A grandes rasgos se supone que la historia de la humanidad ha sido un camino de evolución desde la barbarie hacia la cultura, desde la ignorancia hacia el conocimiento, desde la rusticidad hacia la sensibilidad. Y digo que “se supone” porque si miramos la historia universal de Occidente, no siempre del todo es así. No sólo ha habido a lo largo de los siglos episodios de grandes retrocesos sociales y políticos, sino que también ha habido enormes retornos hacia atrás y extensas épocas de intensa decadencia.

De hecho, algunos historiadores coinciden en que el Imperio greco-romano fue el cénit de la humanidad, la época humana de mayor avance y de mayor esplendor en todas las áreas de la vida, especialmente en la política y en la cultura. Las antiguas democracias de Grecia y Roma fueron el referente de gobiernos en los que participaba directamente el pueblo. La propia palabra democracia, de origen griego, fue acuñada por los atenienses a finales del siglo VI antes de nuestra era para referirse a su propia forma de gobernar. El avance de la cultura, de las artes, de la ciencia, del derecho fue entonces extraordinario; tanto como que seguimos casi veintiséis siglos después bebiendo de esas fuentes.

El cristianismo, auspiciado por Constantino, propició el final del Imperio greco-romano y el final de la luz del humanismo de esa época esplendorosa de la Antigüedad. En ese momento histórico comenzó una inmensa decadencia que culminó con el oscurantismo medieval y el sometimiento de los pueblos al dogmatismo cristiano. Y la quema de la Biblioteca de Alejandría en el siglo IV, junto al asesinato de Hipatia, la última mujer científica, se considera por los expertos como la quema, a manos de los cristianos, de más de mil años de conocimiento, otro de los grandes retrocesos de la historia y, por descontado, como el símbolo de la represión de la mujer y de su implacable subordinación, un yugo de indignidad contra el que aún se sigue luchando hoy en día.

No fue hasta finales del siglo XVIII que, gracias a la Revolución Francesa, por la que los franceses se revolvieron contra la tiranía, el despotismo y los abusos del poder de la época (la monarquía y el clero), se inició el proceso que daría lugar al nacimiento de las democracias modernas. La Ilustración y la Enciclopedia, a través de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, pusieron las bases ideológicas para proclamar la abolición de la esclavitud, y la liberación de las sociedades y de las personas del yugo del sometimiento humano a lo “divino”, y a considerar como derecho imprescindible del hombre “la resistencia a la opresión”. Tanto, y mucho más, les debemos la humanidad entera a los franceses, aunque aquí, en España, algunos se han encargado muy bien, en defensa de sus intereses, de desprestigiar al país vecino. Claro, es el “demonio” que trajo las democracias, los derechos civiles y los derechos humanos.

Como vemos, la involución ha sido algo frecuente en la historia humana, política, social, económica y cultural. Suele pasar que cuando se ganan derechos y libertades algunos se dedican a abolirlos, y hay que reconquistarlos, y suele pasar que cuando se avanza algunos se empeñan en que se vuelva a retroceder. Hace unos días volví a ver el vídeo electoral de PACMA para las elecciones del pasado abril. Afortunadamente vuelven a presentarse a las elecciones del 10N. El vídeo maravilloso,  titulado “Re evolución”, nos habla de eso mismo, de comenzar a re-evolucionar, porque es evidente que estamos involucionando a marchas forzadas.

Porque, desde que Reagan, Thatcher y adláteres como Aznar, Berlusconi, Merkel, Sarkozy (y otros que se han subido al carro) nos introdujeron en el neoliberalismo, que nos vendían sólo como una doctrina económica inofensiva, comenzó una nueva e implacable involución ideológica, económica y social; un retroceso marcado por pautas psicopáticas en virtud de las cuales el dinero es lo único que les importa, y cosifican a las personas para abusarlas y despreciarlas sin un ápice de solidaridad ni de compasión. Y en las dos últimas décadas han desdibujado las democracias, han auspiciado los fundamentalismos religiosos y políticos, abriendo un amplio espacio a la presencia de las extremas derechas, con todo lo que ello conlleva.

Y, muy importante, unido al desprecio a la dignidad humana muestran también el desprecio a cualquier vida. Se enorgullecen de la barbarie que es la tauromaquia, y amplían la financiación pública que es, finalmente, lo que más les interesa. Una ausencia de empatía y un afán de crueldad que acredita a los que afirman que nunca, como en la era neoliberal, ha habido tanto psicópata y sociópata gobernando el mundo. 

En esa sintonía PP, Ciudadanos y Vox acaban de acordar promocionar la caza en los colegios de Andalucía como actividad escolar. Se olvidan, sin embargo, de promocionar valores democráticos y derechos humanos, por ejemplo. Como dicen en el vídeo de PACMA, “son involución, sienten el poder, la lujuria de arrebatar una vida. Son involución, y se creen patriotas abanderando el discurso del miedo (…)”. Frente a esta oscura involución sólo hay un camino, retomar con fuerza y convicción  la evolución social, económica, cultural y sobre todo ética a la que aspiramos, sin duda, la mayoría y de la que tanto nos han alejado. La ética más elevada conduce a la no-violencia, que es la meta de toda evolución, decía el humanista, estudioso e inventor Thomas Edison, y hasta que dejemos de dañar a otros seres vivos seguiremos siendo unos salvajes.