Es muy llamativo el mayoritario número de personas que se embadurnan la cara de negro para salir en las cabalgatas de los Reyes Magos. Lo hemos visto hace muy pocos días. Se divierten aparentando ser personas de otra raza, rememorando las caravanas de beduinos y sus esclavos de color. Incluso, la mayor parte de los reyes Baltasar son también reconocidos y pudientes ciudadanos blancos locales que consienten en cambiar el tono de su cara en ese mágico día de la ilusión. Y ya está, asunto terminado. Hasta el año que viene.

Mientras tanto, las imágenes en los telediarios de los cayucos procedentes de Senegal desembarcando en Canarias, o las pateras a las costas andaluzas, nos invaden a la hora de la comida o la cena, como un goteo de desesperanzas que nos recuerdan que hay docenas de países africanos sumidos en la pobreza, dirigidos por gobernantes corruptos consentidos por empresas multinacionales que siguen explotando sus recursos naturales. Y parece que, de tanto verlas, estamos anestesiados.

Es un círculo vicioso al que se suma el discurso de la extrema derecha; que les culpabiliza injustamente de muchos problemas locales que, en realidad, nacen de dentro, pero que les permite mandar un mensaje de mano dura que convence a quienes buscan respuestas fáciles a cuestiones complejas. Y lo malo es que este ritual de polarización ha contaminado al Partido Popular, que siempre buscó ser un partido asimilable a la derecha europea y sostiene ahora principios ajenos al Humanismo Cristiano que dicen abrazar. Una profunda contradicción que, a la larga, les pasará factura.

Son malos tiempos para estos migrantes. La sociedad española está mayoritariamente dormida ante este drama. Llama la atención lo ocurrido en Sevilla el pasado 29 de diciembre, cuando el mantero senegalés de 43 años, Mamouth Bakhoum, acabó ahogado en el Guadalquivir tras ser perseguido desde el centro de la ciudad por dos agentes de la Policía Local, que pretendían incautar las 35 camisetas deportivas que estaba vendiendo en la calle.

Ha habido justificaciones oficiales sin vídeos de apoyo y, al día siguiente, supimos por la prensa local que el fallecido tenía una condena de 4 meses por atentado a la autoridad. Mamouth no era un ilegal, pero los medios han dado por buenas las explicaciones, y a otra cosa. La pregunta importante que hay que hacerse es cuál era el bien superior a defender, si la vida de un hombre o la marca de las 35 camisetas. Es lo que se llama “principio de proporcionalidad”, que siempre deben tener por delante los agentes de la autoridad.

Mammoth necesitaba ese dinero para comer y además, como tenía esa condena, pensó que los agentes le iban a detener, lo que habría complicado su futura documentación oficial, que le hubiera permitido traerse a su familia de Senegal. A sus ojos, aquello podría ser el final. A los ojos de los demás, un mantero más que se busca la vida y que, por cierto, es un habitual de la zona. Los policías podrían haberlo detenido al día siguiente; o al otro, da lo mismo.

Pero temió por su futuro y se vio sin salida. Los agentes debieron valorar la situación con mayor perspectiva. Al fin y al cabo, eran 35 camisetas que, seguramente, se habrían vendido a 25 euros; es decir, 875 euros. Principio de proporcionalidad.

El año que viene, cuando los cientos de participantes de las Cabalgatas de los Reyes Magos se embadurnen la cara de negro, sería bueno que pensaran en la situación de los hombres y mujeres de color de este siglo XXI, cuyo drama pasa por delante nuestra sin querer aceptar una realidad que ha venido para quedarse. El hambre y la miseria convierten a cualquiera en un ser irracional. Y el continente africano es una fábrica diaria de miserias.

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