Tal vez el momento actual de crisis económica no sea el más propicio para lanzar una soflama en contra del boom de la deuda de las empresas que alcanza en España los 944.000 millones de euros y se sitúa en los niveles máximos de tres años. Estamos viviendo momentos excepcionales donde los supervisores económicos intentan mirar para otro lado. Además, tipos de interés bajísimos o negativos parece que restan gravedad a la situación, una ventaja que por mucho que perdure sigue siendo coyuntural.

Esta semana, la firma de energías alternativas Abengoa anunciaba una suspensión de pagos en su matriz con una deuda de 6.000 millones de euros (1 billón de las antiguas pesetas), como si tal cosa. Se trata de la segunda mayor quiebra después de la de la inmobiliaria Martinsa-Fadesa. Los bancos se han cansado ya de seguir la fiesta de Abengoa que ellos promovieron y alentaron con sus préstamos.

En España, sobre todo con la llegada del euro y los bajos tipos de interés, se instaló el endeudamiento como una moda en el mundo empresarial que también tuvo sus coletazos entre los particulares cuyas consecuencias se resumen en el pinchazo de la burbuja inmobiliaria con numerosas pérdidas de hogares para miles de españoles que no pudieron hacer frente al pago de las hipotecas.

El fundador y presidente durante décadas de El Corte Inglés, Ramón Areces, consiguió construir un imperio de la distribución sin recurrir al crédito bancario ni a los mercados financieros. Con los beneficios obtenidos por sus tiendas iba expandiéndose al ritmo de sus ganancias. La frase típica de que “no quería trabajar para los bancos” ha perdido todo su valor y sentido. Son muy pocos los empresarios que siguen esta norma, alentados por las propias entidades financieras o por los bancos de inversión que, lógicamente, buscan hacer negocio con su endeudamiento.

Así, además de los propios bancos, el fuerte desarrollo de los mercados financieros en las últimas décadas ha propiciado brutales endeudamientos empresariales. Un buen ejemplo es Telefónica con sus 34.000 millones de euros (casi 6 billones de las antiguas pesetas), mientras la compañía cotiza en bolsa con un valor de 19.000 millones (algo más de 3 billones de las antiguas pesetas). Pero los propios analistas de los mercados favorecen el endeudamiento ya que ven más que aceptable que la empresa tenga una deuda de tres o cuatro veces su beneficio de explotación.

Un negocio boyante para la banca de inversión que aplica cuantiosas comisiones por las emisiones de bonos, pagarés, obligaciones, así como por el diseño de estas operaciones. Los bancos también hacen su negocio habitual con la concesión de préstamos, aunque en numerosas ocasiones se desatiende el riesgo al dar con tanta facilidad tanta liquidez a compañías que a lo mejor no encuentran un destino rentable y seguro para ese dinero.

Afortunadamente, los bajísimos tipos de interés o los tipos negativos de muchas emisiones alivian el problema. También está detrás el Banco Central Europeo (BCE) comprando los bonos de grandes compañías, lo que supone un colchón perfecto para aquellos que adquieran estos títulos e inviertan a ganar por subida de precio (los intereses ya no pintan nada).

La situación es tan dramática que ya se ha acuñado el término de empresas zombies que son aquellas que no podrían sobrevivir con tipos de interés “normales”, tomando como referencia tasas aplicadas históricamente a la deuda. Es decir, con su negocio habitual serían incapaces simplemente de atender los intereses que deben abonar todos los años.

Es cierto que la deuda de las empresas se ha reducido algo desde la crisis de 2008 donde llegó a alcanzar el 120% del Producto Interior Bruto (PIB) de España y ahora se sitúa en torno al 80% del PIB. Pero lo más problemático es que se ha instalado el recurso continuo a los préstamos como forma de vivir y la generosidad de un mundo con tantísima liquidez provoca excesos que tarde o temprano se tendrán que pagar. Una realidad que también aplica a la deuda pública… pero eso es ya otra historia.