Mario Vargas Llosa falleció el pasado domingo a los 89 años en Lima (Perú), tras convivir durante casi cinco años con una enfermedad incurable que le fue diagnosticada en el verano de 2020. Así lo ha revelado el periodista Martín Bianchi en El País, quien asegura que tanto el escritor como su familia decidieron mantener en secreto su estado de salud, enfrentándolo en la intimidad hasta el desenlace final.

Aunque no se ha desvelado el nombre de la enfermedad —por respeto tanto a Vargas Llosa como a su entorno más cercano—, se ha sabido que, tras recibir el diagnóstico por parte de los médicos, el Nobel de Literatura escribió una carta a sus hijos en la que les hablaba abiertamente sobre su situación y el final que se avecinaba. Este gesto, profundamente personal, sirvió como punto de inflexión para sanar relaciones familiares deterioradas, tras el inicio de la relación del escritor con Isabel Preysler: "Esta carta sirve para sellar una reconciliación que costó muchísimo después de que Mario Vargas Llosa rompiera su matrimonio de más de 50 años con Patricia Llosa para comenzar una nueva relación con Isabel Preysler".

Especialmente con su hijo Gonzalo, que había cortado todo contacto con su padre tras la mediática ruptura con Patricia Llosa y el inicio de la relación del escritor con Isabel Preysler: "Con Gonzalo sí que hubo un periodo en el que no hubo relación entre Mario y su hijo porque hubo muchísimo enfado por parte de la familia por cómo se gestionó el noviazgo. No tanto por la relación per se, sino por cómo se gestionó mediáticamente, pues acabaron enterándose por la portada de la revista ¡Hola!".

El escritor decidió no hacer pública su enfermedad. Pero lo que sí hizo fue hablar y reflexionar sobre la muerte. “Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente. Que venga a interrumpir como algo accidental una vida que está en plena efervescencia. Ese sería mi ideal”, expresó en su momento Vargas Llosa en una entrevista con la BBC

La vida de Mario tras su diagnóstico

A pesar del pronóstico, Vargas Llosa decidió continuar con su vida y su rutina diaria. Mantuvo su disciplina férrea: escribía los siete días de la semana y realizaba una hora de ejercicio diario. Según Bianchi, el autor era plenamente consciente de que no había cura, pero sí tratamiento para retrasar el avance de la enfermedad: "Él sabía que no había ninguna cura, pero sí que existía un tratamiento para postergar la muerte lo máximo posible".

Durante esos años, su familia respetó su voluntad de vivir con discreción y privacidad. Y, aunque durante su relación con Isabel Preysler fue constantemente perseguido por los medios, logró mantener en absoluto secreto sus visitas regulares al hospital. Nadie fuera de su círculo más íntimo supo de su enfermedad hasta su muerte.

Mario Vargas Llosa pasó sus últimos años enfrentando una silenciosa batalla, centrado en su obra, en el reencuentro con sus seres queridos y en mantener viva su pasión por la literatura hasta el último momento.

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