El año 2017 fue insuperable para Ciudadanos. Las encuestas les situaban en una posición de privilegio a nivel nacional. Una situación que se intensificó tras la crisis catalana del 1-O y que desembocó en más 1.100.000 votos en las elecciones al Parlament de Cataluña de diciembre de ese mismo año.

Un resultado histórico para el partido, que obtuvo 36 escaños y se erigió como la primera fuerza política en Cataluña, un territorio más que complejo. La formación naranja, bajo la batuta de Inés Arrimadas, encabezó el flanco constitucionalista, aunque no pudo formar una mayoría y el Parlament cayó en manos del independentismo una vez más.

Desde entonces, el runrún sobre el futuro de Inés Arrimadas en política era constante. Muchos expertos coincidían en que era el relevo natural de Albert Rivera al frente de Ciudadanos. La exdiputada en el Parlament de Cataluña y líder de la oposición se mostró extremadamente dura con el independentismo catalán, a veces sin atender a razones. Sus intervenciones en la cámara, de hecho, eran objeto de noticias, pero también de memes.

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De la Arrimadas que ejercía de parapeto al independentismo en el Parlament a la actual han pasado 18 meses. Cerca de dos años en los que su figura ha caído sobremanera y en la que los resultados electorales de Ciudadanos -a pesar de los constantes cacareos de la cúpula liberal- han caído en picado, sobre todo en Cataluña.

De Barcelona a Madrid

En estos 18 meses, Inés Arrimadas ha abandonado la política autonómica para dar el salto al gran escenario que representa el Congreso de los Diputados. Una oportunidad irrepetible para la exdiputada en el Parlament, pero un gran golpe a la estructura del partido en Cataluña, donde han perdido cerca de 800.000 votos en apenas año y medio. Además, a nivel global, los naranjas se han plegado al Partido Popular, evitando asestar una puñalada mortal.

Cataluña ha quedado descabezada tras la oportunidad que Arrimadas no rechazó. Sin embargo, pese a las incontables voces que ubicaban – a medio o largo plazo a la diputada como líder de Ciudadanos -, la posición de la actual portavoz, como la de su partido, ha caído en picado.

Rivera la designó portavoz del partido a nivel nacional. Un puesto que, para alguien que aspira al todo dentro de una organización política, es un arma de doble filo. La portavocía exige un exceso de protagonismo y una sobrexposición que puede dilapidar cualquier ambición mayor. Así le ha ocurrido a Arrimadas.

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Defender lo indefendible

Desde que asumió la portavocía nacional, Inés Arrimadas ha sido el rostro y la voz del partido naranja. Cada vez que saltaba a la palestra, la que fuera líder de Ciutadans ha dado la cara por su presidente, quien confiaba ciegamente en ella para esta nueva etapa. Sin embargo, apenas tres meses después de las elecciones generales y dos de las autonómicas y municipales, el factor Arrimadas se ha devaluado.

Los constantes problemas que han asolado a la formación de Albert Rivera han mermado la imagen de la portavoz naranja. En las últimas dos semanas, los contratiempos hacen fila en Alcalá 253. Desde Manuel Valls hasta la más que reciente dimisión de Toni Roldán.

Cuando Valls anunció que ofrecería sus votos a Ada Colau para investirla alcaldesa de Barcelona, en Madrid salieron en tromba para desautorizarle. Pero el francocatalán siguió adelante con su plan, por supuesto, algo que Rivera no podía soportar y rompió con el candidato al consistorio barcelonés por evitar que el independentismo se hiciera con la Ciudad Condal.

Una decisión muy difícil de explicar, pero Arrimadas lo intentó, sin mucha suerte. La diputada naranja criticó la postura de su otrora socio en Barcelona, ubicando a Ada Colau en el flanco nacionalista, alineándola junto a Esquerra Republicana y JxCAT. La portavoz, al igual que el resto de su partido, no aclaró si preferían que Barcelona fuera propiedad de los independentistas.

Insistía en buscar una alternativa a Colau y, por supuesto, a Ernest Maragall. Lo cierto es que esa mayoría no existía, por mucho que desde Ciudadanos se empeñaran en hallar un espacio de convergencia con PP y el PSC – siempre y cuando Collboni “se desmarcara del sanchismo” -. Una postura inexplicable para alguien que ejerció de cortafuegos del nacionalismo catalán.

Roldán y el crecimiento

La marcha del que hasta hace escasas horas fuera portavoz económico de Ciudadanos ha abierto una gran grieta en el rostro de la formación naranja. Roldán se ha marchado alegando que él no había cambiado, sino su partido, al que acusaba de alinearse con el Partido Popular y de renunciar a los tres supuestos sobre los que emergió en 2006.

La dimisión de Roldán ha encontrado la respuesta del partido en torno al mediodía del lunes. Por supuesto, era Inés Arrimadas la que tenía que dar la cara tras la reunión de una Ejecutiva que también ha contado con la dimisión de Javier Nart. No obstante, el eurodiputado no ha aclarado si renunciará también a su escaño.

La rueda de prensa de Inés Arrimadas ha sido otro ejemplo de defensa de lo que no la tiene ni por asomo. Ha asegurado que el único cambio que ha padecido Ciudadanos es que ha pasado de “32 a 57 escaños en el Congreso”. La portavoz, tras “desearle lo mejor a Roldán, le ha instado a dar explicaciones porque fue uno de los que votó a favor del cordón sanitario a Sánchez.

¿Jugada de Rivera?

Esta sobreexposición deja a Inés Arrimadas en una posición extremadamente difícil de cara al futuro. La portavoz ve su figura cada vez más debilitada por sus declaraciones en pos del bien de la institución. Sobre todo, cuando, en días como este, ha insistido en el crecimiento de un partido que no ha hecho otra cosa que perder apoyos en Cataluña, pasando de 1.100.000 de sufragios a menos de 300.000 el pasado 26 de mayo.

Prácticamente todos los expertos valoraron el salto de Arrimadas como una oportunidad. Sin embargo, analizada la situación, cabe preguntarse si de verdad es un premio al buen hacer de la portavoz naranja o ha sido una estrategia de Rivera para desgastar su figura mediáticamente y neutralizar su meteórico progreso.