La única gran victoria personal y política de Susana Díaz en los dos últimos años ha sido no morir aplastada bajo el peso de las dos abrumadoras derrotas que habrían matado a cualquiera: las primarias socialistas de mayo 2017 y las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, donde la victoria del PSOE fue dolorosamente insuficiente para conservar el poder que el partido había detentado durante 37 años.

En ambos casos, el revés fue doblemente amargo para Díaz por lo que tuvo de estupor para ella y de regalo para sus enemigos. Después de diciembre del 18, todas las apuestas daban por segura la defunción política de Díaz. Ciertamente, todas estaban equivocadas, pero se trató de equivocaciones bien fundadas ya que, según todos los precedentes conocidos, Díaz debería estar muerta: su enemigo interno Pedro Sánchez no solo era el ‘puto amo’ indiscutible del Partido Socialista, sino que además había conquistado por sorpresa la Presidencia del Gobierno mientras ella, también por sorpresa, había perdido la suya.

Lealtad y clemencia

Era cuestión de tiempo, de poco tiempo, que Sánchez se tomara la venganza a la que tenía derecho. La batalla entre ambos dirigentes había sido inmisericorde; el dictamen del público era unánime: solo podía quedar uno. De hecho, así lo dio claramente a entender el secretario de Organización del partido, José Luis Ábalos, al día siguiente de las autonómicas andaluzas en las que Díaz perdió el poder: "Nuestro papel –dijo– va subordinado al éxito de nuestro pro,yecto político (…) abrimos una reflexión sobre los resultados, contribuyendo a una necesaria regeneración del PSOE en Andalucía".

Ferraz le enseñaba la puerta de salida a Díaz, pero esta decidió plantarse. Si querían que se fuera, tendrían que echarla. Pedro ordenó parar la máquina de triturar adversarios y, seis meses después, firmaba con Díaz una suerte de armisticio cuyo términos exactos no se conocen, pero en el que hubo un intercambio satisfactorio para las dos partes: Pedro ofrecía clemencia y Susana garantizaba lealtad.

Bienvenida al purgatorio

Aquel 27 de mayo de 2019, fecha de la reunión mantenida por ambos en Madrid, comenzó la segunda vida política de Susana Díaz. La dirigente andaluza tenía una segunda oportunidad, aunque la gestión de segundas oportunidades nunca ha sido fácil en política: como tantas veces le han recordado desde entonces todas las derechas y parte de las izquierdas, quien había sido implacable antipedrista se vestía súbitamente el traje y la coraza de la más leal de las pedristas.

Perdido el cielo del poder y esquivado el infierno de la decapitación, Susana Díaz transita desde entonces por un incierto purgatorio donde poco a poco va expiando sus pecados, si bien vigilada muy de cerca por los ángeles custodios del pedrismo, por una parte, y por los espectros del susanismo, por otra.

Los primeros han envainado los aceros del pasado y se muestran razonablemente apaciguados, pero no así los segundos, antiguos leales a Díaz que se sienten agraviados por el maltrato personal, institucional u orgánico que consideran que les ha venido infligiendo la secretaria general.

Entre unos y otros, hay una masa importante de afiliados y simpatizantes que se mantienen a la espera: unos piensan que con Díaz nunca recuperarán la Junta y otros creen que tiene derecho a intentarlo.

Díaz siempre tuvo, por lo demás, algo del policía John McClane de ‘La jungla de cristal’, de quien su mujer dice en un momento de la película estar segura de que sigue vivo porque acaba de ver a uno de los malos descargando su ira contra el mobiliario del hotel:

-Sigue vivo.

-¿Cómo lo sabes?

-Sólo John es capaz de cabrear así a alguien.

Muchos en la política –o incluso en el periodismo– pueden decir algo parecido de la secretaria general de los socialistas andaluces: “Solo ella es capaz de cabrearnos así”.

La primera partida

Después de muchos meses de paréntesis, esta semana se ha jugado la primera partida en la que los adversarios internos de Díaz han explicitado abiertamente su oposición.

Lo han hecho en el marco de una reunión institucional de diputados y senadores socialistas andaluces donde las voces críticas no han desaprovechado la ocasión para hacer públicos reproches que venían guardando en silencio desde hace mucho y que no son, por lo demás, del todo infundados en muchos casos.

Al fin y al cabo, al Partido Socialista le está costando no poco encontrar el tono adecuado de oposición a una derecha en periodo de gracia por ser la primera vez que gobierna la Junta y con los arsenales bien provistos merced a los casos ERE o FAFFE y a los 37 años de administraciones socialistas.

A ello hay que sumar la circunstancia excepcional de la Covid-19, que ha estrechado visiblemente el margen de actuación para ejercer una oposición responsable, salvo que se le exija al PSOE de Díaz hacer la misma oposición irresponsable que tan cínicamente ha venido haciendo el PP de Casado.

Las críticas internas a Díaz son perfectamente legítimas y no tienen por qué ser infundadas, pero es discutible que vayan a tener un recorrido orgánico significativo. No al menos de forma inmediata.

Del mismo modo que la Francia republicana acogió con alivio el orden napoleónico tras una década de convulsiones revolucionarias, la mayoría de los socialistas andaluces quedaron exhaustos tras dos largos años de guerra civil y lo último que quieren es volver a ella.

La naturaleza pendular de la política juega a favor de Díaz. Como lo hace el hecho de que para Pedro Sánchez –al frente, pandemia aparte, de un Gobierno siempre al borde del precipicio por el sesgo antisistema de sus socios de dentro y de fuera– tiene un altísimo valor político mantener apaciguada y leal a la federación más poderosa del partido.

La conclusión de todo ello es que, en esta su segunda vida, Susana Díaz tiene tiempo por delante si no para remendar los descosidos internos, sí al menos para acotarlos y evitar que vayan a más. Si no lo hace, su lealtad a Sánchez empezará a cotizar a la baja.