No hay trabajo más importante, nos lleva una vida y algunos no lo logran, que alcanzar a conocer lo que somos y asumirlo, proyectando en los demás y en el mundo lo mejor de nosotros. Esto, que debe llenarnos de orgullo, tiene mucho más sentido cuando, hasta hace muy poco, la construcción y legitimación de determinadas identidades, como son las LGTBIQ+ han estado proscritas, y aún siguen estándolo, en la mayoría del mundo. Incluso en el llamado primer mundo, los últimos años, con el auge de los populismos, se ha observado, estadísticamente comprobable, un aumento de las agresiones y violencia homófobas o tránsfobas. Hace sólo unos días, en el avanzadísimo Oslo, en noruega, un criminal abría fuego contra personas de este colectivo en un conocido local del centro de la ciudad. En España, según el Instituto Nacional de Estadística, los delitos de odio han aumentado más de un 8%, y el caso del asesinato de Samuel Luyz, por poner un ejemplo trágico, no deja lugar a dudas. En Israel, por ejemplo, donde la ciudad de Tel Aviv es un referente y un oasis en todo oriente medio para la comunidad, se han intensificado las agresiones y ataques contra la comunidad, por parte tanto de los musulmanes ortodoxos como por los judíos ultraortodoxos.   

Este 28 de junio van a cumplirse más de cincuenta años de los disturbios de Stonewall en Nueva York. Fue el inicio de un movimiento y una lucha por el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBI y trans que habían sido maltratadas y perseguidas hasta entonces. Fueron los sesenta en los que un resurgir de las luchas en todo el mundo por las libertades significó el renacimiento y consolidación del movimiento gay. La chispa de este incendio se produjo en Stonewall, en los EEUU. Stone Wall era un bar gay del centro de New York, en el barrio de Greenwich Village, controlado por la mafia y sobrevivía gracias a los sobornos que pagaban a la policía. Para disimular estos pagos, y también para dar rienda suelta a su homofobia, la policía realizaba redadas ocasionales. La madrugada del 27 al 28 de junio de 1969 ocho policías decidieron llevar a cabo una redada. Esta tropa era suficiente, según ellos, tratándose de un bar de "mariquitas" a los que estaban acostumbrados a golpear y humillar de todas las formas que se les ocurría, abusando de su autoridad, y de la criminalización legal que sufría el colectivo LGTBI y TRANS.  Pero aquel día las cosas no les salieron como estaban habituados. Una multitud de gays y sus familiares y amigos empezó a congregarse alrededor del bar gritándole a la policía, hartos de insultos y arrestos arbitrarios, sólo por ser lo que eran, cercando totalmente a los uniformados, quienes se refugiaron en el bar. Atrapados pidieron ayuda a la comisaría que envió al escuadrón de fuerzas de choque de New York. La revuelta duró tres noches y la policía se vio obligada a retirarse de la zona. Los incidentes se sucedieron durante todo el verano hasta la creación, en agosto, del Frente de Liberación Gay. Un acto "normal" de opresión había desencadenado una gran respuesta. El Frente estableció reuniones públicas, creó un periódico llamado Come Out! (¡Sal afuera!) y organizó una jornada de lucha para retomar las calles y expresar libremente el derecho a ser gay. A partir de esas manifestaciones se empezaron a tramitar leyes para la despenalización y recuperación de derechos civiles de las personas LGTBI y TRANS, que habían sido conculcados y pisoteados hasta entonces. Por esta razón, cada año, desde 1969, se celebra el día del orgullo gay en todo el mundo.

