El pasado jueves el Banco Central Europeo dio la sorpresa subiendo los tipos de interés el 0,5%, primero decisión de alza de rentabilidades en once años, y mayor incremento en 22 años, para los que gusten de la estadística. Europa pone fin así a los tipos negativos por los que los endeudados vivían felizmente estos tiempos de dinero gratis, mientras los ahorradores o se iban a la Bolsa (o asumir otros riesgos) o se debían conformar con un celo pelotero de rentabilidad de los depósitos bancarios.

El próximo día 27 de julio le toca a la Reserva Federal estadounidense (FED) mover los tipos que ya los tiene en el 1,75%, y los analistas no descartan alzas de otros 75 puntos básicos que coloquen el nivel en el 2,5%. Por cierto, después de la sorpresa que dio el pasado día 21, Christine Lagarde con el alza medio punto, también los expertos esperan acabar el año con unos tipos de interés del euro en el 1,5%, lo que supondría otras dos subidas de medio punto. Las repercusiones a efectos de encarecimiento de los créditos y las hipotecas se dejarán sentir pronto en las cuotas que pagan aquellos que optaron por tipos variables.

La culpa de estas prisas por subir tipos y rápidamente es la inflación que tanto a éste, como al otro lado del Atlántico se mantiene en niveles insostenibles con un crecimiento interanual entre el 8 y el 9%. Hay que atajar como sea la inflación y aunque el BCE prometió que en julio solo subiría un cuartillo, al final se animó a medio punto. Las autoridades monetarias estadounidenses que solo deben rendir cuentas a un país y no a 19, siempre son más bruscas y decididas en la toma de decisiones.

Atajar la inflación

Con estas medidas se busca atajar una inflación, muy lejos del objetivo del 2% como nivel ideal de crecimiento año a año. Mientras las economías se desaceleran y Europa suma además la incertidumbre de una guerra y de grandes dificultades de suministro energético en el invierno, la decisión del BCE, al igual que ocurre con la FED es provocar una recesión económica que permita el control de los precios.

Esta situación ya se vivió en EEUU en tiempos de Paul Volcker al frente de la FED. Ahora toca hacerlo a los dos lados del Atlántico. Ya para después del verano se espera que algunas grandes economías entre en recesión que prolonguen hasta final de año. Se trata de una voladura supuestamente controlada por parte de los bancos centrales. Lo ideal sería provocar un rápido y fuerte bajón de las economías para normalizar los precios y, posteriormente, seguir con una senda de crecimiento que, lógicamente, iría de menos a más.

Pero este sencillo esquema es lo utópico, lo deseable. Siguen existiendo muchas variables en juego que pueden dificultar el plan. Los coletazos del Covid-19, los problemas en la cadena de suministro, la guerra de Ucrania, la inestabilidad política en Italia o la marcha de los precios de las materias primas que, de momento, se ciñen al guión de bajar desde los niveles máximos que alcanzaron este mismo año. Y, como además a perro flaco todo son pulgas, cabe esperar más sorpresas con el corte del gas ruso como la más temida por los analistas.

Lo curiosos es que este movimiento en la economía está siendo fielmente planeado y planificado, pero los riesgos de voladura momentánea y rápida de las economías son enormes y de ahí los temores, sobre todo por parte del BCE. En Estados Unidos las cosas son mucho más fáciles: la guerra europea les pilla lejos y además son autosuficientes en energía. Sin duda, una nueva situación que pretende dar respuesta a un problema que fueron creando los propios bancos centrales para evitar que las economías se detuviesen después de la crisis financiera y también de la sanitaria de 2020.