener las notas y la voz al más alto nivel mientras realiza un cambré, que coloca el diafragma en posiciones imposibles, es un prodigio que algunas de las divas de la música serían incapaces de hacer a menos que recurrieran al playback. Chanel, que tuvo que aguantar el maltrato de los “haters”, a los odiadores profesionales de las redes sociales, y a algunos de los comentarios xenófobos de los que decían que era “una extranjera” por haber nacido en Cuba, ha dado un bofetón sin manos con talento, arte, y una gran sonrisa. Qué curioso que los que se envuelven en la bandera de España la señalaran por haber nacido en Cuba, “la Bienamada” como se llamó siempre a su isla, hermanos y compatriotas de siempre; a una niña que se vino infante y se hizo mujer talentosa, dándole brillo al nombre y a la cultura de nuestro país.  No voy a decir que ha nacido una estrella, porque Chanel ya lo era, sólo lo ha evidenciado. Sí voy a decir que, su ejemplo, es un ejemplo de que cuando el ser humano se esfuerza, se sacrifica, pone su talento al servicio de los demás, consigue proezas y brillo insospechado. Fue Antoine de Saint-Exupery, autor de “El Principito” el que escribió que, “si queremos un mundo de paz y de justicia, hay que poner, decididamente, la inteligencia, al servicio del amor”. Eso es lo que nos hace falta frente a discursos de odio y de ruptura, de guerra y de violencia: poner a la inteligencia al servicio del amor, y nada mejor que el talento y el arte, para conseguirlo. Por esa razón, gracias, gracias, gracias, Chanel Terreros.