Se consolida la opinión de que es necesario repensar nuestro contrato social. El tradicional, construido sobre la base de los pactos socialdemócratas de la postguerra mundial, sufrió una fuerte erosión en los años de la globalización y ni las fuerzas progresistas -con la propuesta de la Tercera Vía- ni las fuerzas liberales -con la propuesta de la globalización neoliberal- fueron capaces de ofrecer mejores resultados sociales y económicos. El problema del concepto es que es difícil de aterrizar y conceptualizar, en sus diferentes vertientes sociales, económicas y políticas.

En efecto, los elementos fundamentales del antiguo pacto postguerra se estructuraban en un modelo social basado en la familia tradicional con roles diferenciados entre hombres y mujeres, con la posibilidad de contar con un contrato a lo largo de toda la vida, una vez terminada la formación, y donde el estado social intervenía para cubrir las eventualidades tales como las enfermedades o accidentes y la vejez, es decir, aquellas que escapan de la capacidad de control de los trabajadores. En el viejo modelo, donde reinaba la clase media, la desigualdad estaba acotada y no representaba el problema, ya que el problema era, fundamentalmente, la exclusión de un reducido núcleo de población -a la que, de manera muy gráfica, se situaba en la “marginalidad”. Se trataba de un contrato social de propietarios modestos, que expresaban sus preferencias políticas a través de dos grandes familias ideológicas: la conservadora (vinculada a la democracia cristiana en Europa) y la socialdemócrata. El modelo, basado en un acceso relativamente igualitario a la educación y la salud, tenía una fuerte narrativa meritocrática, en la que cada persona podría llegar a donde sus decisiones le llevaran.

Este modelo de infraestructura social está haciendo aguas. La familia tradicional, aun siendo mayoritaria, está sufriendo importantes cambios estructurales, siendo el primero de ellos (pero no el único) el acceso de las mujeres al mercado de trabajo. Nuestros mercados laborales, en buena medida gracias a la irrupción de las tecnologías de la información, se está fragmentando y los empleos tradicionales de “clase media” no sólo no crecen sino que, en algunos países, están reduciéndose, como es el caso de España, en un fenómeno que se ha denominado la “polarización del mercado de trabajo”. El envejecimiento de la población está incrementando el coste económico de los servicios públicos, donde no solo las pensiones, sino también el coste sanitario, está muy directamente vinculado a la edad. En este contexto, la erosión de la clase media ha consolidado la desigualdad como un problema social y político de primera magnitud, donde además no podemos confiar en un crecimiento robusto que, como la marea, podría hacer subir todas las barcas. La estructura demográfica y los cambios en la propiedad de los bienes -del capital tangible al intangible- y en los precios de los activos está haciendo que la propiedad se concentre en cada vez menos manos, con importantes dificultades de acceso, particularmente para las personas más jóvenes: un menor de 35 años tiene, en 2020, un patrimonio que es un 56% menor que el patrimonio que tenía un menor de 35 años en 2008.

En este contexto, las grandes familias ideológicas de occidente no han podido recoger todas las preferencias fragmentadas e incluso enfrentadas que se plantean en la sociedad, en la que, dadas las condiciones de dificultad de ascenso social -el famoso ascensor social estropeado- se está produciendo una notable erosión de la narrativa meritocrática.

El resultado de este proceso es una desafección social y política que urge remediar a través de la configuración de un nuevo contrato social que atienda a las nuevas condiciones de nuestra economías y sociedades. De todo ello, con cierta profundidas, habla el último libro de Marga León, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su trabajo, titulado 'El Arte de Pactar', es el último, pero no es el único libro que, recientemente, se ha centrado de reflexionar sobre los condicionantes del nuevo contrato social. El presidente del Consejo Económico y Social, Antón Costas, con el catedrático Xosé Carlos Arias, publicó hace un par de años 'Laberintos de Prosperidad', otra obra importante que complementa, desde un punto de vista económico, el trabajo de la profesora León. Sabiendo de su importancia, Unai Sordo, secretario general de CCOO, publicó también recientemente 'Los Sindicatos y el Nuevo Contrato Social'. Un alegato desde el mundo sindical que ojalá encuentre en el mundo empresarial un eco a la altura. No lo parece a la vista de las dificultades que se están encontrando para reconstruir el clima de negociación que tan buenos resultados nos ha dado en los últimos años. Un empresariado a la altura estaría ya negociando un pacto de rentas, como pilar para seguir avanzando en este nuevo contrato social. Sin el mismo, las probabilidades de desintegración son altas. Y no todas las empresas se pueden ir del país.