La canciller alemán, Ángela Merkel, se despedirá de la vida pública cuando se configure el próximo gobierno que salga de las urnas el próximo 26 de septiembre. Renunció a un nuevo mandato después de 16 años no exentos de complicaciones y retos tanto para su país como para el resto del Viejo Continente. La crisis financiera de 2008, la crisis de la deuda de la zona euro con Grecia y países más meridionales de protagonistas, la salida del Reino Unido de la Unión Europea y, como guinda, la crisis del Covid-19 que paralizó las economías mundiales.

Son días para hacer recuento de una Merkel que ha ido haciéndose flexible a las exigencias de unas economías castigadas por las crisis. A diferencia de los estadounidenses, abordó la crisis de 2008 desde el rigor de los llamados hombres de negro pero fue abriendo cada vez más la mano y con un poco más de tiempo habría acabado aceptando hasta los eurobonos que permiten emitir a todos los países con independencia de su solvencia bajo el paraguas europeo. Sin duda su primera imagen de dama férrea ha ido dando paso a una visión más amable, también forzada por los pactos con los socialdemócratas con los que concluye su largo mandato. Merkel lleva en el cargo desde 2005. Junto con Helmut Kohl, ha aguantado durante cuatro legislaturas.

Julian Marx, analista de la gestora de fondos alemana Flossbach von Storch recuerda que cuando asumió el cargo a finales de 2005, el crecimiento de Alemania era débil. Además, el país había incumplido reiteradamente los límites de deuda del Tratado de Maastricht. La ratio de deuda se elevaba al 67% del producto Interior Bruto (PIB), y no se vislumbraba cuándo dejaría de aumentar. La tasa de paro era elevada con cinco millones de sus ciudadanos engordando las listas. Al mismo tiempo, la economía de algunos países como España y el Reino Unido iba viento en popa.

En su primera elección ya tuvo que hacer coalición con el socialdemócrata SPD y recortar considerablemente sus ambiciosos planes de reforma. Sin embargo, hasta que estalló la crisis financiera, la tasa de desempleo fue descendiendo hasta el 7% aproximadamente. A partir del 15 de septiembre de 2008, con la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, el estallido de la crisis económica y financiera reclamó su atención, explica Julian Marx. Los bancos de todo el mundo se vieron en aprietos. Los nuevos órdenes de magnitud para combatir la crisis se convirtieron en un elemento permanente de los recursos a disposición de la canciller de las crisis: desde la Ley de Estabilización del Mercado Financiero en octubre de 2008, que, con un volumen de 500.000 millones de euros, era la ley más cara de la historia de la República Federal de Alemania.

La economía alemana iba viento en popa en el año electoral 2013 y Merkel ganó con holgura. A partir de esta legislatura, la política económica se centró en la distribución de la riqueza y en la gestión posterior de la crisis del euro: la revista británica Economist llegó a calificar a Merkel de «indispensable» para Europa. En la UE, las ayudas continuaban. Con respecto al tercer paquete de ayuda para Grecia, Merkel zanjó el 17 de julio de 2015 ante el Parlamento federal: se comprometieron 86.000 millones de euros más en pagos del MEDE. Al cabo de unos cinco años –incluidas unas nuevas elecciones y otra gran coalición–, Merkel inició, tras el estallido de la crisis del coronavirus y junto con el presidente francés Emmanuel Macron, el Fondo Europeo de Recuperación «Next Generation EU»: un paquete de ayuda de 750.000 millones de euros de la Unión Europea (UE)  y que ahora estamos en periodo de reparto. En clave interna deja 2,5 millones de parados frente a los 5 millones que heredó en 2005.

Tal vez lo más destacable en el debe de la canciller sea el sector financiero que tiene por delante un proceso de consolidación en el que coindicen todos los analistas. A los problemas reiterados de sus gigantes bancarios como Deutsche Bank y Commerzbank  tras la fusión fallida de estas entidades, se suma la necesidad de reconvertir su extenso tejido de cajas de ahorros.