El pasado día 9 de noviembre, el mundo parecía comenzar a soñar en una salida a la pesadilla de la pandemia con el anuncio, por parte de Pfizer, multinacional farmacéutica norteamericana, de los esperanzadores resultados de la vacuna desarrollada por BioNtech, empresa alemana especializada en biotecnología. La noticia desató la euforia y las bolsas -particularmente las cotizaciones de estas compañías- comenzaron a subir ante la expectativa de que la nueva normalidad estuviera mucho más cerca de lo que se preveía hace apenas una semana, pues se habla de que las primeras vacunas se podrían están suministrando masivamente en fechas tan tempranas como el primer trimestre de 2021.

Se trata, sin ningún género de dudas, de una proeza de la investigación científica, a la que puede que pronto le sigan otras vacunas como la de Astrazeneca/Oxford, cuyos resultados en fases avanzadas de la experimentación son también muy positivos. Si las últimas fases tienen resultados positivos, y el ritmo de producción se acelera, pueda que estemos ante el punto de inflexión en la batalla frente al Covid-19.

La noticia de la vacuna ha entusiasmado también a los amantes de la libertad de mercado, pues al parecer Pfizer rechazó subvenciones para sufragar el desarrollo de la vacuna. He aquí un caso evidente de la superioridad de la empresa privada: a la hora de innovar, ha sido una empresa americana, privada, sin apoyo estatal, la que ha conseguido lograr antes el remedio que anhela la humanidad.Triunfo absoluto, técnico y moral, del libre mercado. Así, esta semana se han multiplicado comentarios en las redes sociales, artículos y entradas de blog hablando de esa superioridad, por parte tanto de defensores destacados de la libertad de mercado, como de los aspirantes a influencers en el campo liberal.

El relato es, efectivamente, muy potente, pero, como en otras tantas ocasiones, no es cierto. Pfizer y BioNTech se aprovecharon del conocimiento adquirido por el conjunto de la comunidad científica, generado por universidades y centro de investigación públicos, privados y privados con apoyo público. La comunidad científica ha hecho numerosos descubrimientos sobre la naturaleza del Coronavirus-19 sin los cuales habría sido imposible diseñar una vacuna. En otras palabras, las dos compañías son enanos -enanos, sí- sentados a los hombros del gigante que es la comunidad científica internacional, que desde Jenner lleva trabajando en el desarrollo de vacunas para múltiples enfermedades -con la erradicación de la viruela y la cuasi eliminación de la polio como dos de sus mayores logros. Pretender aislar el desarrollo de esta vacuna de todo este acervo compartido es estúpido y no responde a la realidad. Determinar cuánto de este conocimiento se debe a investigaciones y profesionales cuyos conocimientos han sido financiados por el Estado -desde la educación básica hasta los proyectos de investigación más avanzados- o por el mercado es una tarea absurda.

Bien, esta reflexión podría ser demasiado genérica y filosófica para dilucidar el caso al que nos referimos, así que afinemos todavía más: el consorcio Pfizer/BioNTech, además de aprovecharse de todo este esfuerzo, sí ha tenido apoyo público. En concreto, el Banco Europeo de Inversiones financió a BioNTech con 100 millones de euros para las fases de desarrollo de la vacuna, y el Gobierno de los Estados Unidos firmó en julio de 2020Estados Unidos firmó en julio de 2020 un acuerdo de compra asegurada de la vacuna por valor de 1950 millones de dólares, otra manera de incentivar la innovación, pues elimina el riesgo comercial y genera un mercado asegurado para una vacuna que, en aquel momento, estaba todavía por desarrollar. Los acuerdos de compra anticipada son una manera tradicional de promoción de la innovación en el ámbito de la investigación de vacunas, siendo utilizado no sólo por Estados Unidos en el marco de su programa Warp Speed, destinado a acelerar la producción de nuevas vacunas, sino también por la Unión Europea. En otras palabras: pese a no recibir subvenciones, el consorcio Pfizer/BioNTech sí recibió apoyo público específico, a través de la financiación del Banco Europeo de Inversiones y de la reducción de riesgos comerciales de los programas de compra garantizada de Estados Unidos -y ahora la Unión Europea.

En conclusión: el espacio óptimo para el desarrollo de la innovación es el espacio público-privado, en el que ambos sectores colaboran para desarrollar mayores cotas de desarrollo científico y técnico. Las maravillas de Space X no podrían ser viables si la NASA no hubiera contratado con ellos el lanzamiento de costosísimos cohetes. Los avances de TESLA se beneficiaron de un préstamo del departamento de energía de Estados Unidos. Está totalmente acreditado que las industrias tecnológicas de Silicon Valley y de Israel se basaron en la capacidad de compra de armamento tecnológico de sus respectivos gobiernos. Como bien señala Mariana Mazzucato, gran parte de las tecnologías incorporadas en un teléfono de última generación son fruto de la inversión pública, aunque luego nos maravillemos de la capacidad creativa de Steve Jobs.

El papel del sector público en la innovación es innegable. Debido a la cantidad de externalidades positivas que genera la innovación para el conjunto de la sociedad, sin apoyo del estado el nivel de innovación sería muy inferior al realmente existente y al que consideraríamos óptimo como sociedad. Stiglitz y Greenwald publicaron un libro magnífico -La sociedad del conocimiento- en el que explican que, dada la naturaleza de la innovación y los fallos de mercado asociados a la misma, la intervención del sector público es absolutamente imprescindible.

Nada de esto le debe quitar un gramo de mérito a los esfuerzos tecnológicos producidos por BioNTech y por Pfizer, ni al efecto de la creatividad individual, la competencia y los incentivos privados, pero sacar la bandera del libre mercado y de la iniciativa privada obviando el contexto en el que se ha desarrollado esta vacuna no solo es erróneo, sino que puede mandar el mensaje equivocado a la opinión pública. Un mensaje empobrecedor de nuestro debate público sobre la construcción de sociedades basadas en la innovación, en momentos en los que debemos tomar decisiones trascendentales sobre nuestro modelo de sociedad. En materia de innovación, las alianzas público-privadas son el camino.