El control del lenguaje es la pieza esencial en la política. En este terreno, está claro que el independentismo catalán lleva mucha ventaja. Durante estos últimos años ha sabido construir todo un lenguaje propio, basado por lo general en la manipulación y tergiversación de un buen número de términos al servicio único de sus intereses tácticos y estratégicos. Sería muy de agradecer que expertos en estas cuestiones, lingüistas y lexicólogos, nos ofrecieran un buen estudio al respecto. Expresiones como “proceso de transición nacional”, “derecho a decidir”, “voluntad popular”, “esto va de democracia”, “hacer República” y otras muchas han constituido los cimientos de un relato político poco o nada racional pero, y ahí está el secreto de su éxito popular, que apela de forma sistemática a emociones y sentimientos, como suelen hacer todos los populismos, sea cual sea su orientación ideológica.

En este constante ejercicio de control y dominio del lenguaje como elemento decisivo en la elaboración de una realidad virtual alejada de la sociedad real -un ejercicio comenzado ya en los inicios de este proceso bajo el liderazgo por entonces indiscutido e indiscutible de Artur Mas, ampliado de forma muy notable desde que Carles Puigdemont le sustituyó en este caudillaje y reforzado aún algo más desde el reciente e inesperado acceso de Quim Torra a la Presidencia de la Generalitat-, está claro que el secesionismo catalán ha logrado mantener permanentemente encendido el fuego de sus aspiraciones independentistas. A pesar de sus innumerables errores políticos, que en muchas ocasiones han consistido en flagrantes ataques al Estado social y democrático de derecho que es España desde hace ya cerca de cuarenta años, el separatismo se ha mantenido relativamente unido y ha seguido contando con un consistente apoyo ciudadano, siempre algo por debajo del 50% del conjunto del electorado catalán, entre el 47% y el 48%.

Esta situación se sostiene de forma apenas modificada, elección tras elección. Este empate, hoy por hoy difícilmente superable al menos a corto plazo, no va a permitir encontrar ninguna solución política eficaz. De ahí que ahora, en un enésimo ensayo de manipulación y tergiversación del lenguaje político, Carles Puigdemont desde Hamburgo y Quim Torra desde Barcelona, ante la perplejidad absoluta de Artur Mas y de gran parte de lo que todavía queda de la vieja CDC, lanzan una especie de OPA hostil a todo el nacionalismo catalán. Su ambición es clara e inequívoca: crear un nuevo Partido Único en el que estén todas las formaciones independentistas y nacionalistas, de derechas, de izquierdas, de centro e incluso mediopensionistas. Un Partido Único, un Frente Nacional, un Movimiento Nacional… En eso consiste su “Crida Nacional per la República” (“Llamamiento Nacional por la República”).

Es este un muy extraño y sorprendente retorno al pasado, incluso con la promesa siempre incumplida de que este supuesto partido único dejará de serlo cuando al fin pueda ser proclamada la República. De ahí que, de entrada, ni la histórica ERC ni la joven CUP parezcan dispuestas a tragarse este sapo. Habrá que ver qué acabará sucediendo con lo poco o mucho que queda todavía de aquella gran CDC fundada y liderada durante tantos años por Jordi Pujol, reducida ahora solo al actual PDECat. De lo que no hay ni habrá duda alguna es que esta ensoñación de Partido Único bajo ningún concepto podrá acabar con una realidad muy tozuda, que no es otra que la rica diversidad ideológica y política de la ciudadanía catalana, manifestada con una gran pluralidad basada, entre otras motivaciones, en sentimientos y emociones de pertenencia y de identidad, y también en opciones ideológicas y sociales que nada tienen que ver con estos sentimientos o estas emociones.

Querer reducir la complicada y compleja diversidad del catalanismo político a una sola opción nacionalista, y encima subsumida ésta en el independentismo, es algo así como querer imponer un pensamiento único. Algo impensable y del todo punto indeseable. Algo que la sociedad catalana no aceptaría nunca, ni tan siquiera bajo los efectos de ingestas masivas de ratafía.