Varias generaciones han crecido con las películas de 007 y las novelas de Ian Fleming o John LeCarre. Apasionados con esas historias de espías de la Guerra Fría. Un mundo elegante y peligroso, perfecto para cautivar a lectores de todos el mundo. Hombres y mujeres aguerridos, pero educados, más en los salones que en los campos de batalla. Ahora se les une un nuevo personaje, una ballena beluga.

Al menos eso es lo que afirman en Noruega. Unos pescadores se encontraban realizando su faena, cuando de repente, se les acercó una juguetona ballena beluga. Hasta ahí todo más o menos, normal. Pero los marinos repararon en un extraño arnés que llevaba el cetáceo entre sus aletas superiores. 

En principio se pensó que podría tratarse de algún tipo de elemento de control y seguimientos colocado por científicos rusos. La deducción de la procedencia se debió a que en el arnés había inscripciones en ese idioma. 


Belugas no, delfines

Pero unos biólogos marinos noruegos negaron esa posibilidad. Los científicos aseguran que ese tipo de arnés no es el que empleado para esos cometidos. Y ahí surgió, de inmediato, la otra posibilidad. 

Que Rusia esté entrenando batallones de cetáceos para realizar labores de espionaje en el Atlántico Norte. Desde las bases rusas en el Ártico, estos animales se dirigirían a instalaciones militares e industriales tanto de los países de la zona como de entidades internacionales.

Las autoridades rusas se apresuraron a desmentir ese extremo. Aseguraron que si fuera un animal espía no llevaría elementos que permitieran identificar su procedencia. Pero el argumento más poderoso fue también el más sorprendente: afirmaron que ellos no emplean ballenas beluga para cometidos militares. Que lo que sí que entrenan son delfines. Sobre los entrenan para matar buzos espía extranjeros o colocar minas en buques.