Volvamos a las andadas habituales del todopoderoso demagogo Pedro J. Ramírez. Está gozoso porque “rotundas mayorías reclaman que el Estado actúe con firmeza en Cataluña”, según publica hoy en portada ‘El Mundo’. Le fascina pensar que Artur Mas debería ser inhabilitado y el Gobierno autonómico suspendido, en el caso de que el líder de CiU desobedeciera una decisión del Tribunal Constitucional respecto al referéndum del “sí” o “no” a la independencia.

El sondeo de Ramírez está hecho a su medida y enarbolando el fantasma de la amenaza. Se trata, al fin y al cabo, no de buscar vías de entendimiento entre los partidarios de las aspiraciones soberanistas y los partidarios del centralismo, sino de exhibir un poderío contundente por parte del Estado y de la opinión pública española.

Es verdad que Mas y sus aliados no ocultan que quieren irse de España para montar un Estado propio. Pero a día de hoy no han cometido los catalanes nacionalistas ninguna ilegalidad de bulto. Habría por el contrario que exhortar a que se pusiera cuanto antes en marcha un comité de sabios y de políticos solventes que intente encontrar soluciones a un problema que no es sólo de Cataluña, sino también de España.

Conducir este crucial asunto hacia el choque de trenes o de barcos –como dijo Artur Mas hace unos días y, una vez más, de forma irresponsable- produce escalofríos, máxime cuando se observa que el PNV empieza también a recuperar su deriva independentista en Euskadi. Jugar con la amenaza a los secesionistas lo único que consigue es exacerbar los ánimos mutuos. Y, atención, pone en peligro la convivencia de éstos, aquellos y los de más allá.

Ramírez alimenta siempre su ego por encima de cualquier otra consideración. Su planteamiento tiende, en la presente oportunidad de nuevo, a convertirse en un dogma. O, lo que es peor, en una fábrica impresionante de más y más separatistas. El victimismo lo manejan maravillosamente los soberanistas. Insistir como hace Ramírez -de modo persistente- en desprestigiar la cuestión lingüística en Cataluña es básicamente canallesco. No entender esto o es ignorancia o es cinismo.

O ganas de protagonismo a cualquier precio, por lo general al servicio de la derecha y de sus más allegados dirigentes. Cuando a José María Aznar, su amigo de pádel, le ayudó enormemente para que fuera presidente del Gobierno, no le preocupó en absoluto que el milagro lo hiciera Jordi Pujol y, en segundo plano, Artur Mas. En ese tiempo, Pujol y CiU recibieron numerosos parabienes en las páginas de El Mundo. Ahora Pedro Jota quiere meterlos en la cárcel.

Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM