Carles Puigdemont solo cree en la unidad del independentismo organizada entorno a su persona, en este sentido, los partidos tradicionales son una molestia a minimizar, comenzando por el suyo, el PDeCAT. Por eso, la misma semana que su partido celebra una asamblea para remontar el vuelo, él lanza la Crida Nacional per la República para movilizar a los futuros militantes de su plataforma, todavía sin nombre, pero con estrategia: el plebiscito, como subterfugio de un referéndum ya realizado para unos, fracasado para otros e improbable de negociar con el gobierno Sánchez ni ningún gobierno constitucional, al menos de la Constitución vigente.

Plebiscito ya hubo uno en 2015 según dijo Artur Mas, pero al no ser su resultado satisfactorio en votos populares, todo se quedó en una victoria electoral en diputados muy reconfortante para Junts pel Si. Tras la experiencia de 2017, con ERC ya muy distanciada de Puigdemont yendo por su cuenta y un éxito electoral de Ciudadanos, el plebiscito vuelve a aparecer como la carta más adecuada para remontar la moral de victoria y mantener en alto la reclamación de la república misteriosa, a veces por implementar otras por reivindicar.

Este nuevo ensayo plebiscitario se prevé para las elecciones municipales, en homenaje a las de 1931 que permitieron proclamar la República, a pesar de haber ganado los partidos republicanos solo en concejales, pero no en votos. El peso de las grandes ciudades, la euforia desatada en las calles, la falta de televisión y Twitter, ayudaron a Alfonso XIII a entender la situación y salir de España.

La primero que ha hecho Puigdemont ha sido perjudicar todo lo que ha podido a su propio partido para forzarle a participar de sus planes

El plebiscito requiere unidad de acción. Y las voces a favor de la unidad son diversas y permanentes, comenzando por Jordi Graupera, periodista y filósofo que propone unas primarias entre independentistas para intentar ganar para la causa al gobierno municipal de Barcelona, pero que con gusto se sumará a la Crida del expresidente, como alguno de los sectores de la CUP, siempre dispuestos a practicar la unidad. Para eso se plantea una plataforma de doble militancia, para que gentes de la ANC y del PDeCAT puedan estar en todas partes. Incluso algunos cargos institucionales de ERC, pero no la dirección, que se ha limitado a desear suerte a los promotores.

El nuevo movimiento legitimista se presume transversal, una segunda Assemblea Nacional que permita a la actual ANC seguir en su papel de movilizador, sin entrar en la política que para eso ya está Puigdemont, en colaboración con Jordi Sánchez, anterior presidente de la organización. Su Crida Nacional tiene idéntico nombre de la que lanzó Theresa May antes de empezar a negociar el Brexit, aunque en este caso, más bien parece un intento de salir del mal paso por el que discurre el independentismo desde los hechos de octubre, cuyo desenlace se atribuye a las dudas de los partidos.

Lo primero que ha hecho Puigdemont, con la aquiescencia del presidente Torra y medio gobierno, ha sido perjudicar todo lo que ha podido a su propio partido para forzarle a participar de sus planes. Se negó a presidir el PDeCAT y ya enseñó a Marta Pascal alguna de sus piezas para derrotarla en la asamblea inminente, aunque, seguramente, el actor definitivo que vaya a enfrentarse a la actual coordinadora general en nombre de los intereses de Puigdemont permanece a resguardo en su escaño del Congreso de los Diputados.

Lo segundo, garantizarse una organización de fieles de carácter soberanista, transversal, crítica con los partidos, en especial anti-ERC, y de voluntad socialdemócrata, como el exconseller Ferran Mascarell que presentó la Crida, compartiendo con voces más liberales como Elsa Artadi, la vieja guardia convergente, incomoda con Marta Pascal, el sector histórico de la ANC y algunos dirigentes del viejo PSUC. Este conglomerado buscará el voto de PDeCAT y ERC, en general de todo soberanista decepcionado con el papel de los partidos a lo largo del Procés.