La lengua como pulso por la influencia y el poder se evidenció en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) celebrado en Cádiz. El desembarco de la Vicepresidencia, el ministro de Exteriores y la nota dominante de los reyes Felipe y Letizia refleja la apuesta de España por el español como lengua global.

El CILE ha atraído a más de 1.300 visitantes a Cádiz, una ciudad repleta de diversidad y acentos en español. La tacita de plata aprovechó la cita para hacer gala de su oralidad y acento únicos, buscando las conexiones de la diversidad lingüística andaluza con acentos y parentescos al otro lado del Atlántico.

Pero si esta orgía de encuentros y acentos tenía lugar en Cádiz, en Alicante tenía lugar las I Jornadas Escuela de Todos, en la que se expuso la supuesta “exclusión” del castellano en las aulas para fomentar la creación de “identidades nacionales” en comunidades con lenguas cooficiales, como denuncia la Plataforma de Docentes por la Libertad Lingüística.

El idioma que escogemos para comunicarnos y dejar nuestra cultura por escrito es una declaración de intenciones y de poder. Por eso hemos querido analizar ese pulso con Kim Potowski, catedrática de lingüística hispánica en la Universidad de Illinois en Chicago, que expone en el CILE la idoneidad de crear un sistema educativo basado en la inmersión lingüística.

Su trabajo en Estados Unidos es una muestra de la importancia por fomentar el bilingüismo en las aulas. Su campaña por que “Ningún niño se quede monolingüe” en el país más poderoso del planeta y que trata de imponer su idioma al resto es sorprendente.  “No creo que nadie pueda ser el dueño del mundo sin ser el dueño del idioma”, reflexiona sobre el emergente poder de China en lo económico, pero no tanto en lo cultural.

Racismo lingüístico

Quien controla el lenguaje tiene el status y el poder, eso nunca ha cambiado”, señala Potowski en un perfecto español con acento caribeño, mexicano y con recientes matices gaditanos. No es descendiente de latinos, en su casa era la única que aprendió español. Una rara avis, y es que a pesar de la enorme pujanza social y económica de la emigración en Estados Unidos, el 80% del país es monolingüe, lo que para la catedrática es un lastre.

El español como lenguaje nativo de la inmigración caribeña o mejicana, por ejemplo, sufre “violencia y bullying lingüístico” en Norteamérica. El fenómeno tiene que ver con la educación que reciben los hijos de emigrantes, los denominados ‘No Sabo Kids’, hijos de hispanohablantes que, sin embargo, han sido desalentados por sus propios padres a hablar su idioma materno. “Los padres entienden que hablar español retrasa el aprendizaje de sus hijos en el inglés, que es lo que estiman les darán éxito”, el resultado es una generación de hijos de emigrantes desconectados lingüísticamente de sus raíces.

Esos emigrantes que prohíben hablar español en sus casas son también víctimas de una estructura social de racismo lingüístico. Y esto no solo pasa con el español, también incluso con el inglés que hablan los afrodescendientes, el

afroaamerican english “que tiene menos estatus; si la gente discriminada, racializada y estigmatizada habla de una manera, su idioma también lo es. Es la última parada del racismo”, apunta Potowski.

Inevitablemente, estando en Cádiz, podemos relacionar esa diferenciación hacia el acento y el habla estigmatizada con el andaluz. “Quien tiene el dinero y el poder marca el estándar de calidad lingüística, pero con los acentos y variedades como el andaluz es un sinsentido. No hay una variedad lingüística menos correcta que otra, eso es puro racismo lingüístico. Un helado de pistacho no es más prestigioso que otro de vainilla. Te puede gustar o sonar mejor, pero son helados, al fin y al cabo”.

Una cosa es el prestigio, otra la corrección. Así que cuando vuelvas a ver parodias de andaluces hablando como graciosillos, incultos o aferrados a sus tradiciones, entenderás que más que incultura o corrección, tiene que ver con discriminación.

Aulas bilingües, por favor

Habiendo dejado claro que la lucha por el lenguaje es una cuestión de estatus y poder, para Potowski no hay duda de que tenemos que apostar por aulas bilingües con diversidad lingüística y cultural. “Mi esperanza es que en las aulas un niño pueda usar indistintamente uno u otro idioma. Si el 80% de los alumnos –de mi país– fuera a un aula de inmersión dual el idioma dejaría de actuar como un filtro, como sociedad tendríamos más posibilidades. Pero muchos americanos no quieren aprender otro idioma porque entonces perderían su privilegio. Si yo soy el único que habla correctamente un idioma estoy por encima de los otros”.

Más allá de dinámicas de poder, que como vemos existen en Estados Unidos, Alicante o Cádiz, la ciencia no ofrece debates. La educación bilingüe es mejor. El desarrollo de conexiones neuronales se afianza con este modelo que ofrece ventajas cognitivas y sociales. De fondo, está el hecho de que una sociedad que no menoscabe su diversidad lingüística es más abierta culturalmente y menos intransigente, como se dice en Cádiz, un bastinazo.