Cuando se piensa en Pamplona, es casi inevitable que la mente no viaje al ritmo del cohete del Chupinazo, al bullicio de los encierros o al aroma inconfundible de los pinchos en una barra rebosante de habitantes. Y aunque estas imágenes son, sin duda, parte esencial del alma pamplonesa, quedarse solo con ellas sería como hojear un libro sin detenerse en sus páginas. Porque Pamplona es mucho más que fiesta, toros y gastronomía. Es una ciudad que guarda en cada rincón la huella de su historia, de sus gentes y de un espíritu que abraza al visitante con una calidez inesperada, y que, por supuesto, se considera una de las mejores ciudades para vivir en Europa.

Una historia que se respira entre murallas

Pamplona (también conocida como Iruñea en euskera) no se entiende sin su pasado medieval. Unos magníficos años que se conservan no solo en libros o museos, sino en la propia estructura de la ciudad. Gracias a sus grandes murallas, que nos cuentan historias de un tiempo en el que los baluartes, los portales y los fosos eran parte del día a día, se puede dar un paseo por la historia viva de Navarra.

Desde esos altos muros, se aprecia el río Arga y la expansión de la ciudad moderna, que se desarrolla más allá de los límites de piedra que un día protegieron a tres burgos enfrentados: Navarrería, San Cernin y San Nicolás. Durante siglos, estos núcleos vivieron con desconfianza mutua, separados incluso físicamente. Sin embargo, en 1423, gracias al Privilegio de la Unión, se unificaron por fin en una única Pamplona.

A día de hoy, ese antiguo enfrentamiento solo se percibe si uno presta atención a las iglesias que marcaron cada burgo. La de San Cernin, con sus dos torres góticas y su capilla barroca dedicada a la Virgen del Camino, es uno de los templos más característicos. La de San Nicolás, fortificada, románica y sobria, sorprende por su belleza y su ambiente acogedor. Ambas son testimonio de los tiempos turbulentos que forjaron la ciudad.

Entre estas iglesias, plazas y callejones se abre paso la vida. La plaza del Castillo, corazón palpitante de Pamplona, ofrece una de las postales más espléndidas del territorio, y entre terrazas llenas de conversaciones y cafés históricos como el Iruña, la ciudad late con fuerza. El gran periodista estadounidense Hemingway lo sabía bien: fascinado por la intensidad de los Sanfermines, convirtió este lugar en escenario de su novela Fiesta y en refugio personal durante sus visitas.

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El Ayuntamiento de Pamplona iluminado al anochecer

Gastronomía de calle y corazón

Y si hay algo que puede competir con la historia y la arquitectura de Pamplona, eso es su gastronomía. En pocos lugares se vive con tanta naturalidad la cultura del pincho, donde no es solo comer, sino compartir, explorar, saborear, descubrir. Desde tortillas jugosas hasta creaciones gourmet con foie, hongos o bacalao, cada bar ofrece un pequeño universo culinario.

Las calles San Nicolás, San Antón o San Gregorio son una invitación constante a detenerse y probar. Aquí se mezclan turistas, vecinos, estudiantes y peregrinos, todos en busca de esa pequeña joya gastronómica que les sorprenda.

La pasión que todos desean vivir una vez en la vida

Por supuesto, cuando se habla de Pamplona, uno debe detenerse en el gran sentimiento de los Sanfermines. Las fiestas, que comienzan cada 6 de julio con el estallido del Chupinazo, convierten la ciudad en el centro de atención del mundo. Durante días, las calles se llenan de blanco y rojo, y el encierro de cada mañana se vive con una mezcla de emoción, respeto y adrenalina.

san fermines pamplona
El respeto y la adrenalina que se vive en cada encierro de los Sanfermines

Recorrer el itinerario del encierro cuando no hay toros es una experiencia en sí misma. Desde los corrales del Gas hasta la plaza de toros, pasando por la mítica cuesta de Santo Domingo, la curva de Mercaderes o la calle Estafeta, se puede seguir el rastro de una tradición que lleva siglos celebrándose. Ver la imagen de San Fermín en su hornacina mientras se escucha la plegaria de los corredores antes de empezar la carrera es un momento que sobrecoge incluso al más escéptico.

Paso a paso en el Camino de Santiago

Pero Pamplona no solo acoge a quienes buscan la emoción. También es punto clave para los peregrinos del Camino de Santiago. Desde el puente de la Magdalena, donde se cruza el río Arga, hasta la calle Mayor, el trazado jacobeo atraviesa la ciudad como una columna vertebral cultural y espiritual.

La catedral de Santa María la Real, con su espectacular nave gótica y su claustro considerado uno de los más hermosos de Europa, es una parada que ningún visitante se pierde. Allí descansan los reyes Carlos III y Leonor de Trastámara, cuyas tumbas de alabastro sorprenden por su realismo y su belleza. Muy cerca, el centro Ultreia permite al visitante comprender mejor la historia y el significado del Camino.

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La catedral de Santa María la Real de la Almudena (Pamplona) forma parte del Camino de Santiago

Donde la naturaleza se cuela entre las piedras

Pamplona es también una ciudad para pasear y respirar. El parque de la Ciudadela, construido como fortificación en forma de estrella en el siglo XVI, es ahora un pulmón verde donde el pasado militar convive con la tranquilidad del presente. Muy cerca, los jardines de la Taconera, con sus fosos poblados por ciervos, pavos reales y patos, ofrecen un respiro bucólico en pleno centro.

Y para los que buscan una experiencia más exótica, el parque Yamaguchi, al oeste de la ciudad, propone una inmersión en la estética japonesa. Diseñado por paisajistas nipones, sus senderos, estanques y jardines invitan a la contemplación. En su “Jardín de la Galaxia”, una representación vegetal de la Vía Láctea, uno se siente, literalmente, caminando entre estrellas.

Un lugar donde el reloj no es partícipe

Lo maravilloso de Pamplona es que cada estación, cada jornada y cada momento para contemplarla, se vuelve único. Se puede visitar en julio y entregarse al bullicio sanferminero, o llegar en otoño y disfrutar de sus calles empedradas y su gastronomía sin aglomeraciones. Se puede seguir el Camino de Santiago o perderse sin mapa por sus plazas. Y por último, se puede admirar su catedral tranquilamente o tomar un vermut en la única plaza del Castillo.

Porque Pamplona no es solo para los valientes que corren delante de los toros. Es también para los curiosos, los tranquilos, los comilones, los románticos, los devotos, los niños, los abuelos. Es una ciudad que sabe acoger, que no se impone, que se descubre poco a poco, como un buen vino que mejora con cada sorbo.

Adéntrate en la Pamplona más auténtica y descubre todos los secretos que esconde una de las mejores ciudades para vivir en Europa
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