Rentrée es una palabra francesa cuyo significado no tiene correspondencia con ningún sustantivo en castellano. La traducción literal sería “vuelta”, “regreso”; pero el vocablo francés tiene un significado mucho más concreto y matizado. Significa algo así como “vuelta o regreso a la actividad habitual tras un período de ausencia”, es decir, “vuelta a la normalidad”. Así, en francés se denomina rentrée scolaire a la vuelta a la escuela, y rentrée en general al regreso en septiembre a lo cotidiano tras las vacaciones veraniegas.

Es curioso comprobar cómo lo que no se nombra no existe en la conciencia. Quizás en lengua francesa existe esa palabra porque las vacaciones son algo absolutamente habitual desde hace muchísimo tiempo en la vida de los franceses. En España las vacaciones han sido, hasta hace muy poco, un privilegio con el que las clases llamadas “trabajadoras” no podían ni soñar. De ahí que no exista ninguna palabra que aluda a ese significado en nuestro vocabulario.

Y es realmente interesante constatar cómo el lenguaje es también un reflejo de la realidad y de la historia de los pueblos. No tenemos en España esa palabra porque carecemos históricamente de ese concepto. Sin embargo, desde el final de la dictadura, allá por los últimos años de los setenta, afortunadamente la mayoría de los españoles han ido pudiendo tener acceso, en las últimas cuatro décadas, a ese “lujo” de los más privilegiados.

Se nos hace evidente a todos que necesitamos un regreso a lo cotidiano, una “rentrée”. Urge que lo hagamos. Los niños tienen derecho a aprender, a socializar, a jugar, a crecer. Y los adultos también. Todos tenemos derecho a vivir, y a vivir sin miedo. Con precaución, sí, pero sin miedo. La parálisis económica y social que vivimos nos llevará a todos a una debacle sin precedentes como no se retome la “normalidad” en breve. Carece de sentido que se sigan manteniendo unas medidas que muchos consideran desproporcionadas en una situación actual en la que muere menos gente por coronavirus que por gripe estacional. Aunque también es verdad que está muriendo mucha gente por la parálisis de la Sanidad. Otros muertos, les llaman algunos. Muertos por el cese de tratamientos en enfermedades graves, o por simple falta de asistencia médica. Y estos muertos también son muertos, y también importan, y también cuentan.  

La definición que hace la OMS de la salud es muy elocuente: “Salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades”. Es obvio que no estamos sanos por más mascarillas que nos pongamos. Leía en los últimos días que en Canarias está muriendo más gente por suicidios que por coronavirus. Realmente es difícil de entender y de asumir que seamos incapaces de hacer compatibles la prudencia sanitaria con mantener la actividad mínima necesaria para el bienestar personal, laboral, económico y social que todos necesitamos. Porque dejar de vivir por miedo a morir es morir de todos modos, a lo cual ayuda, sin duda alguna, el incesante miedo y catastrofismo que llevan meses vertiendo los medios de comunicación.

Algunos hablan de “una nueva realidad”. Yo no sé los demás, pero yo no quiero una nueva realidad si eso significa más control, más miedo, más vulneración de los derechos individuales o colectivos, más paro, más empobrecimiento económico y mental, más precariedad, menos solidaridad, menos humanismo, menos libertad.   

No creo que se trate tanto de “volver a la normalidad” ni a una nueva realidad dominada por el control y por el pánico. Se trata de que creemos, sí, una nueva realidad en la que se lleven a cabo los cambios necesarios para normalizar lo destruido en estos meses y para combatir la peor crisis que tenemos encima, la climática y medioambiental, considerada por los expertos como la mayor crisis a la que se ha enfrentado la humanidad en toda su historia y de la que surgirán, si no se ataja, otras graves crisis sanitarias y económicas. Una nueva realidad, sí, pero no marcada por el miedo a una pandemia, sino enmarcada en la creación de un modelo de vida sensato y sostenible. Ciudadanos y dirigentes estamos todos obligados a reflexionar sobre el modelo social que hemos creado y la catástrofe ecológica que está provocando. Sobre esto no nos cuentan apenas nada en los telediarios ni en la mayor parte de los medios de comunicación; no nos alarman, ni nos asustan, ni nos meten en pánico, guardan un silencio cómplice aunque es una crisis mucho peor que la actual pandemia y mata mucho más que el coronavirus; de hecho, de ello depende nuestra pervivencia.  

Coral Bravo es Doctora en Filología