La tramitación en España de la polémica, para los de siempre, Ley Trans, que entre otras medidas contempla el agravante de los delitos de odio, es una pequeña conquista más que no debe volvernos complacientes. No hay que bajar la guardia tampoco en los países en los que, tras tantas amarguras, se han conseguido conquistas civiles fundamentales como en el nuestro. Ese es el actual “Muro de Piedra”- que es lo que significa Stonewall- al que enfrentarnos hoy. Declaraciones como las de los dirigentes del partido de extrema derecha Vox en España, y sus líderes, que deberían ser llevados a los tribunales por incitación al odio, son alertas de que lo ganado puede perderse en un parpadeo. La inefable diputada de esta formación Rocío Monasterio se ha manifestado públicamente a favor de legitimar legalmente “el derecho de los padres a llevar a sus hijos gays a terapia de reconversión”, cuestión esta que también prohíbe la nueva Ley Trans. Todo esto forma parte de un delirante manifiesto de diciembre de 2016, unos meses después de que entrara en vigor en Madrid la Ley de Protección Integral contra la LGTBifobia. El diario El Español publicó el manifiesto íntegro, suscrito por personalidades del reaccionarismo nacional como Ignacio Arsuaga, Lourdes Méndez, Mariano Calabuig, Jaime Mayor Oreja o la propia Rocío Monasterio. En él se defiendeel derecho a la autonomía del paciente y a la libertad individual ante las leyes que prohíben someterse a una terapia de reorientación de la inclinación sexual cuando se trate de revertirla a la heterosexualidad, incluso si esa fuera la voluntad de la persona y solicitara tal terapia, además se sanciona el profesional que se preste a ayudarle en su legítima pretensión”. Además de calificar esta ley como “totalitaria”, aseguran que “los padres pueden ser denunciados por violencia familiar” si acudieran con sus primogénitos a un psicólogo “para aplicar este tipo de terapia”. Lo que no comprendo es como esos “Lobbies gays” de los que tanto hablan, no han organizado ya su propia resistencia a lo “Stonewall”, o lo que es mucho mejor, cómo no han llevado a los tribunales estas afirmaciones que van contra la legalidad vigente en nuestro país, y alientan a la comisión de delitos contra menores por parte de sus progenitores por su condición sexual. Alguien debería explicarles que ni la homosexualidad es un capricho ni una enfermedad, pero la homofobia sí, pero, está claro que, tratar de sembrar sensatez en las cabezas de algunos es como tratar de sembrar nada en cabezas que sólo contienen estiércol, por no decir otra cosa…

El colmo del delirio es que Emilio del Valle, cabeza de lista de Vox al Congreso de los Diputados por Cantabria, y su hijo gay, también militante del partido, se manifiesten en contra del “Orgullo”. Martínez Almeida, el pusilánime alcalde de Madrid, se ha negado, un año más, a colgar las banderas del Orgullo del consistorio madrileño, cosa que sí hicieron antecesores suyos del PP y hacen, por ejemplo, en Andalucía. Lógico, cuando está preso de las políticas de otro partido donde milita Rocío Monasterio, adalid de lobotomías y tratamientos de reconversión para niños homosexuales, por la Comunidad de Madrid. Personalmente comprendo que haya a quien les guste, incluso les excite, que les insulten, les vejen y les maltraten: se llama masoquismo y si es una práctica sexual libremente elegida, no tengo nada que decir. En libertad e intimidad cada uno hace, si quiere, de su capa un sayo y de su culo un alfiletero, pero, la verdad, ser homosexual y de VOX me parece que es lo mismo que ser negro y del Ku Klux Klan, o judío y nazi. La bandera multicolor se ha convertido no sólo en un símbolo de un colectivo, también es el emblema de la diversidad y la libertad con la que algunas, han hecho una campaña electoral de cartón piedra. Aunque en Madrid, una de las capitales del orgullo a pesar de su alcalde, se retrasan las celebraciones por el encuentro de la OTAN, no debemos bajar la guardia y exigir a sus representantes políticos el mismo respeto que se tiene por creencias religiosas, colectivos familiares, equipos de futbol, y todo aquello que represente la diversidad y colectividad que entreteje en libertad, la sociedad española. No ceder ni un metro de lo ganado es, también nuestra obligación y nuestra responsabilidad.