Seguramente éste será uno de los apuntes más incómodos de cuantos me ha llevado a publicar mi incomodidad, pues anuncia un tiempo de incertidumbre y desaliento del que es difícil huir.

El tiempo que anuncian los expertos en cambio climático y hacia el que nos dirigimos de cabeza si no reaccionamos de manera urgente y determinante reduciendo al máximo las emisiones de CO2. Un tiempo en el que los megaincendios climáticos que están arrasando Australia son tan solo una muestra de lo que se avecina.

Nadie duda ya de que el origen del actual cambio climático es el aumento en las concentraciones de CO2 (y resto de gases con efecto invernadero) como consecuencia de la quema de combustibles fósiles. Al inicio de la revolución industrial los niveles de CO2 presente en la atmosfera rondaban las 280 partes por millón (ppm). En 1958 esa proporción se situaba en las 318 ppm. En 2007 la concentración alcanzó las 384 ppm y se dispararon todas las alarmas.

Ese mismo año los científicos del Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático de las Naciones Unidas, el famoso IPCC, recibieron el premio Nobel de la Paz junto al vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore, autor del documental “Una verdad incómoda”, por su contribución al conocimiento de este grave problema.

En ese momento conocíamos perfectamente la magnitud del problema: sabíamos cual era el origen, el nivel de emergencia y los mecanismos de respuesta que debíamos poner en marcha. Pero no reaccionamos. Y las concentraciones de CO2 no solo siguieron subiendo, sino que se dispararon.  

Los datos actuales demuestran que el nivel de CO2 atmosférico supera las 410 ppm: una proporción que no se daba en La Tierra desde hace tres millones de años. Dicho de otro modo: somos la primera generación de humanos que vive en una atmósfera con esa elevada proporción de CO2. Y siguen aumentando. Y el planeta no para de recalentarse.

A nivel global los datos obtenidos por la Administración para el Océano y la Atmósfera de Estados Unidos (NOAA) indican que 2019 ha sido el segundo año más caluroso del que se tiene registro, superado tan solo por 2016. Y aunque es demasiado aventurado y poco riguroso intentar hacer un pronóstico del 2020, son muchos los expertos que a tenor de cómo está aconteciendo el verano austral, se aventuran a señalar que superará en aumento de temperatura al anterior. De hecho, 8 de los 10 años más calurosos de la historia pertenecen a la última década.

Esta es la realidad a la que nos conduce la inacción climática: un escenario de altas temperaturas que propicia catástrofes como las de Australia. Y la magnitud de dichas catástrofes va a depender en buena medida de nuestra capacidad de respuesta.

Si avanzamos hacia un modelo de desarrollo mucho más limpio y sostenible, basado en el aprovechamiento de las energías renovables, y reducimos urgente y notablemente las emisiones de CO2, todavía estaremos a tiempo de evitar los modelos climáticos más alarmantes: esos que llevan años previendo y alertando sobre lo que está ocurriendo en Australia, un país que sufre la sequía más severa y las temperaturas más altas de su historia.

Ese es el incómodo futuro hacia el que avanzamos, y al que estamos condenando a las futuras generaciones: a nuestros hijos, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Generaciones que maldecirán a la nuestra por no haber reaccionado, por no haber puesto en marcha los mecanismos de mitigación de los que disponemos y que sabemos que nos ayudarían a evitar lo peor.

La pregunta es ¿por qué no lo hacemos? ¿Qué están haciendo nuestros políticos para promover esa respuesta y pasar a la acción climática? ¿Y las empresas? ¿Y los ciudadanos? ¿Y el lector?