Estamos viendo estos días algo que ya preveíamos y anunciamos, una gran cantidad de incendios a lo largo del verano y alguno de ellos muy virulentos. En California quizás el más espectacular, aunque en realidad son casi dos docenas de incendios en la misma zona, llegando a teñir de naranja el cielo de San Francisco de tal manera que recuerda alguna película futurista. Medio millón de evacuados, unas pérdidas de económicas tremendas y un desastre ambiental desmesurado.

En España hemos tenido nuestras pequeñas “californias” en Canarias, en Huelva y muy especialmente en el “clásico” Orense. Algún día alguien debe explicar el motivo concreto de que Orense sea un habitual del verano. Seguro que la mano del hombre tiene mucho que decir. Todas las zonas son bonitas, pero Orense... es especial.

Y viendo la prensa nos encontramos cada año con lo mismo: imágenes tremendas de la devastación, los agentes forestales, los bomberos, los “ángeles” de la UME,.. y algunos políticos visitando la zona. En el caso de algunos políticos hemos tenido ejemplos muy llamativos, tal es el caso de la consejera de Medioambiente de Andalucía llegando a decir algo tan tremendo como que el incendio “no afectó a nada de interés natural”, o de la controvertida (por ser fino) Ayuso cuyas únicas andanzas públicas en agosto  han sido una misa y una visita a un incendio. Incluso debió gustarle tanto que en la foto de su Twitter aparece ella con un casco de bombera.

Finalmente, vemos en la prensa cuando se extingue el incendio una información general sobre la extensión del mismo y aquí se acabó la prioridad informativa. Pocos medios son los que preguntan ¿y ahora qué?. Al tiempo vemos en algunos medios la opinión de expertos ambientalistas que comienzan a hablar sobre las causas y sobre algo muy habitual, la especie de árbol. Comienza el debate. El pino era malo, pero peor el eucalipto (este es el top ten de los malos), mejor tal tipo de árbol,..

Esta es la base de mi reflexión. La culpa de un incendio, nunca, nunca, la tiene el árbol. La tienen varias causas, algunos muy comentadas: el abandono en la gestión y prevención durante el invierno, el propio abandono de lo rural. En algunos casos el provocador del fuego es una causa natural como puede ser un rayo; pero la mayoría de las veces el fuego es provocado por el ser humano de forma intencionada y en otros de forma indirecta. El cambio climático provoca temperaturas más altas, mayor sequedad y grandes vientos. La tormenta perfecta para el incendio. Las barbacoas y las quemas de restos de forma incontrolada ayudan lo suyo también. Incluso, el abandono de basura y el vidrio que actúa en este caso como lupa también perjudican. Todos estos factores, de forma involuntaria o de forma intencionada, son los causantes reales. Sin duda.

El abandono de las administraciones en la gestión y mantenimiento durante el invierno provoca que cuando hay un incendio la extensión del mismo, la velocidad y la virulencia sean mucho mayores. Pero claro, es tan chulo ver un hidroavión, un helicóptero, un casco de bombero, ..y sale tan bien en la tele, que nadie se resiste. Lo que se hace en invierno no sale en la tele, lo del verano siempre sale.

Pero, ¿y el árbol? Este, junto a los arbustos (que también son naturaleza y son imprescindibles para muchos animales y especialmente las aves, reptiles e insectos) es la víctima. Por supuesto, además de las personas que viven en el entorno y los animales que pierden su hábitat e incluso mueren a millares.

Por eso, la causa nunca puede ser el árbol, ni el eucalipto ni ningún otro. Arder, arden todos muy bien. Alguno tiene estrategias de supervivencia muy adecuadas por su rápido crecimiento y eso permite un mantenimiento de la capa orgánica del suelo muy adecuado para la generación de vida. La encina es un gran combustible (no hay una buena chimenea sin un tronco de encina), pero nadie pediría eliminar las encinas de los bosques por su facilidad de combustión. Igualmente el pino resinero y así un largo etcétera.

“!Ya, pero el eucalipto es de fuera, no es autóctono!” Dicen algunos. Es verdad, el eucalipto proviene de Australia. “!Además donde crece el eucalipto no crece nada más!” Esta afirmación es relativamente cierta, porque cuando veo un bosque de eucaliptos siempre veo arbustos bajo el árbol, no muchos, pero algo hay.

Y esta especie de rechazo a lo foráneo no es coherente, como pasa con el rechazo al ciudadano de fuera, si se me permite la comparación. No es lo mismo un emigrante pobre que uno rico. No es igual un africano de patera que el de yate. La diferencia está en nuestros prejuicios.

Pero, siendo sensatos, y todo es discutible con seguridad, la naturaleza siempre es cambiante, siempre incorpora a otras especies que se aclimatan bien. Por ejemplo, nadie cuestiona el tomate, pero muy ibérico no era y ahora es tan nuestro como el que más. Nadie sensato pediría que se quitasen las plantaciones de tomate. Igualmente ocurriría con el kiwi, la patata, el tabaco,... Se trajeron de fuera, se adaptaron, ofrecen valor al entorno y son parte actual de nuestro entorno.

Con los arboles pasa lo mismo. Dos ejemplos: el olmo siberiano, un tipo de olmo de zonas muy alejadas de nuestras tierras, pero que se adapta estupendamente, consume poca agua, crece en cualquier sitio, no le afecta la grafiosis como a nuestro olmo autóctono y se adapta mejor al cambio climático. Otro ejemplo que he tenido el gustazo de conocer este año, es el bosque de secuoyas de Cantabria. Hace años un ingeniero forestal convenció a la autoridades de la época para traer estos árboles de América y utilizarlos con el fin de explotar su madera. Porque madera, madera, por tamaño  la de la Secuoya, sin duda. Debajo de este tipo de árbol tampoco crece nada, pero nada de nada. Nunca llegó a ser usado para ese fin maderero y creció en extensión y tamaño. Hoy es un espacio natural protegido, un lugar de visita muy bien acondicionado y, sobre todo, una maravilla de sensaciones. Pero tampoco es de aquí.

La lista la podríamos ampliar con multitud de arboles del norte de Africa, de Asia, etc... que fueron traídos, aclimatados y forman parte de nuestro entorno. Pero parece ser que el eucalipto no, ese no.

Por cierto, en los incendios de Orense no hay hectáreas de eucaliptos. Hay otros árboles. El fuego y quien lo provoca, además de quien no lo cuida, es quien quema el bosque. No el pobre árbol, ni el arbusto.

Estoy seguro que este artículo tendrá su polémica. Hablemos.