Más allá de las los errores, las injurias, las cobardías y las traiciones, la crisis de Ciudadanos evidencia la dificultad española para afianzar en el mapa político un partido pragmático, transversal, de convicciones liberales pero de baja intensidad ideológica, un partido que no sea el PP ni el PSOE pero, sobre todo, que sea capaz de no ser ni anti-PP ni anti-PSOE.

Inicialmente, la única emoción política identificable en Cs, y que formaba parte de su ADN, era el antinacionalismo, también denominado antiseparatismo, constitucionalismo, unionismo o españolismo.

Adiós al cuponazo

A ese estricto igualitarismo territorial del que su fundador Albert Rivera presumía con jactancia, Ciudadanos se vio obligado, tardíamente de forma inequívoca, a renunciar al incorporarse en 2019 a la coalición conservadora Navarra Suma, con lo que implícita y explícitamente enterró aquella reivindicación original de una financiación equitativa e igualitaria para toda España que Rivera sintetizaba con el ingenioso lema del ‘cuponazo vasco’.

Pero el fracaso de Cs no viene por esa renuncia ante los privilegios de financiación. Al fin y al cabo, se trata de una retirada muy propia de la política y de los partidos, obligados a olvidarse de determinados preceptos para así poder alcanzar otros.

Demasiado a la derecha

En realidad, el fracaso naranja viene de haber trasladado sus emociones de alto voltaje en materia territorial –y solo en materia territorial– a la estrategia política general del partido. De no ser inicialmente ni anti-PP ni anti-PSOE, Cs pasó a militar fervientemente en las filas conservadoras, que ven al Partido Socialista de Pedro Sánchez como un enemigo de la libertad y aun de España misma.

Rivera abrazó esa vía que tanto le está costando a Inés Arrimadas abandonar para regresar al planteamiento original: un partido ideológicamente tolerante, liberal y determinado a arrebatar su papel de bisagra nacional a los partidos nacionalistas vascos y catalanes.

El pecado de Juan

¿Los últimos acontecimientos demuestran que Cs era desde siempre más de derechas de lo que inicialmente soñaron sus fundadores o será más bien que la derechización previa y selectiva de tales fundadores ha arrastrado a todo el partido a derechizarse?

Vayamos a los ejemplos: el Cs y el Juan Marín que pactan con el Partido Socialista la investidura de Susana Díaz en 2015 no eran anti-PP; en cambio, el Cs y el Juan Marín que pactan con el Partido Popular en 2018 sí han acabado siendo desacomplejadamente anti-PSOE. El pecado de Juan no fue cambiar de socio, sino anatematizar a uno de ellos, siempre el mismo y de manera sostenida.

Ese giro a estribor –el mismo que dio a finales de los 80 el CDS de Adolfo Suárez– está siendo letal para Cs. Letal no por girar hacia la derecha, sino por el hecho mismo de girar: si el volantazo hubiera sido hacia la izquierda, el resultado habría sido igualmente fatal.

Cegado por la codicia electoral y obsesionado por hacerse con el premio gordo del sorpasso al PP, Rivera no supo ver lo que tantos vieron y le advirtieron de que lo veían: que su futuro estaba en seguir siendo un partido pequeño pero decisivo; que su futuro estaba en el pragmatismo, no en la ideología, en gobernar razonablemente con Sánchez en 2019, no en demonizarlo infantilmente.

Andalucía, Murcia, Madrid

De haber actuado como se esperaba de él, Cs habría pactado, como así hizo, con el PP en Andalucía frente a un PSOE que acusaba un fuerte desgaste y gravísimas condenas judiciales por la gestión de fondos públicos, pero no en Madrid o en Murcia: en ambas comunidades debió aplicar la misma vara de medir que en Andalucía y aliarse con el PSOE frente a un PP con una mochila repleta de casos de corrupción tras un cuarto de siglo gobernando ininterrumpidamente.

Las deserciones en Cs tras la moción con los socialistas en Murcia evidencia que hay en él mucha gente que es directamente de derechas y que jamás habrían desertado de haberse tratado de una moción de la mano del PP para desalojar a un socialista del poder.

Arrimadas ha intentado reparar en Murcia el error de 2019, pero por ahora no lo ha conseguido, más bien todo lo contrario. Su objetivo era razonable y hasta loable, pero el fracaso ha devorado todo lo que en la operación había de razonable y de loable. En Murcia, Cs no solo ha sido derrotado: ha sido humillado.

Más pequeño pero más fuerte

Solo Madrid puede salvar a Arrimadas y a su partido. Si logran representación en la Asamblea y, como no es improbable, sus escaños son la llave de la gobernabilidad, Madrid habrá compensado con creces el fiasco de Murcia y la formación naranja habrá esquivado el abismo. Si desaparecen en Madrid, todo será mucho más difícil, si no imposible.

Si esta crisis no mata a Cs, lo hará más pequeño pero más fuerte. Sería bueno para el país que así fuera. Lo que no podemos dejar de preguntarnos es si hay, si puede haber el número suficiente de liberales que no sean ni anti-PP ni anti-PSOE en un país sin tradición liberal y donde, por razones a las que la Iglesia nunca fue ajena, la tolerancia política ha sido históricamente muy difícil de practicar porque con la tolerancia pasa como con los pactos, que dos no pueden pactar –ni ser tolerantes– ni si uno de ellos no quiere.