Nos llegan desde Afganistán las noticias de la anulación de las mujeres afganas. Digo la anulación por parte de los talibanes que controlan el país, porque las prohibiciones a las que están siendo sometidas anulan todos sus derechos. Conculcan en realidad todos los derechos humanos, ante la indolencia de la comunidad internacional. Las mujeres en Afganistán, como en gran parte de los países dominados por el fanatismo religioso, son mercancía, objetos con los que comerciar entre las familias, carentes de opinión, rostro, o voz, como nos demuestran diariamente. Las que no han podido huir del país, están encarceladas en vida, en el interior de sus casas, sin derechos de ningún tipo, ni consideración humana alguna. Son esclavas de los varones, a todos los niveles, sin amparo legal ni protección alguna. Las denuncias de periodistas y particulares, que se exponen a las represalias y a las de sus familias, no son más que la consecución lógica de la responsabilidad, o la irresponsabilidad en realidad, de la comunidad internacional ante lo que sucede en países en los que se intervino para, luego, dejarlos a su suerte.

La crisis en Afganistán a la que estamos asistiendo como impávidos espectadores es la crónica de una vergüenza y un horror anunciados. Una vergüenza porque EEUU, que lideró el ataque, ocupación y control del país en primer lugar, y el resto de la comunidad internacional, han demostrado su falta de previsión, de interés por la ciudadanía, y de inteligencia, ante un conflicto que va a ocasionar, además de una nueva crisis migratoria, miles de muertos, y el desequilibrio peligroso de una zona ya precaria de paz como es Oriente Medio. Un horror porque, cuando las personas prefieren abrazarse a una muerte segura, en los trenes de aterrizaje de un avión en vuelo, y morir, despeñándose a miles de metros de altura antes que permanecer en un país talibanizado, se manifiesta lo que, a partir de ahora, con el califato Talibán de Afganistán, vale la vida. Un valor que, aunque nos vistamos de dignos, es el mismo para la comunidad occidental, que han mirado para otra parte, porque esto se sabía que iba a suceder, mientras dejamos morir de COVID y de pobreza, que es la misma cosa o están muy relacionadas, a tres cuartas partes del mundo en Asia, América del Sur, y África. Ahora la crisis el MPOX, o viruela símica, sucede con la alarma por si puede afectarnos a nosotros, pero poco se preocupan por tratar de erradicarla con las vacunas que nos sobran a nosotros, salvo si nos salpica, claro…Declaraciones de algunos líderes europeos, manifestando su horror por los afganos, pero poniéndose ya el parche de que "habrá que organizar campamentos de refugiados en los países limítrofes”, hablan a las claras del compromiso con los Derechos Humanos de nuestras avanzadas civilizaciones, siempre y cuando los problemas se arreglen lejos y con dinero. Eufemismos repugnantes como el de “migración circular”, no hacen más que abundar en la forma de edulcorar la tragedia de personas que no abandonan sus países y familias por gusto.

Es evidente que este problema fue un clavo, casi definitivo, en el ataúd del debutante presidente norteamericano Joe Biden. Debutante como presidente, que no como experto, se supone, de política internacional estadounidense. Es verdad que entre la opción Trump y un mono con una pistola, hay que escoger el mono con la pistola, pero que Biden asumiera en su momento el compromiso de retirada de Trump, es penoso. Mandan los presupuestos, el dinero, y a EEUU y a occidente les costaba caro mantener la estabilidad, que se traduce en libertades y vidas, en un país que ya no les servía, o eso creyeron, para su intereses estratégicos en Oriente Medio. Es cierto que la gestión, pésima, tal y como estamos viendo, de Afganistán por parte de la administración norteamericana, pasa por veinte años atrás y cuatro presidentes, incluyendo a Obama, pero que Biden aceptara la herencia de Trump fue un disparate. Sobre todo, cuando tenemos en cuenta que, la razón de la intervención norteamericana en Afganistán se debía a que, tras los terribles atentados sobre la Torres Gemelas el fatídico 11S, se decidió intervenir el país en busca de Osama Bin Laden y los suyos, líder de Al-Qaeda, intervención que se produjo sólo un mes después, en octubre de 2001. ¿Cómo se puede asumir que el orgullo estadounidense herido negociara la entrega de un país a los mismos, o los herederos, o los primos hermanos de los radicales que causaron la mayor herida en la conciencia contemporánea de EEUU? ¿Cómo se explica que el patriótico, por no decir patriotero, Donald Trump negociara la entrega del país a estos radicales? ¿Cómo Biden tragó con este disparate? ¿Por qué la Comunidad Internacional ha permanecido en silencio ante estos pasos erráticos pero seguros hacia el desastre? Si fuéramos mal pensados, podríamos deducir que, alguien, está preparando el tablero para una gran contienda bélica a escala mundial pues, además de la consolidación, de un día para otro, de un estado Talibán con el califato de Afganistán, la situación actual de Irak o de Siria, la gran abandonada desde hace mucho, es idéntica o peor. El dominó en otras naciones colindantes es impredecible. Un núcleo radical islámico con esos tres países, apoyados más o menos a las claras por China y Rusia, que se relamen ante la posibilidad de explotar sus recursos minerales y donde el respeto por los Derechos Humanos tampoco es que se tengan en cuenta, son un problema geopolítico de dimensiones planetarias.

Ojalá, Kamala Harris, llegue a ser presidenta de los EEUU. La primera mujer en serlo por lo que supone para el machismo de su propio país, y de los ajenos, que encarna, funestamente, su contrincante. Pero no creo que, por mucha sensibilidad feminista que tenga vaya a intervenir en un país que abandonaron sus antecesores, especialmente Biden que formó tal acción. Supondría una nueva acción de guerra, internacional, y no está el horno para bollos, aunque siga costando vidas, y la ausencia de derechos para las mujeres afganas. Entre tanto la gente huye o muere, ante la impasibilidad internacional que no pasa de repatriar a los suyos y a algunos colaboradores, peleándose por las cuotas de acogida de nuestra civilizada sociedad de países occidentales. Hemos abandonado a su suerte a miles de mujeres, hombres y niños, a su suerte no, a la muerte, como no hacen ni los animales, a los que no se les supone raciocinio. Esto, como otras tantas cosas, nos va a estallar en las narices, en nuestras ciudades, en nuestras fronteras, en nuestra historia. No aprendemos. No crecemos; ni en humanidad, ni en empatía, ni en sabiduría.