No sería la primera vez que un Gobierno nominalmente de izquierdas acaba devorado por sus alianzas nacionalistas. Le ocurrió al Tripartido presidido primero por Pasqual Maragall y después por José Montilla, que no fueron capaces de privilegiar el relato de las políticas sociales frente al relato de las identidades territoriales.

Configurado por el PSC, los independentistas de ERC y los excomunistas de ICV, el Tripartito fue, a la postre, el peor negocio político que pudieron haber hecho los socialistas catalanes, que todavía no se han recuperado del todo del error estratégico cometido entonces.

En el futuro Gobierno de Pedro Sánchez no hay independentistas, pero la legislatura dependerá completamente de ellos por la mala cabeza del presidente al repetir las elecciones sin tener necesidad alguna de hacerlo.

El riesgo de ser visto como un Gobierno marcado por el eje territorial mucho más que por el eje social se evidenció ayer en la primera sesión del Pleno de investidura, donde casi todos los titulares de la prensa diraron en torno a la cuestión catalana y muy pocos en torno a la cuestión social. ‘Sin mesa de negociación, no hay investidura’ siempre le ganará la partida a ‘subiremos el Salario Mínimo’.

Los tres actores

Los discursos faltones de los portavoces del Partido Popular, Vox y Ciudadanos auguran una legislatura políticamente muy tensa, donde palabras gruesas como ‘traición’ se van a escuchar mucho más de lo que sería deseable no ya en una democracia madura, sino en un país cuya profunda crisis territorial jamás podrá resolverse si en la ecuación final no están las izquierdas, las derechas y los nacionalistas de izquierdas y de derechas.

La Transición fue posible merced al pacto de esos tres actores; los mismos que ahora se precisan para recuperar la concordia hispánica puesta en cuestión por el unilateralismo de convergentes y republicanos catalanes y agravada por la irrupción de la extrema derecha. El entendimiento de hace 40 años fue posible porque todos los actores se traicionaron a sí mismos renunciando a su programa máximo.

El acuerdo entre el PSOE y ERC ha sido posible gracias a que ambos han renunciado a sus programas máximos. Podría tratarse de renuncias meramente retóricas, pero en política la retórica abre más puertas de lo que parece. En política, el hábito hace al monje, de manera que cuando uno se desprende de la túnica del fundamentalismo y se pone el traje civil del pragmatismo acaba sintiéndose cómodo con él.

Un precio aún por fijar

PSOE, Unidas Podemos y ERC: los tres actores principales del acuerdo que hará presidente de Pedro Sánchez corren muchos riesgos, aunque los tres son conscientes de que no podían no correrlos. Los corren con sus votantes y los corren con sus militantes, a cuya posible decepción habría que sumar la segura e implacable presión de sus adversarios, como dejaron bien patente en la primera sesión de investidura.

Pero el mayor riesgo para Sánchez e Iglesias es Cataluña: Cataluña como problema real de muy difícil solución y Cataluña como relato identitario que, como ya le ocurriera al Tripartido, acabe relegando en el imaginario colectivo las políticas sociales y fiscales de izquierdas. El drama para el Gobierno de Sánchez es que si fracasa en la cuestión catalana, sus triunfos en la cuestión social no le servirán de mucho.

A su vez, el éxito o fracaso del presidente va a depender mucho menos de él que de ERC, cuyo regreso a la institucionalidad, por una parte, es todavía muy incipiente y, por otra, tendrá un precio que todavía no conocemos pero que, en cualquier caso, ERC –o, si se quiere, Cataluña– solo podrá cobrar si las derechas españolas están de acuerdo en pagarlo.

Es cierto que la derecha se va a oponer a cualquier modificación del statu quo territorial, pero no es menos cierto que, si tal modificación resulta viable y es aceptada de buen grado por la mayoría de los ciudadanos, el PP de Casado haría lo mismo que hizo el PP de Rajoy con los acuerdos de Zapatero que acabaron con ETA: no tocarlos. Recordemos la secuencia: Rajoy pasó del ‘ha traicionado usted a los muertos’ a gobernar olvidándose de revertir aquella ‘traición’.