Esta semana se conmemoraba la semana europea del desperdicio alimentario. Algo de lo que jamás habríamos hablado hace unos pocos años, y que, hasta entonces, se consideraba poco menos que manías de viejas. Porque nuestras mayores, que sufrieron las penurias de una guerra y una posguerra, siempre han insistido mucho en que no dejáramos comida en el plato, que era un pecado sino un crimen de lesa humanidad. O ambas cosas a un tiempo.

Pese a todo, nos ha costado mucho asumir lo que ellas tenían grabado en su disco duro desde siempre. Y, cada vez que sale el tema a colación, recuerdo las peloteras que armaba en el colegio cuando me decían que debía comerme las lentejas porque “los negritos de África” pasaban mucha hambre. En mi ingenuidad, replicaba que sería mejor que les dieran mis lentejas a aquellos niños hambrientos y me dejaran a mi tranquila, pero no solo no me hacían caso, sino que me caía una buena reprimenda. Sin embargo, nadie me explicó el por qué de aquello, y he tenido que descubrirlo a lo largo del tiempo y la experiencia.

Hoy en día nadie ve extraño que la gente se lleve en un túper lo que ha sobrado de lo que pidió en un restaurante. Y no solo eso, sino que existe la obligación de, cuanto menos, ofrecerlo. Sin embargo, no hace tanto, un gesto de esa índole era abochornante, y eran más de uno y más de dos quienes fingían tener perro para que le dieran las sobras para el animalito. Pero, claro, entonces los perros comían de todo, y no solo piensos.

Pero la cuestión es que no hay que tirar comida, y eso es lo que hay que tener bien interiorizado. Y no por la consideración moral que trataban de inculcarnos las monjas del colegio, sino por razones mucho más objetivas. El planeta no se pude permitir ese desperdicio constante de comida, al margen de que hay personas para quienes eso que estamos dispuestos a tirar sería una verdadera bendición.

Al final, las madres y abuelas tenían razón. Lo suyo con la comida en los platos no era manía, era el fruto de su sabiduría basada en el sentido común y la experiencia. Lástima que no las escucháramos en su día. Y lástima que tengan que venir de fuera a colocarnos en el almanaque una semana temática para reflexionar sobre ello. Pero, como también dirían nuestras abuelas, más vale llegar tarde que rondar cien años. Esperemos que, aunque tarde, sea a tiempo

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)