Juan José Millás habla de “caerse dentro” de un libro como la experiencia inmersiva más pura que existe para disfrutar de la aventura que es la lectura. De la delgada línea que separa lo que es la realidad de la imaginación que cabe en una mente humana y del consiguiente poder que ésta tiene para conseguir desdoblar la identidad de uno mismo.  

El aclamado escritor valenciano regresa con Solo Humo (Alfaguara), su nueva novela narra la historia de Carlos, un joven de 18 años que, repentinamente, se entera de la muerte del padre que nunca conoció, pero que en el momento en que empieza a familiarizarse con la vida que este dejó atrás, refuerza su vínculo con él, especialmente a través de los cuentos de los Hermanos Grimm, una puerta que también actúa como la entrada al mundo de la literatura y a la que Millás se refiere como el origen de lo que somos inconscientemente.

PREGUNTA (P): ‘Solo humo’, su nueva novela, presenta la fina línea que existe entre lo imaginario y lo real, pero ¿dónde poner el límite?

RESPUESTA (R): No es fácil, no es un límite fijo, es una frontera que va variando. Lo que llamamos lo real es bastante delirante, es decir, yo suelo decir que la realidad es un delirio consensuado. Los días en los que estoy muy radial diría que no hay límite, sino que la realidad es la continuación de los cuentos, del delirio.

P: ¿De qué punto de partida nace la idea de esta novela?

R: Nace de una reflexión que me hice hace algún tiempo: he leído muchos libros y muchos ensayos de literatura, pero no recuerdo haber leído ningún libro que ponga de manifiesto lo perturbador que es leer.

Recuerdo perfectamente cómo me hice lector porque recuerdo cuál fue el primer libro que cayó en mis manos, que fue uno de Julio Verne. Me caí dentro del libro, literalmente, y lo sentí como una experiencia brutal en la que me disocié: por un lado, estaba fuera del libro leyendo; por otro, estaba dentro, como un personaje más, pero con una característica especial, que era invisible para los personajes. Es ahí cuando, sin darnos cuenta, cumplimos el sueño infantil de ser invisibles.

Como la experiencia es tan brutal empecé darle vueltas, y qué mejor texto para hablar que los cuentos de tradición oral que tienen siglos de existencia y ha llegado a nosotros versionando sus propias versiones con una frescura de verdad.

Esos cuentos siguen funcionando y siguen siendo eficaces. Uno se pregunta, ¿por qué? Pensé que estaría bien contar lo perturbadora de esta experiencia sobre alguien que no es lector, que no conoce el mundo literario, que no tiene criterio, pero, por una suerte de casualidades, cae en sus manos los cuentos de los hermanos Grimm.

La realidad es un delirio consensuado

P: Pese a que estos relatos son conocidos por todos, se adaptan a una historia con la que nada tienen que ver.

R: Ese es su misterio. Esos cuentos nacen en un momento en el que ni siquiera se había inventado la escritura, por eso son de tradición oral, se transmiten de boca a boca o de boca a oreja.

¿Qué misterio tendrán que atraviesan siglos y siguen siendo eficaces para generaciones que nada tienen que ver con el momento en el que se inventaron? La única explicación que cabe es que funcionan como arquetipos del inconsciente colectivo, es decir, sus personajes se mueven por el inconsciente general y, por lo tanto, nos hablan.

Lo curioso es que la mayoría de ellos no tiene más de cinco o seis páginas, ¿cómo es posible que tengan esa capacidad de duración? Cualquier escritor sensato daría una mano por escribir un texto así que durara siglos y siglos.

La explicación está en que sus personajes son consustanciales a la naturaleza humana y nos seguimos reconociendo en ellos. Sus arquetipos se repiten matemáticamente en la tradición oral de todas las culturas, incluso en aquellas que no han tenido contacto ninguno, lo que significa que golpean en algo muy profundo de nuestro ser, nos miramos en ellos como la gente se mira en un espejo.

P: ¿Y los sueños? Actúan como una ventana entre lo que es real y el subconsciente.

R: Los sueños tienen que ver mucho con los cuentos. Si tú coges el metro e imaginas que ese viaje en el metro no es real, que es un sueño, funcionaría perfectamente, porque además el metro es una cosa muy onírica -va bajo tierra, la oscuridad y las luces-. Es ahí donde empezamos a tener problemas con las fronteras entre la ficción y la realidad; entre el sueño y la vigilia.

En las culturas primitivas no se establecen fronteras entre el sueño y la vigilia, los sueños son una realidad también. Pensamos que no, pero los sueños son realidad. Nosotros decimos que la vida es sueño, pero hay poca gente que diga que el sueño es vida.

Está muy bien asociar el sueño porque todos estos relatos que vienen de la antigüedad y que tienen esta función de que nos veamos reflejados en ellos guardan mucha relación con el mundo onírico, con el mundo de los sueños.

