“Todos hemos perdido”. Con estas pocas palabras ha definido el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, el desolador balance de los últimos años del conflicto político catalán. Una definición certera y en parte autocrítica, que para que esta gran derrota colectiva dé paso a una mínima recuperación del entendimiento, al necesario reencuentro, debería ser asumida por todos, tanto en Cataluña como en el conjunto de España.

Hoy muchos ciudadanos de Cataluña nos hemos sentido reconfortados con las palabras de Pedro Sánchez. Su inmediata comparecencia ante los medios de comunicación tras su reunión con el todavía presidente de la Generalitat, Quim Torra, ha sido propia de un hombre de Estado, con voluntad de llegar a pactos y acuerdos a través de la vía del diálogo.

Después de tanto tiempo de negación de la política, después de tantos años de confrontación estéril que no solo no ha aportado nada sino que ha continuado agrietando a la sociedad catalana, y a las relaciones de ésta con la sociedad del resto de España, las palabras del presidente del gobierno español sonaban a gloria. Y no eran meras expresiones huecas: estaban basadas y formuladas en un extenso documento aportado por Pedro Sánchez como primera base del trabajo a desarrollar por la comisión que se enfrentará al intento de resolución global del conflicto existente en Cataluña.

Frente a la solidez de los planteamientos expresados de forma pública, e incluso un tanto solemne, por parte del presidente Sánchez, por enésima vez el aún presidente Torra no ha estado a la altura. No ha sabido estarlo, o es que, pura y simplemente, no puede ni podrá estarlo jamás, porque lo suyo no es la política, y mucho menos todavía la actividad institucional, o la gestión de la cosa pública.

Lo que le va a Quim Torra es la grandilocuencia innecesaria y afectada, recurso fácil para intentar dar contenido aparente a algo en lo que no se cree en absoluto: la recepción con honores de jefe de Estado al presidente Sánchez, el traslado e instalación de la célebre escultura de Josep Llimona “El desconsol” en el palacio de la Generalitat como supuesta imagen del estado de la sociedad catalana, el obsequio al presidente del Gobierno de España de un par de libros de agitación y reivindicación…

Y todo ello para que Quim Torra acabara demostrándonos, una vez más, que es ciego y sordo, pero no mudo. Porque el muy lamentable presidente de la Generalitat sigue sin enterarse de nada. Sigue sin saber leer y sin saber oír. No se entera, no se quiere enterar, o tal vez no se puede enterar, de que sus exigencias fundamentales no tienen recorrido posible en un Estado democrático de derecho como es España. No hay ni habrá ningún referéndum de autodeterminación de Cataluña; no hay ni habrá ninguna amnistía ni ningún indulto general para los dirigentes políticos y sociales separatistas presos o huidos...

Pero Torra sigue sabiendo hablar. Lo hace con una palabrería vacía por completo de significado, que solo es aceptada y asumida por sus feligreses, con discrepancias cada vez más obvias entre ellos. Quim Torra, ciego y sordo pero no mudo, sigue siendo nuestro auténtico y patético desconsuelo.