Su apellido y su nombre evocan una relación entre el ser humano y la naturaleza más acompasada. Como biólogo e investigador su trabajo es incalculable gracias a aportaciones al conocimiento de mamíferos, con el lince como emblema, por ejemplo. Como divulgador, sus libros vienen advirtiendo desde hace décadas de la necesidad de buscar modelos de desarrollo menos conflictivos con la naturaleza. Pero, sobre todo, su nombre está asociado a Doñana.

Dirigió la Estación Biológica ligada al Parque Nacional durante ocho años y, cómo científico y amante de la naturaleza, ha sido capaz de orquestar un difícil equilibrio entre los intereses económicos de la agricultura, el expansionismo turístico y la conservación del mayor humedal y reserva de aves migratorias del continente. Al menos, así había sido hasta ahora.

Nos atiende el día en el que el Parlamento andaluz admite a trámite la Propuesta de Ley del PP y Vox sobre legalización de regadíos, sus palabras son meditadas para evitar caer en el barrizal político en el que Doñana anda enfangada y su rostro se ilumina al reflexionar sobre la evolución en las últimas décadas de la conciencia ambiental.

Pregunta: La controversia por la nueva Ley es enorme. Desde la Junta de Andalucía dicen que defienden el derecho de los agricultores, pero científicos, ambientalistas, el Gobierno y la Unión Europea se echan las manos a la cabeza, ¿qué nos estamos perdiendo, por qué es tan importante Doñana?

Respuesta: Doñana es lo poco que nos queda de unos ecosistemas mediterráneos húmedos y una costa sin transformar, alberga especies únicas, es un sitio de paso, cría e invernada para aves migratorias y su marisma es también un paisaje único temporal y espacialmente,  es un lago en invierno y un secarral en verano y gracias a eso hay especies de los dos ambientes… Pero, al margen de eso, Doñana es un mensaje de cómo fuimos y cómo queremos ser, nos define porque en un momento dado decidimos conservar este espacio emblemático para convertirlo en una joya ambiental.

P: Habla en pasado, ¿es porque ya ha dejado de ser ese espacio que describe o porque lo dejamos de proteger?

R: Lo de esta propuesta de ley me sorprende y he pedido su retirada. Veo a personas adultas que, quizás por simple cálculo electoral, se obstinan en cerrar los ojos a la realidad. Si seguimos como en los últimos años Doñana se secará, aún más, España será sancionada, las berries onubenses quedarán desacreditadas en el mercado, los ayuntamientos seguirán endeudados, el Consejo de Participación perderá su razón de ser, y este presidente –que soy yo– no pintará nada.

P: Lo dice por su papel como presidente en el Consejo de Participación de Doñana, un órgano complejo, hay una amalgama de administraciones locales, autonómicas, estatales, también la academia y los científicos y los representantes de agricultores y otras asociaciones… ¿es como una gran mesa redonda que reina pero no gobierna; porque el Consejo no ha decidido nada sobre la nueva Ley de regadíos?.

R: No lo definiría así, funciona como una gran ágora donde todos aportan. Es el único sitio donde los investigadores universitarios confrontan con los cazadores, por ejemplo… definiría al Consejo como un Defensor del Pueblo pero para la preservación de Doñana, con más poder fáctico que legal. Hasta ahora había sido así. Con esta Ley estamos hablando de algo que, en definitiva, repercute en el agua, como es la legalización de hectáreas de regadío, por lo tanto, la Ley dice que el Consejo debería informar sobre este proceso y no ha sido así. En los últimos años hay una degradación paulatina de la estructura institucional que protege a Doñana.

P: Usted es una autoridad en la ciencia y en Doñana y hace poco recibió la Medalla de Andalucía (2022), ¿no le escuchan desde la Junta de Andalucía?

R: Esa medalla, que agradezco mucho, fue un reconocimiento a la labor de defensa de Doñana y la naturaleza que no puedo dejar de ejercer, vacilar ahora sería traicionar a quienes me premiaron.

P: ¿Hay motivos para ser catastrofista respecto al futuro de Doñana?

