Ya ha pasado el 25 N. En nada habrán desaparecido los crespones, los lazos violetas, las mariposas y todos los artículos periodísticos sobre violencia de género. Volveremos a nuestras rutinas de siempre y empezará la gran carrera hacia la Navidad, con sus luces, su brilli brilli y sus maratones de compras. Y aquí no ha pasado nada.

No es nuevo, por desgracia. Durante una semana, un mes en el mejor de los casos, el espejismo de que somos una sociedad sensibilizada y preocupada por este horror nos ha aliviado las conciencias para 365 días más. Hasta la próxima.

Pero mientras, el drama sigue en miles de hogares. El miedo continúa atenazando a mujeres y familias enteras que nunca saben si verán amanecer un nuevo día, o si sus nombres pasaran a engrosar esa terrible cifra de la vergüenza de mujeres asesinadas, que ya supera el medio centenar este año.

Ni siquiera hemos sido capaces de unirnos en estos pocos días, de hacer que nuestra voz contra la violencia machista sea una. Manifestaciones divididas, pancartas diferentes y gente que, simple y llanamente, se obceca en repetir que la violencia de género no existe. Y eso es muy grave.

Pongámonos por un momento en la piel de las víctimas. Pensemos en qué sentiríamos si un Parlamento no fuera capaz de condenar nuestro asesinato en una sola pancarta, si ni siquiera quienes quieren rendirnos homenaje han sido capaces de unirse para hacerlo. Imaginemos como nos sentiríamos si el clamor no fuera uno, si viéramos que nuestra tragedia se ha convertido en una suerte de rédito político para arañar un puñado de votos. No hace falta decir mucho más.

Los huérfanos y huérfanas de la violencia de género siguen ahí, reclamando nuestra ayuda, aunque hoy ya no sea 25 N. Las mujeres que buscan soluciones, también. El dolor sigue ocupando todos esos espacios cada día del año, aunque ya no se hable de ello.

No hay excusa. No podemos seguir consintiendo que esto pase. No podemos llegar a un nuevo 25 N diciendo las mismas cosas sin que nada haya cambiado. No podemos seguir contando cadáveres y convertirlos en un número más. No podemos resignarnos.

Se lo debemos a ellas. A las que ya no están, y a las que pueden no estar mañana. A sus hijas y a sus hijos. A la sociedad entera.

Porque no podemos esperar al próximo 25 N. Porque, sobre todo, ellas no pueden esperar. Porque no es que mañana sea tarde. Es que tarde ya es hoy. Aquí y ahora.