Que se repita una y mil veces no hace que deje de ser cierto: con Carlos Saura se va una de las figuras más internacionales de nuestro cine. Quizá junto con Luis Buñuel, García Berlanga, y Pedro Almodóvar, han sido los encargados, en distintos momentos de nuestra historia, de romper moldes y clichés sobre nuestro cine y cultura, e internacionalizarla. Coincide su fallecimiento con la gran fiesta del cine español, “Los Goya”, en cuya elección como figura de referencia cinematográfica fue fundamental el pensamiento y la aportación de Saura.

Fue él quien dijo que, de vivir el pintor hoy, habría pasado de la disciplina plástica a la cinematográfica. Yo conocí a saura, precisamente, filmando la película “Goya en Burdeos”, su homenaje a su compatriota aragonés, allá por 1998-99. Incluso, me brindó la oportunidad de hacer un cameo en la misma, por entonces yo escribía mis primeros textos teatrales y coqueteaba con la interpretación, entre otras cosas, que acepté, aunque juraré no haberlo hecho, dicho, ni escrito. Me quedo, eso sí, la experiencia de verlo trabajar, no sólo detrás de la cámara, si no de observar cómo daba referencias y directrices a actores, figurantes, iluminadores, para que aquello fuese la pieza bellísima que finalmente fue. Una lección de talento, sereno, sin imposiciones, pero firme y decidido.

Unos años más tarde coincidí con él en Zaragoza. Su alcalde entonces, Juan Alberto Belloch, exministro de Interior y Justicia, organizaba la “Expo del Agua” en la ciudad, que aprovechó para transformar y dinamizar la misma. Quiso que la cultura formara parte activa y fundamental de aquel proyecto, y contó con muchas personas de la cultura, como el propio Carlos Saura, que realizó un trabajo documental maravilloso sobre la Jota, que sería la semilla de una película documental posterior en 2016, “La Jota”, que se estrenó durante el encuentro. Con él pudimos trabajar, escritores, museólogos, cantantes, bailarines, actores y actrices como Magdalena Lasala, Carmen París, Gabriel Sopeña, o yo mismo, entre otros muchos. Aprovechamos el encuentro para entrevistarlo para un documental que entonces yo estaba preparando, “La España de la Copla:1908”, y que se estrenó, ese mismo año en el Festival de Cine de Málaga, con la entrevista del maestro Saura, entre otros, disertando del género.

En aquella entrevista, y en encuentros posteriores, hablamos de la fascinación que le producía el género de la copla, que había tocado tangencialmente cuando rodó “Ay, Carmela”, en 1990, pero también en otras de sus películas como “Flamenco”, 1995, “Sevillanas”, 1992, “Carmen”, 1983, “Iberia”, 1997, “El Amor Brujo”, 1986, entre otras muchas. La música, como hilván, como banda sonora sentimental de nuestra propia vida, era una de las obsesiones de su carrera cinematográfica. Comentamos incluso la posibilidad de hacer juntos un trabajo sobre el género, en el que yo aportaría mi humilde conocimiento para el guion, con el nombre de “Copla”, contando con las últimas figuras canónicas del género, y las nuevas voces emergentes. Me he quedado con las ganas de darme el gustazo de aprender más de este maestro, al que traté puntualmente en varios momentos de mi vida, y de cuya serena sabiduría, aprendí siempre. La biología nos juega estas malas pasadas cuando, la cabeza y el espíritu, como en el caso de Carlos Saura, están siempre activos y jóvenes, con ganas de seguir creando belleza.

Dos veces nominado al Oscar, ganador del Festival de Berlín y premiado en Cannes, su prestigio no se explica sin embargo con todos los premios que obtuvo. Además de su impacto internacional, fue el cineasta clave de los últimos años de la dictadura franquista, con una serie de películas imprescindibles en las que analizaba simbólicamente el régimen a través de las relaciones familiares. Su amistad con el bailarín y coreógrafo Antonio Gades, además de su enorme interés por las músicas de raíz, iniciaron la segunda etapa de su carrera, marcada por la música y los documentales. La Academia de cine ha comunicado que el cineasta recibió hace unos días el Goya de Honor a toda su carrera, en su casa. He tenido suerte en la vida, haciendo aquello que más me atraía: he dirigido cine, teatro, ópera y he dibujado y pintado toda mi vida”, aseguraba. Nosotros hemos tenido la fortuna de estar cerca, y de recibir el regalo de tan generoso talento, en un mundo tan cicatero, que no sólo no regala casi nada, sino que nos lo quita prácticamente todo, empezando por la vida. Salve, Carlos Saura, que ya está sentado a “la mesa del rey Salomón”, junto a sus admirados Goya y Buñuel.