R: Esta Ley no matará a Doñana, porque no llegará a ningún sitio. Doñana cuenta con muchas garantías, si esta ley se aprueba el Constitucional o la Unión Europea la echarán atrás. Pero más allá de este capítulo, ten en cuenta que la historia de Doñana es una historia de batallas ganadas. En los años 60 ya le ganó al plan agrario que quería hacerla desaparecer prácticamente, después al proyecto de una gran carretera costera, después al boom urbanístico en la costa, al dragado del Guadalquivir o al proyecto de gaseoducto. Doñana ganará esta batalla, pero me temo que perderá la guerra.

P: ¿Qué guerra, la global y del cambio climático?

R: En todas las batallas nos vamos dejando jirones. No salió adelante el plan agrícola, como mencionas, pero desapareció mucha marisma salvaje, por ejemplo. Y sí, está el cambio global, para el que no hay respuestas sencillas y mucho menos de ámbito local. El catastrofismo climático está justificado. Sin embargo, no podemos pensar que todo está perdido... Tengo la voluntad de ser optimista y recordar que siempre hay vuelta atrás, porquesiempre podemos estar peor.

P: Pero muchas cosas han cambiado, tenemos el Tratado de Altamar de la ONU o la capacidad de la naturaleza para regenerarse, a todos nos sorprendió la invasión de espacios humanos por animales salvajes en la pandemia

R: Sí, esa es la relación puntual con la naturaleza. Tenemos buenos indicios y la recuperación del lince es un excelente ejemplo (por primera vez Doñana supera el centenar de ejemplares). He trabajado mucho en mamíferos carnívoros y hay numerosos ejemplos de que se puede propiciar su recuperación… linces, osos, también garduñas, jinetas o la rápida recuperación en otros ámbitos como los corales marinos. Cuando se hace un esfuerzo hay recompensas y eso tiene que ser un aliciente para seguir invirtiendo en este sentido… pero eso no supone que el estado general de la Tierra vaya a mejor. Las principales heridas de la Tierra no han sanado, van a peor.

P: ¿Y volviendo a Doñana y a lo inmediato, qué pasará si la perdemos como la conocemos ahora?

R: Nos arrepentiremos. Si decidimos que no vale la pena conservarla y renunciamos a ella, la echaremos en falta. En poco tiempo nos daremos vergüenza a nosotros mismos.

P: ¿Es por una cuestión de salud que la echaremos en falta? Recuerdo que durante la pandemia en Andalucía apareció el virus del Nilo que se transmitía por mosquitos y científicos del CSIC apuntaron entonces a la necesidad de preservar Doñana como una especie de regulador y protector ante plagas que podrían afectarnos.

R: En general es verdad que a mayor salud ambiental, mejor salud humana. El programa One Health de la OMS lo explica claramente. Pero me parece oportunista el mensaje simple de que todos los males humanos tienen su origen en el deterioro de la naturaleza. En mis viajes al Amazonas me sorprendía que los ríos con más biodiversidad, los “ríos brancos”, eran los más peligrosos para nosotros, en tanto los “ríos negros”, muy pobres, eran saludables. Volviendo a lo de antes, el paradigma de salud evoluciona y hoy hablamos de una sola salud interconectada de flora, fauna y hombre. No sorprendo a nadie si digo que, con más contaminación los problemas de dolencias respiratorias, empezando por los alérgicos, irán a más, con el calentamiento sufrirán más las personas mayores y niños, porque los veranos serán más duros; y respecto a las plagas, si hay menos masa viviente no humana, los mosquitos que antes picaban a roedores o pájaros nos picarán todos a nosotros. Una tierra insana por el cambio climático implica más mortandad.

P: La desaparición de Doñana tendría consecuencias tremendas porque funciona como conector entre hábitats de África y el norte de Europa, pero su futuro se está decidiendo por la influencia de los vecinos votantes que viven en su entorno más inmediato. Es patrimonio universal, pero con vecinos incomodados, ¿cómo equilibramos el interés local con el global?

