En este país nuestro, llamado España, falta, además de otras cosas, una profunda cultura democrática. Tal vez la cuestión sea que, la cultura, en general, es un bien cada vez menos preciado, parece que incluso menospreciado, porque la necedad y los necios son tan fáciles de influenciar, como potencialmente peligrosos una vez sacados de madre. No sólo hablo del triste espectáculo que hemos presenciado la semana pasada en Cataluña, médula central del pesar de los demócratas, también de las desleales y partidistas actuaciones de los partidos que se dicen constitucionalistas, y no son capaces de cerrar filas, por la promesa de sacar rédito político de las inminentes elecciones. No fueron tampoco capaces de haber afrontado la sentencia y sus consecuencias habiendo facilitado un gobierno fuerte con su abstención, sin las perversas condiciones no aceptadas, de los independentistas, que habrían dado una imagen de firmeza democrática de los partidos centrales de nuestro país, en vez de arrastrarnos a nuevas elecciones y a un problema como este, divididos. Prefiero no profundizar tampoco, de momento, en el lamentable espectáculo de la izquierda mesiánica de Pablo Iglesias que, mientras Cataluña ardía, promulgaba facilones discursos tibios, para tratar de salvar los muebles. Tenía razón, al menos en esto, Pedro Sánchez, cuando aseguraba que “ante los retos por venir”, es decir, la sentencia del “Procés”, no se podía tener a un vicepresidente como éste, que daría mensajes contrarios a los de la presidencia.

A la derecha bicéfala de este país, al señor Pablo Casado del Partido Popular, y al des-centrado Albert Rivera de Ciudadanos, convocados por Presidencia del Gobierno a Moncloa ante la gravedad de los hechos en toda Cataluña, se les llenó la boca con los discursos de “lealtad institucional”. Habría estado bien que tomaran ejemplo de la ocasión en la que, a pesar de la disensión dentro de algunos miembros del PSOE, y ante el desafío secesionista del 1 de octubre, el actual presidente en funciones y su partido con él, apoyaron al presidente Mariano Rajoy en la aplicación de la ley, incluido el artículo 155. Desafortunadamente, Casado y Rivera, tanto monta, monta tanto, tardaron horas en desdecir ese discurso, tras la foto de hombres de Estado, para tratar de arañar votos.

Sólo unas horas después de este presunto apoyo incondicional al gobierno de la nación, Casado aprovechaba un mitin para decir que “el PP acabó con la “kale borroka” en el País Vasco aplicando la ley, toda la ley. Y por tanto, el Gobierno de España hoy tiene la obligación de aplicar la ley, toda la ley y solo la ley.”. Para ser tan joven, Casado tiene alzheimer selectivo, o desvergüenza general. Con la “Kale borroka”, al igual que con la banda terrorista ETA, acabó la ley, el Estado de Derecho,  la sociedad civil, y, trabajo, y mucho sufrimiento después, de hombres de muchas ideologías y durante muchos años, se finiquitó bajo el ministerio de Alfredo Pérez Rubalcaba, al que desde su partido y medios cavernarios, se le acusaba de toda clase de conspiraciones.  Con esa misma preocupada serenidad se ha actuado y se actúa hoy en Cataluña,  mientras los españoles de pecho de lata se envuelven en aires y soflamas de cartón piedra, buscando ganar unos escaños más, para repetir los pactos de la trifasia Vox-PP-Ciudadanos, por mucho que todos, empezando por los indescriptibles correligionarios de Abascal. La falsa promesa de seguridad les hará cosechar en esta agua revuelta.

El colmo de la infamia y la deslealtad vino de la mano de conspirador de cabecera de la Caverna, el periodista Eduardo Inda, acostumbrado a que la verdad no le estropee sus exclusivas de chapapote. En un tweet, evidentemente homófobo, marca personal del susodicho, señalaba la supuesta juerga del ministro del Interior Fernando Grande Marlaskaen el bar de copas de moda de Chueca mientras arde Barcelona”. El rey cañí de las “fake news”, no perdía ocasión para disparar de nuevo contra la condición sexual del ministro, un activista fundamental en la lucha por la consecución de los derechos LGTBI, desde la naturalidad de su vida y su trabajo en la judicatura. Su odio por Marlaska es comparable al de los terroristas o los narcotraficantes procesados por Marlaska, que quisieron asesinarlo en más de una ocasión, carta de presentación moral y profesional del actual ministro.  No se hicieron de rogar los oportunismos de Casado, y en especial de Albert Rivera, todavía escocido porque los colectivos LGTBI no les permitieran hacerse las modernas en el día del Orgullo Gay, tras haberse negado a firmar los manifiestos por imposición de Vox, sus socios vergonzantes de alianzas en Madrid. Que curioso que, Inda, Casado, Rivera y Torra, pidan lo mismo: la destitución de un ministro que ha llevado con dignidad y profesionalidad una situación extrema, como esta de Cataluña, con el reconocimiento y agradecimiento de Mossos, Policía Nacional y Guardia Civil. Debe ser que los ministros no tienen derecho a cenar, lo suyo sería tener un servicio de catering permanente en el ministerio, como tenía el anterior ministro del PP, con los gastos que eso suponía. Triste, triste, triste…Pero ya sabemos que la lealtad personal (que se lo pregunten a Soraya Sáenz de Santamaría o a Francesc de Carreras), e institucional de algunos, es la lealtad de las veletas: depende de por donde les venga mejor el viento…