La campaña para desbancar a Ada Colau de la alcaldía de Barcelona se anuncia de las que hacen época. A falta de un año y medio para las elecciones municipales de 2023 ha comenzado el movimiento de peones contra la alcaldesa de los Comunes que gobierna la ciudad con el PSC y fue elegida gracias al voto de Manuel Valls, aupado al consistorio por Ciudadanos y buena parte de la derecha local que hoy sueña con perder de vista a Colau. Un conglomerado heterodoxo de asociaciones ciudadanas ha convocado para el próximo 21 de octubre una manifestación al grito de  “Barcelona es imparable” que permitirá conocer la capacidad de movilización del anti colauismo.

Ada Colau concita admiración (a veces casi adoración) y rechazo (en algunos casos rabia)  en dosis desmesuradas defendidas por cada bando con vehemencia tanto en el ámbito político como personal. Ángel o demonio, la alcaldesa no forma parte ni del universo independentista, ni milita en el patriotismo barcelonés imperante desde los JJOO del 92, ni ha demostrado ningún interés en empatizar con los tradicionales dirigentes económicos y sociales de la ciudad. Está sola con los suyos siendo estos una amalgama del PSUC de siempre, de la Iniciativa per Catalunya que se abrazó a los verdes, de quienes se entusiasmaron con el discurso de Podemos a partir del 15-M y de los activistas que la conocieron en su actividad previa.

Este apoyo le dio para sorprender a Xavier Trias (CiU) cuando éste aspiraba a la reelección en 2015 y aguantar el tirón de ERC en 2019, pudiendo repetir en la Alcaldía por la incompetencia negociadora de los republicanos, con la ayuda del PSC y el oportunismo de Manuel Valls que prefirió el populismo que él denunciaba de Colau a la opción de un alcalde independentista para la capital de Cataluña. Para 2023, pintan bastos, aun habiendo retirado el gobierno de Sánchez el proyecto de ampliación del aeropuerto que habría provocado un cisma monumental con el PSC, firme defensor de tal ampliación, de consecuencias imprevisibles.

Satisfacción de los barceloneses con Colau

El grado de satisfacción de los barceloneses es del 7,3 según la última encuesta de los Servicios Municipales elaborada hace un año. En aquellas fechas, entrando en la segunda ola de la pandemia, la valoración del gobierno Comunes-PSC era del 5,7, solo suspendía la política de aparcamiento y las grandes preocupaciones eran la seguridad y el acceso a la vivienda. La amenaza de la seguridad, asociada a la falta de autoridad, se ha multiplicado recientemente con la violencia de los botellones de las fiestas de la Mercè y de golpe ha reaparecido uno de los clásicos ciudadanos, la suciedad urbana, impulsando el descontento.

Entre una cosa y otra, sus discrepancias con el sector turístico por el modelo de ciudad (incluida la política hotelera), la apoteosis del “urbanismo táctico” que declara la guerra contra el vehículo privado bajo la bandera de la emergencia climática  (en 2023 se aspira a haber recuperado un millón de metros cuadrados de asfalto) y su resistencia a aceptar proyectos privados de proyección turística y cultural por considerarlos propios de otros tiempos. En 1982 hizo fortuna el título de un articulo de Félix de Azúa en El País, “Barcelona es el Titánic”, en el que denunciaba una tendencia a la decadencia cultural que el autor atribuía básicamente a la política cultural del pujolismo entonces reinante. Los autores del manifiesto del movimiento “Barcelona es imparable” denuncian el desánimo, el grosor y la parálisis de la “ciudad del No” que atribuyen en exclusiva a Colau.

ERC lidera las encuestas

Las encuestas conocidas y las reservadas no permiten pronosticar todavía de forma contundente el futuro de Colau. Hay un triple empate entre ERC, Comunes y PSC, con los republicanos unas décimas por delante y los socialistas unas décimas atrás. La experiencia nos dice que no es suficiente con quedar primero para alcanzar la alcaldía, de ahí que las posibilidades de reelección siguen intactas. Las expectativas de Colau no pasan tanto por su recuperación milagrosa sino por la evolución de sus dos rivales.

ERC surfea feliz en la mayoría de los sondeos y, aunque no ha decidido formalmente, se presume que continuará confiando en Ernest Maragall, ganador pírrico de las últimas municipales. Dado el blindaje existente en los bloques de la política catalana, el principal adversario de los republicanos es Junts, con quien solo comparten el proyecto independentista y la obsesión por vengarse de los Comunes por haber impedido que Barcelona tuviera un alcalde independentista. Cuanto mayor sea la animadversión y la competencia entre ERC y Junts mayores posibilidades de Colau para salvar la alcaldía.

El PSC gobierna con Colau con una mano y con la otra refuerza sus lazos con la Barcelona que añora el maragallismo triunfante. Jaume Collboni ha protagonizado la travesía del desierto en el ámbito municipal y su futuro siempre se antoja incierto, dependiendo el grado de incertidumbre de las posibilidades de éxito que las encuestas vaticinen a los socialistas. No es una situación nueva, siempre habrá un ministro o ministra en las quinielas de alcaldable, dispuestos a dar la puntilla a Colau si se presenta la ocasión.

Y finalmente puede jugar a favor de Colau el proceso de demonización y descualificación a la que le someten sus adversarios sociales y mediáticos. La organización “Barcelona es imparable” es solo la punta del iceberg de los movimientos subterráneos para agrupar la oposición contra las políticas municipales consideradas lesivas para la actividad económica y la proyección de Barcelona. La obcecación de estos actores a partir de unos déficits en la gestión municipal perceptibles solo es comparable con la manifestada contra la tibieza soberanista de la alcaldesa por el independentismo más agresivo en las redes sociales.