R: La dificultad de gobernar Doñana a escala local está precisamente en que es global. Desde aquí tenemos un alcance limitado, podemos pedir que trabajemos por evitar emisiones de CO2 o que nos adaptemos al cambio climático, pero son solo formas de respuestas locales que escapan a la capacidad de abordar el gran problema. El drama está en que esa adaptación pasa por restricciones a recursos y lo vemos con el agua. Cuanto más calor hace y menos llueve, más agua necesitan los agricultores y Doñana. Pero hay que saber que los intereses son comunes: si se acaba el agua que alimenta Doñana, también les faltará a los agricultores y a los pueblos.

P: Pero, aunque no queramos reducir el debate a linces contra fresa o paisaje contra agricultura, porque es un debate que viene a confrontar, lo cierto es que la sequía nos obliga a decidir qué drama pesa más, si el de Doñana o el de los agricultores.

R: No me gustan esas dualidades porque confrontan y, como te acabo de decir, no me parecen ciertas. La realidad que sí pesa es la dualidad que me dicen los alcaldes: en esta región los pueblos viven en el sector servicios o primario. No es positivo que el turismo de playa y el regadío sean los únicos horizontes posibles.

P: ¿Y cómo articulamos un cambio que genere otras oportunidades salvando Doñana?

R: Para empezar, tenemos que dejar esta política de juegos de salón y coger el toro por los cuernos, es decir, todos los cultivos ilegales que hay desde 2014 se deben cerrar y se deben estudiar, y resolver, los problemas sociales que eso plantee. Afectarán a gente que no tiene otro modo de vida, a ellos habrá que darles una salida, a empresas que tendrán que asumir que su actividad es irregular. Además, hay que llevar el agua del trasvase ya aprobado a las hectáreas legales para que sigan funcionando en el área más próxima a Doñana, donde el efecto sobre el espacio protegido es más evidente.

P: Pero eso generará más desempleo y menos oportunidades en una región bastante frágil

R: Por eso hay que trabajar y buscar soluciones reales, no ofrecer agua que no hay. Si personas corren el riesgo de arruinarse habrá que darles alternativas, tierras en otra zona, expropiaciones remuneradas en función de su superficie, jubilaciones anticipadas… También hay potencialidad en los cultivos de secano que podrían permitirse , hay que trabajar en cualquier idea que nos ofrezca horizontes alternativos al turismo/regadío

P: En definitiva, cambiar de paradigma, siempre hemos dicho que teníamos que independizarnos de los combustibles fósiles pero ahora hablamos de agua. Es algo de lo que usted lleva años escribiendo, su obra Tierra Herida (2005) fue pionera entonces pero hoy sigue de plena actualidad.

R: De hecho, en 2019 tuve que hacer un prefacio porque se ha editado en Reino Unido. Es un libro que me genera ternura porque evoca las conversaciones y discusiones con mi padre (el libro se desarrolla en una conversación de los Delibes padre e hijo, escritor y biólogo, confrontando su visión de la naturaleza) y estoy seguro de lo desesperado que estaría hoy con todo esto que está pasando. Porque lo cierto es que, de los principales problemas que menciono en ese libro, todos –menos el ozono– han seguido empeorando, me refiero a las emisiones de CO2, los fertilizantes en ríos y océanos, la pérdida de  biodiversidad.

P: ¿Y el hecho de que el libro siga de actualidad, no es ambivalente, ya que su libro es un éxito, pero usted es divulgador y quiere decir que los problemas no se solucionan, o sea que algo estamos haciendo mal?

R: Sí que es un sentimiento doble, pero lo que más me satisface es la evolución de la respuesta social. Me llena de satisfacción ver la conciencia ambiental que tienen hoy los jóvenes, si lo comparas a la que existía hace no mucho es tremenda. Me alegra mucho la irreverencia de los jóvenes y su discurso radical, aunque implique protestas que no me agraden del todo, pero en el fondo, hacen lo que deben. Exigen cambios drásticos porque son ellos los que van a heredar un mundo más difícil y menos habitable.