Juan José Millás posa en la entrevista con ElPlural.com

P: Llama la atención de cómo aborda el significado de la literatura. Habla en algunos momentos de que la lectura es “una responsabilidad” o de que “el libro tiene fiebre”.

R: Hay un personaje que en un momento determinado dice que los libros no se leen por gusto, que esa no es la motivación principal, debería ser la propia responsabilidad. Es una frase un poco misteriosa.

Cuando la gente se reunía hace siglos alrededor del fuego para escuchar estos cuentos, no se reunían para pasar un buen rato, pasaban un buen rato porque los cuentos eran buenos, pero estaban ahí por responsabilidad, porque estos relatos eran la representación de la vida. El que los contaban por una responsabilidad de función educativa, y los que los escuchaban era por responsabilidad a escucharlos, estaban aprendiendo de la vida.

Mucha gente se pregunta para qué sirve la literatura. Yo les diría: ‘Mira, no te vuelvas loco, vete a su origen, que son los cuentos de tradición oral, y pregúntate para qué servían’. Servían para hablar de la vida y, hoy día, la literatura no sirve para otra cosa más que para hablar de la vida. Toda buena novela es una metáfora de la vida o no es nada.

Decimos que la vida es sueño, pero hay poca gente que diga que el sueño es vida

P: En otro orden de ideas, el Barómetro de Lectura de Compra de Libros del 2022, refleja que cerca del 65% de los españoles leen en su tiempo libre. Sobre todo, se ha dado un incremento de un 12% en las generaciones jóvenes. Lo que evidencia que se ha prolongado la tendencia que se dio a raíz de la pandemia. ¿Cómo lo valora?

R: Me parece bien. Estas encuestas a veces son contradictorias porque a veces nos quejamos de que la gente lee poco, pero, de repente, aparece una encuesta que dice que estamos en unos niveles aceptables. Esto me parece que son más valoraciones para un sociólogo.

P: Pero en particular entre los jóvenes. ¿Considera que es bueno que se empiece a eliminar ese estereotipo que pesa sobre estas generaciones de que no leen y que están siempre más pendientes de las redes sociales y el mundo online?

R: La lectura es fundamental y muy importante en las épocas de formación, porque es cuando uno aprende a leer y aprende a leerse. Precisamente es en esas épocas de formación en las que uno tiene la posibilidad de identificarse con personajes y construir una identidad. La función de la lectura en esas edades es poner en contraste tus propias emociones con las de los personajes y, de esa manera, te vas construyendo.

La identidad es una especie de aplicación como la de los móviles que, en vez de en estos dispositivos, las tenemos en nuestras mentes. Se construye a base de coger un poco de algo que te gusta, de tus padres o de un profesor que te haya marcado especialmente. Si en esas épocas tienes la suerte de convertirte en lector resulta que los personajes de las novelas te están dando modelos de comportamiento y de conducta de los que se puede aprender mucho.

La ventaja es que todas las experiencias que se viven leyendo son reversibles. Un día puedes ser asesina en Noruega porque te identificas con el asesino de la novela, pero cuando cierras el libro y vuelves a la realidad no sigues matando, has matado la fantasía.

No hay cosa que no podamos imaginar. Puedes imaginar la mayor atrocidad que exista, no pasa nada, no pasa nada si no la llevas a la realidad. Todo se puede imaginar, pero no todo se puede hacer, y eso se aprende leyendo.

P: Todo el mundo conoce su trayectoria mediática y literaria, pero, para usted, ¿qué significa ser lector?

R: Es mi vida, por encima de ser escritor. Si tuviera que elegir me quedaría con leer porque es lo que cambió mi vida. Si no me hubiera tropezado con la lectura, mi vida no sé cuál habría sido, pero desde luego muy diferente. Soy lo que soy por los libros. Para mí significa una identificación masiva con la lectura, no sería nada sin la lectura, no soy nada sin la lectura. Si dejo de leer no podría escribir, la lectura es el combustible de la escritura.

Soy lo que soy por los libros

P: En otro orden de ideas, es un aclamado articulista y, en sus textos, aborda con frecuencia la actualidad política. La pregunta es obligada. ¿Cómo percibe el panorama actual?

R: Ahora mismo de ningún modo, llevo una semana completamente desconectado de todo. El domingo pasado quedé con Javier del Pino -con quien hago el programa ‘A vivir que son dos días’- que no iba a ver ningún periódico, ni telediario, ni tertulia. Es un experimento para ver qué me pasa, porque estoy muy enganchado a la actualidad, pero ahora no tengo ninguna valoración.

Te diré una cosa. Es cierto que con cierta frecuencia hablo en mis artículos de política, pero los que más me gustan son los que no hablan de política y creo que los artículos en los que hablo del misterio que anida la cotidianidad son mayores en número que aquellos en los que hablo de política.