La cita con la historia que tenían agendada los socialistas este sábado exudaba excepcionalidad, incluso, antes de empezar. La ausencia del secretario general y la retransmisión en directo del evento íntegro, por primera vez en la historia, ya convertían al encuentro en único. Sin embargo, ni María Jesús Montero, ni las miles de personas que se agolpaban a las puertas de la casa del pueblo, ni el dj socialista habían dicho la última palabra. Pero vayamos por partes.

Ferraz amanecía encapotado y las primeras gotas comenzaban a pedir protagonismo cuando entre los allí presentes imperaba un marcado acento gallego, acompañado de banderas del PSdeG con más de 500 kilómetros de trayecto. Los bares se desperezaban a las 8:30 y una miscelánea de cargos socialistas, militantes y periodistas agotaban las existencias de café a sabiendas de que por delante quedaba un día duro. Media hora después, Teresa Ribera hacía aparición. La gran opacada por las circunstancias, la elegida por la Ejecutiva para encabeza las listas a las elecciones europeas, llegaba la primera a defender a Pedro Sánchez.

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El resto de sus compañeros de formación fueron desfilando con calma, algunos con tanta que se vieron sorprendidos por el diluvio. A las 10:00, los asistentes a la petición de masas dirigida al presidente del Gobierno ya eran complicados de contar a simple vista. Cigarros al suelo, todos los acreditados dentro, pantallas y altavoces preparados para los fieles fuera. El Comité está a punto de empezar. La primera de las apariciones de Montero, ni de lejos la más emblemática, daba comienzo con fuerza.

La responsabilidad de inaugurar este atípico acto ni si quiera provocaba un leve crujir en las tablas de la vicepresidenta, quien sabe si presidenta en funciones a partir del lunes, que lanzaba su apoyo incondicional a Begoña Gómez y respondía a la carta de su marido, dubitativo ante el sentido de seguir encabezando un país: “Querido Pedro, hemos leído tu carta […] Sí merece la pena que ganen los buenos”.

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Eneko Andueza, líder de los socialistas vascos, y Salvador Illa, jefe de los catalanes, eran los siguientes en hablar. El cosechador de un buen resultado electoral en Euskadi y al que todas las encuestas otorgan la victoria en Cataluña, más complicada tendrá la Generalitat, se expresaban con vehemencia, más el segundo, en plena campaña electoral, que el primero, ya satisfecho con sus dos escaños extra. A continuación era el turno de la madrugadora, que no escondía que se había imaginado el día de otra manera.

Hoy venía a hablar de mi libro”, reconocía entre risas Ribera, a sabiendas de que su nombramiento oficial como cabeza de cartel para las europeas pasaría por asentimiento. El resto sería volvía a su cara porque este sábado tocaba “hablar de otra cosa, de democracia”, antes de reivindicar la naturaleza “perra” del PSOE. “Somo pedigüeños, bambis y perros” espetaba ante una audiencia entregada. “Nos pueden llamar perros porque somos fieles y leales", gritaba, provocando los aplausos.

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Acto seguido llegaba el tan polémico Óscar Puente que, para la ocasión, se había preparado un discurso más sentimental que bélico, con su abuelo como protagonista: "Ingresó en la cárcel de Valladolid, por rojo […] Iban a matarle y un amigo le bajó del camión […] Pasó tres años en la cárcel, recibió manguerazos de agua fría y palizas diarias […] Salió y perdió su trabajo y pese a ello sacó adelante a su familia”. El ministro de Transportes quería extrapolar la historia de su antepasado.

“Cuando yo pienso en mi sufrimiento y en el vuestro, pienso en él, y seguro que el mío es mucho más liviano que el suyo, y tú eso lo sabes", cerraba dirigiéndose directamente a Sánchez. Aún quedaban 14 personas por hablar, de los 19 anunciados al comenzar el Comité, pero Santos Cerdán, secretario de Organización, se cansaría antes. Era el turno de los tres únicos presidentes autonómicos socialistas: el asturiano Adrián Barbón, correcto como siempre, la navarra María Chivite, efusiva y directa, y el castellanomanchego Emiliano García Page, engalanado de sanchismo para la ocasión.

Ni si quiera habían pasado dos horas y media de acto, pero a las 12:15 Santos Cerdán hizo lo que cualquier director de orquesta habría hecho. 12.500 personas esperaban fuera, según las cifras de delegación de Gobierno, y era la oportunidad de encontrarse con ellas. “Creo que es el momento de que salgamos a la calle con los miles de compañeros y compañeras, nos fundamos en un abrazo y le gritemos a nuestro secretario general que merece la pena”, espetaba, poniendo punto final ipso facto al Comité.

Salida a la calle

Ahora sí, el gran momento de María Jesús Montero llegaba. La comitiva socialista se dirigía al exterior ante la expectación de las masas, que vieron en primer lugar, como no podía ser de otra manera, a la vicepresidenta. Gritos, abrazos, banderas al aire y Montero ya estaba encaramada a una valla, elevándose como un hooligan que arenga a su equipo. “Fuerza, fuerza”, gritaba mientras se golpeaba el pecho y sonreía a los allí presentes. De fondo, por encima de los gritos, la creación de otro de los protagonistas: el encargado de la música.

El famoso ‘Quédate’ de Quevedo era el primer tema en sonar a través de los altavoces, como si el mensaje fuese a calar mejor a Sánchez a través de sus air pods. Acto seguido sonaba el ‘Pedro’ de Raffaella Carrá, perfecto para la ocasión y más de moda que nunca, pese a tener más de 40 años, por un viral de TikTok. La ‘Perra’ de Rigoberta Bandini no podía dejar de hacer aparición antes de dar paso a dos clásicos: ‘Para la libertad’ del recientemente galardonado con el Princesa de Asturias, Joan Manuel Serrat, y ‘Papa cuéntame otra vez’ de Ismael Serrano, el cantautor que soñaba con tener un hijo con el ministro de economía, Carlos Cuerpo (Serrano).

Nada más había que decir. La internacional socialista se corearía por todos los allí presentes, puño en alto, y Montero seguiría saludando y gritando hasta que el repertorio finalizase y de fondo solo quedase, a modo de música de ascensor, el himno del PSOE. A las 14:00 horas aún aguantaban los mayores fans, a la espera de que sus estrellas saliesen para pedirles una foto. En La Moncloa, probablemente Sánchez presenciaba la escena, cada vez más cercano el momento, con una frase resonando en su cabeza: “¿Merece la pena todo esto?”.

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