La inversión en índices está creciendo de forma exagerada en todo el mundo. En vez de dar el dinero a un gestor o un grupo de gestores para que busquen las mejores oportunidades, con los índices, el inversor deja que sea el propio mercado el que le marque el camino de forma automática y sin intervención de sesudos analistas.

Por ejemplo, en el caso de la Bolsa española, el Ibex 35 ha subido en lo que va de año el 11,7%, una rentabilidad que el ahorrador podría haber obtenido si a comienzo del ejercicio hubiera colocado su dinero en un ETF (fondo cotizado) o en un fondo indexado sobre el indicador del mercado. Una historia muy distinta si esa inversión se hubiera realizado en 2020 cuando el Ibex bajó el 15,45%, situándose como el peor de las plazas europeas.

Pero esta forma de invertir gana cada vez más adeptos en el mundo. Así, el volumen de fondos gestionados de forma pasiva alcanza ya a escala mundial el equivalente a 15 billones de dólares. Aproximadamente la mitad de esa cifra corresponde a ETFs (fondos cotizados) y la otra mitad a los fondos de inversión indexados tradicionales. Mientras, los fondos con gestión activa (cuentan con el asesoramiento de gestores y analistas), también están en una cifra de 15 billones de dólares. Por primera vez se han igualado.

Esta forma de inversión pasiva no solo afecta al comportamiento de los índices de las Bolsas sino que también se usa para replicar movimientos en los bonos, las materias primas como el petróleo, etcétera. De esta manera, su evolución será igual o muy parecida al comportamiento de cualquier activo financiero en los mercados, incluso sobre el famoso bitcoin. Hay tres formas para lograr mediante los fondos cotizados o los indexados conseguir la misma evolución. La más frecuente es comprar todos los valores que componen ese índice de acuerdo con el dinero que vaya entrando al fondo. Otro sistema se basa en no comprar todos sino una muestra relevante que garantice el cubrir la evolución de la mayor parte del índice y, por último, la utilización de productos derivados (futuros y opciones) que repliquen el índice de la bolsa, bono o materia prima que se desee.

Cuánto mejor replique el índice que toma como referencia, el fondo cotizado o indexado será mejor, ya que es lo que se persigue. La gran ventaja frente a los fondos de gestión activa es que los costes son menores. No hace falta pagar equipos de analistas y gestores, sino que simplemente se imita la evolución de un indicador, lo que abarata el producto. Además, existe una fuerte competencia mundial entre estos fondos por lo que son continuas las rebajas de comisiones que suelen estar muy por debajo del 1% del patrimonio gestionada anualmente, frente al 2,5% que llegan a cobrar los fondos de gestión activa.

Pero, claro, todo dependerá del acierto o desacierto del equipo de gestores, así como del comportamiento de los mercados que se buscan replicar. Pero, las menores comisiones presentan de por sí una ventaja sobre todo para los ahorradores que invierten a largo plazo donde uno o dos puntos menos de comisión anual se convierten en un 20% o en un 10% de más ganancia a plazos de diez o cinco años.

La principal queja sobre la inversión pasiva o indexada hace referencia a que estos fondos compran de manera indiscriminada un indicador sin preocuparse de si las compañías van bien o mal, favoreciendo modelos de negocio poco atractivos. Eso sí, es cierto que las empresas con problemas acaban cada vez pensando menos en los indicadores y son finalmente sustituidas por otras de mayor tamaño de y de mayor interés por parte de los inversores. Una forma de invertir que está ganando adeptos en todos los países y que ya se igualan con los fondos gestionados de forma activa.