Sábado, 10.48.- Abonanza más el tiempo. La mañana está para hacerse un selfie naif con ella o una poesía con alberos y gorriones. Estremece esta luz tan bella entre tanta muerte escondida.

Sábado, 10.59.- Arqueología. En el cajón de los papeles aparece el tique de un párking, de esos que te atracaban a mil millones de euros la hora en el puro centro. Me ha dado un vuelco el corazón: seis de marzo, doce y tres minutos del mediodía ¿Cómo era yo entonces?  Ah sí... Sentía una inmensa felicidad cuando encontraba un buen hueco para aparcar.

Sábado, 12,33.- Mi vecina dice que me puede prestar medio sobre de levadura, pero que no se lo diga a nadie. Ahora entiendo bien cuando los viejos hablaban con voz queda del mercado negro.

Sábado, 13.33.- El nacionalismo es una enfermedad que ya no se puede curar viajando. Torra y Junqueras nos explican estos días que los muertos independentistas se mueren mejor. Abacal y Smith (ese apellido guiri, tan inapropiado para el patrioterismo), resaltan esa virtud funeraria solo para los españoles. En una guerra, los curas españoles bendecirán a los muertos españoles para que vayan al cielo español y los curas catalanes, a los muertos catalanes para que vayan al cielo catalán. Asunto resuelto. No sé donde está el problema.

Sábado, 14.17-. El suplemento cultural (aquí ya nos leemos hasta los prospectos del jarabe de los críos) se trabaja una exhaustiva lista de escritores visionarios: Bardbury, Asimov… en estos días de apocalipsis. Contaba mucho Saramago que el hombre más culto que había conocido en su vida era su abuelo, por cierto analfabeto. Yo tiro mucho del mío. En mi pueblo había un señor que las gentes apodaban El Prevenío. Un tarde, ya oscurecida,  salió de la taberna, dio un traspié, pasó un camión. Y decía mi abuelo en su pesar: si El Prevenío ha muerto atropellado, a nosotros nos puede pasar cualquier cosa. Nada de Asimov, mi abuelo Pepe.

Sábado, 14.25.- Los entrevistados de una sección de entrevistas, desde hace años, sólo dicen estupideces. El de esta semana “flipa” (sic) con las suyas. Caigo en la cuenta de mi torpeza: las verdaderamente estúpidas son las preguntas.

Sábado, 16.25.- Discurre mansa la sobremesa. La paranoia de los chinos fabricavirus  de Trump no encuentra eco, a pesar de que tres mil quinientos chinos muertos para camuflar una guerra biológica parece un precio barato. Aquella madrugada que  confirmó su victoria sentí ese desasosiego que sentía mi madre cuando se avecinaban las tormentas. Ahí sigue. El desasosiego.

Sábado, 18,33.- Mi altocargo se zambulle en la música de Stacy Kent, la tarde se adormece, me trae un texto delicioso que ha sacado de alguna parte. Anda amore, me dice, escríbele a tus políticos, a Sánchez, a Casado, a Iglesias, a Arrimadas, a Bonilla. Estas parecen las horas decisivas del pacto y de su capacidad de entender de verdad lo que está pasando, de su verdadera estatura moral: diles que se hagan dignos de la inocencia de los niños.