La necesaria aceleración de la transición ecológica no va a ser un camino lineal, planificado perfectamente desde un plan gubernamental o de la Unión Europea, sino que conforma un sistema dinámico en el que la sociedad y la economía ensayan caminos diferentes para perseverar en algunos, abandonar otros, o incluso intentar revertirlos. Cualquiera que hubiera comprado un automóvil en 2005 hubiera encontrado muchísimos mensajes dirigidos a facilitar la compra de un vehículo diésel. Años más tarde, la proliferación de estos vehículos agudizó los problemas de contaminación por micropartículas en muchas ciudades, empeorando la salubridad del aire urbano. Lo mismo podría decirse de la explosión del gas natural, que apareció como una “energía de transición” para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero que sigue siendo una fuente de energía que contribuye a la extensión del efecto invernadero causante del calentamiento global. Las decisiones de política pública avanzan en función del grado de los conocimientos científicos del momento, las capacidades técnicas de despliegue de las tecnologías y de los condicionantes económicos y sociales. El resultado de este proceso, hasta el momento, no es satisfactorio, sino más bien alarmante.

Así, en un mundo donde proliferan los compromisos de las empresas con la reducción de emisiones, se incrementan los mecanismos de promoción y regulación de las inversiones sostenibles y se aumenta el despliegue de las energías renovables, las emisiones de gases de efecto invernadero no dejan de crecer. Las reducciones basadas en la eficiencia y en la sustitución de fuentes de energía menos insostenibles son insuficientes y, tal y como se discutió en la última conferencia de las partes en Egipto en 2022, las posibilidades de mantener la temperatura de la tierra por debajo del límite del 1,5º son cada vez menores, si no ya insignificantes. Si estamos viviendo una revolución verde, ¿por qué no notamos los efectos?

La resolución de esta aparente contradicción ha dado pie a la elaboración de diferentes trabajos que inciden en las condiciones estructurales de la transición. Así, nos encontramos con numerosos ensayos que apuntan a que el problema de fondo no es el uso de unas u otras tecnologías, sino el carácter eminentemente depredador del capitalismo, como sistema basado en un crecimiento indefinido de la actividad económica. Así, han hecho fortuna libros como “El capital en la era del antropoceno”, del marxista japonés Kohei Saito y el también recientemente publicado “El capitalismo o el planeta”, de Frederic Lordon, ambos destinados a explicar cómo la dinámica del capitalismo moderno es incompatible con la protección del medio ambiente. Destaca entre este tipo de ensayos, y más asequible para el gran público, el recientemente publicado libro de Andreu Escrivá, “Contra la Sostenibilidad”, que desgrana con claridad y detalle su opinión sobre cómo los elementos del crecimiento verde, tales como la economía circular, las finanzas sostenibles o los coches eléctricos no solamente no son herramientas útiles en la lucha por la preservación del medio ambiente, sino que son contraproducentes y nos incitan a transitar por un callejón sin salida.

En el otro lado del debate, el italiano Alessio Terzi, economista de la Comisión Europea, publicó el pasado año 2022 el libro “Growth for Good”, todavía no publicado en español, en el que desautoriza las teorías y propuestas del decrecimiento económico, apostando, por lo tanto, por un crecimiento “verde” que permita conciliar la protección del medio ambiente con la inclusión y la cohesión social. En la misma línea se sitúa el también publicado el año pasado “Values”, del exgobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, en este caso apostando por “embridar” la economía capitalista en los valores propios de la sostenibilidad, la cohesión social y el respeto de los derechos humanos y la democracia. Libros ambos en los que se exponen también argumentos convincentes, y que deberían utilizarse como contrapunto para conocer adecuadamente los límites del debate. (Se están también publicando una importante cantidad de libros negacionistas a los que no nos vamos a referir aquí, salvo por el hecho de que si se publican es porque las editoriales han encontrado ahí también una oportunidad comercial).

El debate no está tan cerrado como pudiera parecer. Los argumentos presentados por Escrivá son muy poderosos y llaman a replantearse prácticamente todos los lugares comunes con los que adornamos nuestras narrativas sobre la supuesta transición ecológica. Es un libro incómodo, precisamente por su sencillez: ¿Puede la economía circular acabar con los residuos? ¿Puede la provisión de renovables cubrir todas las necesidades energéticas de una economía en crecimiento? ¿Existen materias primas suficientes para seguir produciendo coches eléctricos? ¿Existe superficie para plantar todos los árboles necesarios para compensar las emisiones? La lista de preguntas incómodas -a las que Escrivá da cumplida respuesta, no siempre agradable de leer y no siempre para estar de acuerdo- llama a una reflexión y, sobre todo a la acción. El viaje hacia la sostenibilidad no va a ser tan fácil como nos prometen. También publicado últimamente en español, el libro de Vaclav Smil “Cómo funciona el mundo” termina de complejizar la situación, al exponer de manera cruda y evidente hasta qué punto nuestra sociedad es dependiente de los combustibles fósiles.

En definitiva, conviene no ser ingenuo y simplista en la definición de la transición ecológica: las aristas son muchas y no todas las tenemos resueltas, como nos demuestra la creciente polémica sobre el despliegue de las renovables en el territorio. Decía Gil de Biedma “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”. Podríamos decir lo mismo de la transición ecológica, con la salvedad de que quizá cuando entendamos lo en serio que va, sea ya demasiado tarde. Esperemos que no.