Vuelven de vez en cuando, como los muertos vivientes de las series de ficción que tanto nos gustan. El propio Paul Krugman los denominó Zombies. Son ideas parásitas que se transmiten no con mordiscos, sino a través de las redes sociales, los artículos poco rigurosos y los discursos de determinados políticos o expertos partisanos. La economía no las apoya, o si lo hace, lo hace con muchas limitaciones, que nunca son tenidas en cuenta. El resultado es un porcentaje de la opinión pública que cree que entiende de economía, pero que no pasaría un curso de primero de bachillerato. Son los huéspedes de estas ideas zombies, que sorprendentemente sobreviven pase lo que pase, como las superbacterias resistentes a los antibióticos.

La más conocida de estas ideas es la afamada curva de Laffer. La mecánica de la curva es sencilla: entre una tasa impositiva del 0% y una tasa impositiva del 100%, existe un óptimo de imposición que maximiza la recaudación, de manera que las tasas impositivas situadas a la izquierda podrían aumentar la recaudación si se incrementa la tasa -parte ascendiente de la curva- y aquellas situadas a la derecha podrían también incrementar la recaudación si desciende la tasa impositiva -parte descendiente de la curva. La curva de Laffer se basa en el principio por el cual llega un momento en el que el exceso de imposición hace que los agentes económicos no tengan incentivos para seguir produciendo más, de manera que, con una tasa impositiva del 100%, nadie trabajaría y por lo tanto la recaudación sería cero. Hasta aquí la lógica interna. La trampa de la curva de Laffer se produce cuando de manera inopinada decimos que las bajadas de impuestos se autofinancian siempre. En otras palabras, siempre estamos en el lado descendiente de la curva. La evidencia empírica no avala esta afirmación. En 2010, economistas del Banco Central Europeo sólo encontraron muestras de que dos países -Suecia y Dinamarca- podrían estar en el lado incorrecto de la curva. Tanto la eurozona como Estados Unidos se encontraban en la parte ascendente, algo que ya habían señalado Heijman y Ophem para los países de la OCDE.

En el caso de España, también nos encontramos en el lado “creciente” de la curva, de acuerdo con otro reciente estudio de Banco de España. A la misma conclusión llegaron Ferri, Doménech y Boscá para el caso de España. En definitiva: el formato de la curva varía en función de innumerables factores, modalidades de impuestos y momento económico. En cualquier caso, las experiencias de países con tipos impositivos en la parte negativa de la curva son muy contados y, desde luego, no se trata del caso de España.

Otra idea que se repite hasta la saciedad es el “esfuerzo fiscal”, que no es otra cosa que la presión fiscal dividida por la renta. El uso del término “esfuerzo fiscal” significa que una renta baja hace más esfuerzos que una renta alta para pagar la misma tasa impositiva. Se suele utilizar para argumentar que, pese a que en España la presión fiscal es inferior a la de los países de referencia, los españoles desarrollamos un mayor “esfuerzo fiscal” porque nuestra renta es menor. Si en Francia se paga un 45% de impuestos y en España un 40%, España tiene mayor esfuerzo fiscal porque su renta es inferior a la de Francia. No es un argumento muy sólido para defender bajadas de impuestos. Supongamos dos personas, una que gana 10.000 euros y otra que gana un millón. La que gana 10.000 euros paga un impuesto sobre la renta del 10%. La que gana un millón paga un 50%. El esfuerzo fiscal de la primera persona sería de 0,001, mientras que la de la segunda persona sería de 50%/1.000.000=0,00005. Para que ambas personas tuvieran el mismo esfuerzo fiscal -algo que podría considerarse justo en función de las preferencias sociales sobre la justicia social- podrían ocurrir dos cosas: o bajar los impuestos a la persona que gana 10.000 euros hasta un 0,5% de su renta, o bien subir los impuestos de la persona millonaria hasta un 1000%, es decir que pagase diez veces más de lo que ingresa. Opción, lógicamente, inviable y que demuestra que este indicador no tiene ningún sentido en términos de política económica.

Lo curioso de ambas ideas es que se utilizan alternativamente, pero siempre con el mismo objetivo: promover un discurso favorable a las bajadas de impuestos. Afortunadamente, es un discurso que cada vez convence a menos gente: en 2021, el porcentaje de población que pensaba que pagaba demasiados impuestos cayó hasta el 41%, desde el máximo alcanzado en 2013, cuando llegó al 68%. Lo que nos dicen estos datos es que nuestra opinión sobre si pagamos muchos o pocos impuestos depende, en gran medida, de los servicios que obtenemos a cambio: la mayor caída en la percepción de que pagamos muchos impuestos se dio en 2020, cuando el sector público puso en marcha todas sus política de apoyo sanitario y social. Cuando el sistema funciona, la ciudadanía tiende a mejorar su opinión sobre el pago de impuestos. Por eso es imprescindible maximizar la eficiencia y el impacto de las políticas públicas, pues es este el mejor antídoto contra las ideas zombies que vuelven de vez en cuando.