Salvador Illa ganó las elecciones catalanas y asumió de inmediato su responsabilidad para liderar una nueva etapa para Cataluña. Sin embargo, el PSC no tiene garantizada la presidencia de la Generalitat. Los partidos independentistas han perdido la mayoría en el Parlament, pero ni Junts ni ERC han dado ninguna señal de estar dispuestos a aceptar la ruptura de los bloques ni facilitar la política de reencuentro abanderada por los socialistas catalanes y el presidente Pedro Sánchez. En pocos días le llegarán a Sánchez las nuevas exigencias de sus socios soberanistas para seguir apoyándole en el Congreso de los Diputados.

Pere Aragonés, el gran perdedor de las elecciones, anunció de inmediato que ERC asumirá su papel de oposición y desvió toda responsabilidad de gobierno a PSC y Junts, a los que homologó como adversarios de su gobierno y se supone que responsables de su retroceso electoral, obviando que los socialistas facilitaron activamente su gobierno minoritario. Carles Puigdemont, que en los últimos días había convencido a sus prescriptores mediáticos de la posibilidad de su victoria, hizo todo lo contrario. Desde Argelés, intentó levantar el ánimo a sus seguidores al afirmar que él se ve capaz de articular un gobierno sólido de obediencia estrictamente catalana como alternativa al tripartito de izquierdas que catalogó como perjudicial para Cataluña.

La formulación de un gobierno de obediencia catalana por parte de Puigdemont supone una amenaza directa para Pedro Sánchez. En el mejor de los casos esta fórmula obtendría el apoyo de sus 35 diputados, los 20 de ERC y los 4 de la CUP, quedando muy lejos de la mayoría absoluta, por lo tanto, sería imprescindible que el PSC se abstuviera. El planteamiento implícito es cristalino: exigirle a Sánchez una abstención de los 42 diputados socialistas en beneficio de Puigdemont, a cambio de seguir prestando sus votos al PSOE en el Congreso.

La hipótesis lanzada por Puigdemont se intuye muy voluntarista, pero le resultará eficaz para ganar tiempo antes de tomar una decisión personal sobre su futuro político. En el momento en el que acepte el fracaso de su intento de retornar a Cataluña como presidente de la Generalitat, la idea de un abandono de la política activa se abrirá paso en su partido. Esta es una decisión trascendental.

La aritmética ofrece una coalición ampliamente mayoritaria en el Parlament, la de PSC y Junts, con 77 diputados. Ninguna de las dos partes ha dado la más mínima señal de estar interesada en profundizar en la posibilidad de materializarla, sin embargo, para los socialistas es evidente que no es lo mismo negociar con Junts presidido por Puigdemont que con Junts sin la sombra del ex presidente de la Generalitat. Durante este período de incógnita sobre una supuesta intervención de Sánchez para convencer al PSC de que lo mejor para todos es que renuncie a presidir la Generalitat,  Puigdemont mantendrá su influencia en Junts, el día que esta eventualidad quede en nada, su papel menguará y entonces ya se verá.

La teoría de que los pactos para gobernar en Cataluña tendrían lugar en Madrid no es nueva, sobrevoló durante toda la campaña gracias a las insinuaciones de los candidatos independentistas para ningunear a Illa. El líder del PSOE, en sus múltiples comparecencias en campaña, siempre ha manifestado que su apoyo a Illa es total. La voluntad de Puigdemont de españolizar la negociación para gobernar la Generalitat se manifestará en primer lugar en el pleno del Congreso que debe aprobar definitivamente la ley de la amnistía, sin la cual, su capacidad de presión disminuiría notablemente.

De todas maneras, para poner en marcha esta maniobra de pressing sobre Sánchez, Junts necesita a ERC. Y de mantener ERC su decisión de replegarse en los bancos de la oposición en el Parlament, desentendiéndose del futuro inmediato de la gobernabilidad en Cataluña, las aspiraciones de Puigdemont no tienen ninguna credibilidad. En esta tesitura, tampoco tendría ningún futuro el tripartito PSC-ERC-Comuns, que con los republicanos sumaría mayoría absoluta, pero sin ellos queda en un gobierno minoritario.

El PSC ha obtenido un espléndido resultado al ganar por primera vez unas elecciones catalanas en número de votos y en número de diputados. Aun así, Salvador Illa deberá enfrentarse antes o después a la posibilidad de la repetición de las elecciones. Para evitarlas, de seguir ERC en la nevera, solo dispondrá de dos opciones. Una es el gobierno con Junts (una vez que el plan de Puigdemont sea desbaratado por Sánchez), una combinación altamente peliaguda para ambos partidos, pero no imposible. La otra, el gobierno en minoría, cuya conformación también dependerá de un acuerdo de abstención con varios partidos, Junts, ERC, PP, que no será fácil de cerrar y menos todavía de gobernar. La solución, para después de las elecciones al Parlamento Europeo.