Todo el que tenga un mínimo conocimiento político sabe cuáles son los ingredientes principales de una campaña electoral: Una reafirmación de ideas precocinadas, una sucesión de jugadas ajedrecistas después de haber analizado el tablero, una repetición de lemas sencillos para tratar de convencer al electorado y la neutralización de tus rivales políticos ridiculizando sus mantras. Las elecciones, sin embargo, son algo más serio: El examen en el que se valoran los cuatro años de gestión y oposición en un determinado territorio. Convendría, como ciudadanos, tenerlo siempre presente.

En estos comicios andaluces hay una clara distinción entre los partidos concurrentes: los que tienen prisa y los que no. No es lo mismo tener los deberes hechos que pegar el arreón cinco minutos antes de que empiece la clase. El resultado, la justificación de las respuestas y la presentación de las actividades será totalmente distinta.

A Vox se le ha notado la presura y el ansia por sacar buenos resultados en Andalucía. Después de una legislatura en la que tuvo que sustituir al juez Francisco Serrano debido a un escándalo por un presunto fraude, llegó Manuel Gavira. El gaditano ha pasado de puntillas por el Parlamento de Andalucía. Sólo ha sido protagonista cuando elevaba la voz y enterraba la sensatez. El ruido era sólo un torpe sucedáneo de la impotencia. Siendo consciente su partido de su bajo perfil, y tras más de un año de cocción, Vox decidió presentar a Macarena Olona. Es decir, nos ha estado dando igual vuestra tierra una legislatura entera, os han estado representando unos políticos improvisados, pero ahora que sois valiosos para nuestra OPA empresarial, os presentamos a uno de nuestros principales activos.

También se le ha notado la celeridad a un PSOE que, desde el destronamiento del 2018, ha estado más pendiente de lamerse las heridas y de borrar los últimos vestigios del susanismo que de hacer oposición y tratar de levantarse. Juan Espadas parece afrontar el mandato de Pedro Sánchez sin ganas, a la vista está que las prisas han sido tales que no han tenido ni tiempo de renovar el argumentario. El candidato socialista ha demostrado esta semana que sigue con la misma retahíla de los últimos comicios. Tal vez estaba ocupado por su antigua responsabilidad de alcalde de Sevilla y no ha tenido tiempo de estudiar lo que hacía su partido en elecciones análogas. Las del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid, por ejemplo. Allí se constató que el manido «que viene el lobo» ya no es efectivo si enfrente hay alguien con las ideas claras. Lo del notario es otro intento infantil y desesperado de tratar de desempolvar una fórmula ya oxidada. Juanma Moreno se estrenó como presidente con un Parlamento rodeado por la izquierda andaluza que clamaba al cielo con la llegada del "trifachito", les sonará porque aún existen lameprepuciales cuentas en Twitter con ese nombre. La progresía vocinglera se rasgaba las vestiduras mientras vaticinaba el fin de los servicios públicos en Andalucía. La realidad es que ni se han acabado los servicios públicos ni se han atendido propuestas de Vox como el Pin Parental. Los argumentos de Espadas tienen la solidez del blandiblú.

A la izquierda de la rosa, empeñada en marchitarse, hemos podido observar en esta precampaña cómo la improvisación y el atropello han llevado a todo ese espectro de extrema izquierda a hacer un ridículo espantoso. Las prisas vieron nacer a una coalición poco creíble que, durante esta última semana, hemos visto caer en otro error no forzado perdiendo una batalla contra Teresa Rodríguez. Es decir, la repentización de este proyecto está llevando a que se hable más de las guerras cainitas propias que de los ataques hacia el otro flanco ideológico. Es de 1º de estrategia saber que, antes de ir al ataque, tienes que confiar en tu defensa, y, a 17 días de las elecciones, los centrales de la izquierda a la izquierda se están haciendo zancadillas entre ellos.

Las mismas zancadillas que la dirección nacional de Ciudadanos le hizo a su partido con un manojo de decisiones absurdas. Poco o nada queda de aquel movimiento naranja que se convirtió en la llave de San Telmo. Juan Marín ha servido de fiel escudero de Moreno, y justo con eso se presenta, tratando de salir a flote mostrándose con un disfraz vicepresidencial que ya parece ajado. Los liberales pelean por sobrevivir, es ese equipo que en la última jornada se juega la permanencia y no depende de sí mismo. Al partido naranja le puede salvar de la auténtica catástrofe los fallos del adversario, que no están siendo pocos; y, por supuesto, no cometer más errores. En cualquier caso, sus escaños, en caso de tenerlos, se contarán con los dedos de una mano.

En contraste con todas estas presurosas tácticas, tenemos a un presidente que no tuvo prisas en convocar elecciones, que ha hecho de la mesura su arco y de la centralidad su flecha. Alguien que transpira tranquilidad y serenidad, que tiene claro de dónde viene y a dónde va. La campaña de Juanma Moreno está calculada al milímetro, él sabe que quiere hablar de gestión, de gobierno, de medidas, de proyectos, de presente y de futuro. Moreno se ha propuesto ser el botón del mute de todo el que no hable de Andalucía, un pie en la pared de los que quieren convertir el sur en una campaña más de la guerra que se libra para alcanzar La Moncloa.

La última encuesta del CIS es demoledora. El PP roza los cincuenta parlamentarios. El Macarenazo empieza a sonar a chiste malo. El PSOE no ha convencido ni a uno solo de los dubitativos. En política es muy fácil diferenciar lo que es la táctica y lo que es la estrategia. Una responde al corto plazo y a la necesidad, la otra responde al largo plazo y a la seguridad. Juanma Moreno no tiene prisas, no quiere improvisar, está llegando al final de su particular carrera de fondo.