Miquel Iceta es el prototipo del político catalán señalado como españolista por los independentistas y de catalanista acérrimo por los españolistas. Este es el hado del PSC desde su fundación, lo que durante un tiempo dio vida a la expresión de las dos almas del socialismo catalán,  algo olvidada desde que una parte del alma soberanista abandonó el partido hace unos cuantos años. Con elecciones a la vista y con la reedición de la enésima polémica de la lengua vehicular en la escuela, o sea la supuesta persecución del castellano en Cataluña, el primer secretario del PSC vuelve a estar en el ojo del huracán por parte de quienes creen que el socialismo catalán debería ser sencillamente la Federación Catalana del PSOE o un aliado fiel de Ciudadanos.

Iceta nunca militó en el ala catalanista del PSC cuando está familia política disfrutó de sus días de esplendor con Pasqual Maragall y Raimon Obiols, aunque ambos líderes siempre mantuvieron ciertas distancia entre ellos. Tampoco ha sido nunca un anticatalanista, a pesar de que en el PSC los hubo y los hay. El primer secretario de los socialistas catalanes es la síntesis del partido nacido en verano de 1978 de la fusión, entre otros, del PSC (Congrès), el PSC (Reagrupament) y la Federación Catalana del PSOE. El joven Iceta procedía del PSP de Tierno Galván y se ha convertido en la figura más ortodoxa del PSC.

Las elecciones autonómicas del 14 de febrero serán muy probablemente sus últimas elecciones como candidato a la presidencia de la Generalitat, a las que concurre por expreso deseo suyo, sin que nadie osara discutirle la decisión. El PSC hace tiempo que dejó de ser una cantera de promesas políticas, tras la crisis desatada por el auge independentista y las dificultades de fijar un perfil catalanista no soberanista, abrazando y abandonando el derecho a decidir en cuanto las bloques se instalaron en la política catalana.

Por unos meses, la alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet. Núria Parlon, pareció ser una alternativa al ortodoxo Iceta, pero tras perder las primarias a la primera secretaria en 2016 y resistir solo unos meses en la ejecutiva federal del PSOE se refugió con éxito en su alcaldía despareciendo de la política catalana. La crisis del coronavirus ha concedido al ministro de Sanidad ,Salvador Illa, un papel relevante, tanto como para que algunos sectores creyeran ver en él una alternativa. Sin embargo, Illa, secretario de Organización del PSC, elegido para el cargo por Iceta, siempre ha negado cualquier aspiración a ser candidato a la presidencia de la Generalitat; al menos mientras Iceta no diga lo contrario.

Para el independentismo no es más que “uno del 155” o el dirigente de una sucursal de partido español, como afirmó hace unos días el presidente en funciones de la Generalitat, Pere Aragonés, imitando al Pujol de los años 80 cuando solo reconocía como interlocutor al PSOE. Tras la salida de los más conocidos dirigentes del ala catalanista, algunos a ERC y muchos a su casa, la presión al PSC le llega por el frente españolista. A Iceta se le critica por su perfil bajo en la batalla contra el independentismo y por su apoyo a la modificación de la ley Wert en lo que hace referencia al castellano como lengua vehicular en todas las escuelas de España, además de recordarle su pacto con JxCat en la Diputación de Barcelona, presidida por la alcaldesa socialista de L’Hospitalet, Núria Marin

El primer secretario del PSC viene defendiendo desde 2017 la necesidad de acabar con la política de bloques para poder emprender la reconstrucción de la política catalana, ciertamente con escaso éxito. Ciudadanos y PP le apremian día sí y día también a conformar un bloque calificado de constitucionalista para hacer frente al gobierno de la Generalitat e intentar ganar las elecciones autonómicas, extremo altamente improbable. Iceta ha negado sistemáticamente esta opción y más bien parece dispuesto a tantear un acuerdo electoral con los pequeños partidos creados por los supervivientes de CiU que no se convirtieron al independentismo y se mantienen en el centro derecha catalanista; maniobra que ya ensayó con Units per Avançar en las anteriores elecciones y que ahora explora con Lliures y LLiga Democràtica.

Este espacio de dimensiones electorales modestas le sería relativamente cómodo al PSC, que de vez en cuando ofrece alguna señal de que quien tuvo retuvo en materia catalanista, defendiendo el indulto para los dirigentes del Procés, citando la experiencia de Canadà respecto de Quebec o apoyando la reforma del Código Penal para modificar el delito de sedición y favorecer el diálogo catalán. Esta desigual coalición, de prosperar, podría ayudar a los socialistas catalanes a recuperar su posición en el tablero parlamentario como tercera fuerza, un objetivo modesto, dados los antecedentes históricos registrados en el cambio de siglo, pero muy ajustados a la realidad de quien solo tiene 17 diputados de 135.  

Al PSC le separa de Ciudadanos y PP su origen catalanista, un obstáculo insalvable todavía, y menos aun cuando revive la polémica por la lengua vehicular en la escuela catalana. El PSC ha sido siempre partidario de la inmersión lingüística e impulsó desde el gobierno catalán, con José Montilla como presidente, en 2009, la vigente ley de Educación en Catalunya (votada por ERC y CiU), en la que se instaura el catalán como lengua vehicular siguiendo el mandato del Estatut de 2006. Ningún tribunal ha puesto en duda la constitucionalidad de la ley de educación ni el PSC ha dado muestras de sentirse incómodo con su vigencia, a pesar de apoyar la flexibilización de la misma parea garantizar que los alumnos dominen con suficiencia el castellano y el catalán en acabar Secundaria. La intervención de Alfonso Guerra en la polémica, perjudicando claramente a los socialistas catalanes, no hace sino retraer al PSC a viejos tiempos.