Javier Cercas ha escrito en El País un artículo no del todo contra Galdós, pero casi. Le parece, resumiendo mucho, un novelista sobrevalorado en los últimos tiempos en España y de mucha menor envergadura que los gigantes europeos de su tiempo.

Le ha replicado Antonio Muñoz Molina en un artículo titulado ‘En defensa de Galdós’ que intenta ser justo con el novelista canario, y en verdad lo es, aunque no se preocupa nada de serlo con quienes considera que son injustos con Galdós y a quienes se apresura a meter precipitadamente en el saco del esnobismo:

“Decía Borges en su vejez –comienza Muñoz Molina su artículo– que no darle a él el Premio Nobel de Literatura se había convertido ya en una antigua tradición escandinava. Una tradición española casi escandinava también ya de tan antigua es la de mostrar la modernidad de uno mismo como novelista perdonándole la vida a Pérez Galdós”. 

Pero si injusto es Muñoz Molina con los antigaldosianos, no menos lo es Cercas con los galdosianos adscritos, sostiene, a “una novela española [que] vive el retorno de un realismo didáctico, moralista y edificante” y que el narrador extremeño/catalán no cree “que lleve muy lejos”.

No querría yo, sin embargo, venir ahora a ponerme estupendo ni a posar de equidistante. Advertir la ceguera de uno y la precipitación del otro no me nubla el juicio: creo que Muñoz Molina está más cerca que Cercas de la verdad de Galdós.

Habla Cercas de Galdós como si no lo hubiera releído. Sus reproches me recuerdan a los que, cuando éramos más jóvenes y más presuntuosos, le hacíamos a John Ford, poniéndolo muy por debajo, pongamos por caso, de Joseph Mankiewicz, que nos parecía más moderno, sofisticado, cosmopolita y profundo. Y teníamos razón: era todo eso. Pero, al contrario que Ford, Mankiewicz no era un clásico, aunque tantas veces estuviera a punto de serlo y hasta lo lograra en un par de ocasiones sonadas.

Se diría que Cercas se agarra al peor Galdós para sostener unos juicios que de ninguna manera valen para 'Fortunata y Jacinta', 'Misericordia', 'Miau' o tantos y tantos 'Episodios Nacionales'. El reproche de que “en sus novelas toma casi siempre partido y, preocupado por difundir las causas en las que cree (todas ellas muy encomiables, por cierto), le dice al lector lo que debe pensar, en vez de dejar que sea el lector por sí mismo quien piense”, es una censura que también podría aplicarse sin mayores contratiempos al Tolstoi de ‘Guerra y paz’ cuando habla de Napoleón o al de ‘Hadji Murat’ cuando se refiere al zar Nicolás I.

También ahí el novelista ruso “toma partido” contra sus personajes y “le dice al lector lo que debe pensar, en vez de dejar que sea el lector por sí mismo quien piense”. Pues bien, Javier Cercas, ¿y qué? También en ‘Anatomía de un instante’ se adivina a la legua qué quieres que pensemos los lectores de Adolfo Suárez, Alfonso Armada o Santiago Carrillo. Pero es que nos parece muy bien que lo quieras. Ojalá más novelistas lo hicieran de la forma y con el talento con que tú lo haces.

En defensa de Galdós ha salido Antonio Muñoz Molina, que sí lo ha leído con la empatía literaria con que no lo ha hecho Cercas, que, quizá sin ser del todo consciente de ello, permanecería atrapado en aquella funesta jaula de oro que Valle Inclán forjó para Galdós al llamarlo ‘don Benito el garbancero’. Las expresiones que son particularmente ingeniosas pero no se ajustan del todo a la verdad resultan letales, porque el mucho ingenio que hay en ellas devora a lo que preservaban de verdadero.

Es fácil imaginar a Valle pensándose y repensándose una y otra vez si incluía en ‘Luces de bohemia’ un hallazgo verbal tan milagroso, aun siendo consciente de lo muy injusto que sería ponerlo en su obra. La tentación, ay, era demasiado tentadora. Al final lo hizo: ‘Don Benito el garbancero’. Valle prefirió la literatura a la justicia.

Cercas cree sinceramente que Galdós está muy por debajo de los otros grandes novelistas europeos del XIX. Muñoz Molina, en cambio, lo equipara a ellos y hasta lo pone en más de un momento por encima. A los tres les une, por cierto, un compromiso civil, nacional en el mejor sentido de la palabra, que va más allá de la literatura aunque, por supuesto, en nada mejore o empeore la calidad de esta.

Se diría que Muñoz Molina es más justo con Galdós que Cercas porque lo ha leído mejor y porque narrativamente –estilísticamente, podría decirse abusando bastante– está mas cercano a él, o al menos lo estaba antes de internarse, con más voluntad que acierto, en territorios literarios que no acaban de acomodarse a su indiscutible talento.

Sin embargo, las intenciones literarias –no el estilo, las intenciones– de Cercas están paradójicamente más cerca de las de Galdós de lo que están las de Muñoz Molina, aunque este no le ande muy a la zaga.

Ambos, en todo caso, intentan en sus mejores libros desentrañar determinados hechos y circunstancias personales o colectivas en los que creen ver la cifra de todo un país. Lo que les diferencia: que Cercas es galdosiano sin saberlo, mientras que Muñoz Molina lo es a propósito.