Durante años, ICV-EUiA fue una organización política reducida a la subalternidad, contentándose con ser el “corrector verde” del PSC, la única salida que encontró para gestionar la derrota histórica del PSUC. Aquel discurso no interpelaba a la sociedad, sino a segmentos sociológicos muy concretos. En 2014, el nacimiento de Guanyem Barcelona, y de Bcomú después, trató de recuperar el protagonismo ciudadano bajo nuevas formas que ya habían sido apuntadas en el 15M: un 99% que debía ocupar la centralidad del tablero político desbordando transversalmente el eje izquierda/derecha sobre el que, de facto, se articulaba la hegemonía del PSC y la subalternidad de ICV. Ese gesto político precisó abandonar las zonas de confort, la gestión de la derrota permanente y comprender la urgencia de una realidad social que no permitía el juego de las ambivalencias.

Bcomú logró un proceso de subjetivación que entrecruzaba, dislocaba y recomponía una multiplicidad de singularidades que ya no encajan en los lugares conocidos hasta entonces. Se presentó como un operador que unía y desunía identidades, que reordenaba los nombres y los lugares. No se trataba, pues, de un proceso de agregación y articulación de individualidades políticas preexistentes, sino de activar una subjetividad post-15M ante la crisis económica e institucional, una nueva sensibilidad popular dispuesta a escuchar nuevas voces y nuevos gestos.

En estos días son muchas las hipótesis que se lanzan sobre la futura composición del gobierno municipal en Barcelona. El gesto de Ada el día después de las elecciones interpelando y proponiendo un acuerdo entre las tres fuerzas progresistas, junto a ERC y PSC, es muy inteligente. Sin embargo, el veto cruzado entre ERC y PSC lo hace imposible. Una segunda opción pasa por un acuerdo entre ERC y Bcomú, las dos fuerzas mayoritarias, asumiendo Ernest Maragall, la fuerza más votada, la alcaldía. Sin embargo, el riesgo de esa operación es altísimo: el lugar de subalternidad histórico como “corrector verde” asumido por ICV, lo ocuparía ahora Bcomú asumiendo el papel de “corrector nacional” de ERC.

Se hace necesario explorar una tercera opción, que vuelva a situar a Ada Colau en la alcaldía, y que permita a Bcomú seguir habitando el lugar de enunciación que conquistó hace años, con coordenadas y retóricas propias. Un gobierno municipal encabezado por ERC volvería a ubicar y encerrar a Bcomú en el reparto simbólico de posiciones de siempre. Pero la potencia de la hipótesis plebeya de Bcomú siempre pasó por distorsionar la batalla política, en estar donde no se le esperaba y no entre posiciones homogéneas, coherentes y ya constituidas previamente. No se puede renunciar al gesto político originario que está a la base de la fuerza de Bcomú: encontrar nombres y descripciones propias para posicionarse políticamente en cada situación.

Es por ello que Ada Colau habría de presentarse en el pleno de investidura como candidata a la alcaldía, con el objetivo de seguir inventando nuevos espacios para ensanchar la democracia e ir más allá de las gramáticas y praxis discursivas del debate en torno a los espacios e identidades fijas que definen ‘lo social’ y ‘lo nacional’. No se trata de ocupar y negociar la pieza de un puzle construido por otros, sino de tener la capacidad de determinar dónde se ubican las demás piezas del tablero, posicionándose no en el centro político, sino en la centralidad de la escena social.

Antonio Gómez Villar, profesor de Filosofía en la UB y en la UAB