Una vez más, hay que hablar de salud mental. Un tema sobre el que, por otra parte, nadie se cansa de escribir cuando piensa que con sus palabras puede ayudar, aunque sea un ápice, a alguien que lo está pasando mal. Y es que la vida puede dar muchos portazos, pero también se reserva oportunidades, como el que tiene un as en la manga, como quien remonta un partido en el 95, porque también puede ser maravillosa, como diría el genio del periodismo deportivo Andrés Montes

Y esto, que parece tan sencillo de ver a simple vista, no siempre lo es, por lo que resulta imprescindible que entre todos -organizaciones políticas, profesionales y sociedad en generales- redoblemos esfuerzos para seguir rompiendo estigmas y, aunque suene a ciencia ficción, salvar vidas.

4.000 personas se quitaron la vida en 2022

Es cierto que se ha avanzando mucho, al menos en el discurso, pero la realidad se mantiene poco esperanzadora respecto de las personas que sufren trastornos en las conductas y que, en muchos de los casos, terminan por quitarse la vida, a veces sin ser capaces de hacer frente a la vergüenza o el miedo a pedir ayuda. Basta con mirar los datos que se conocen a finales de cada año o principios del siguiente para darse cuenta de que hay que persistir, y es que el suicidio sigue en máximos históricos, de manera que en 2022 fueron más de 4.000 las personas que pusieron fin a su vida de manera voluntaria.

Se trata de una barrera que nunca se había rebasado, a pesar de que este tipo de muertes se mantienen en ascenso desde 2019. Las líneas de más adelante profundizarán en cifras -que, desde luego, no son menores- pero es de recibo empezar hablando de ese “Gran” Pacto de Estado contra el suicidio que históricamente piden desde el gremio, aunque no termina de llegar. Sería un muy buen propósito de Año Nuevo, o un buen regalo que pedir a los Reyes Magos, para quien lo prefiera.

ElPlural.com habla con Javier Urra, psicólogo español que lleva más de 30 años trabajando con niños y adolescentes y que fue el primer Defensor del Menor de nuestro país, para conocer cuáles deberían ser los puntos que tendría que contener ese documento que, si bien no iba a evitar que la gente se quitara la vida, sí que lo “disminuiría considerablemente”. Estos podrían resumirse en cuatro: más contratación de personal, formación del profesorado, transmisión de trascendencia y poner el foco en problemas evidentes que pueden traer aparejada una conducta suicida.

Uno a uno. Hace falta más personal en la sanidad pública -estamos muy por debajo de Europa, con seis psicólogos por 100.000 habitantes- y facilitar la labor a profesionales que de alguna manera y en última instancia podrían evitar un suicidio. “Es fundamental que cuando un médico o pediatra perciba que una persona está teniendo pensamientos suicidas, pueda pasarlo inmediatamente al despacho de al lado, en el que se encuentre un psicólogo”, dice sobre lo primero. “Cuando alguien llega con una enfermedad grave, como pueda ser un cáncer, y lo diagnostican y trabajan a tiempo, pueden salvarle la vida. Pues aquí sucede lo mismo”, ejemplifica.

Respecto de lo segundo, pone un ejemplo muy esclarecedor: los bomberos. “Tienen capacidad para entrar en las casas y evitar que alguien ponga fin a su vida”, explica, a la vez que asume que del total de personas que intentar suicidarse una vez, un 70% prueba a hacerlo nuevamente. “Pero hay un 30% que no. Si ese porcentaje solo lo intenta una vez y no lo consigue, sabiendo que no va a intentarlo una segunda, se puede prevenir mucho”, detalla. Para el otro porcentaje, claramente mayor, incide en la necesidad de un mayor seguimiento personal.

La tasa de suicidios entre los jóvenes, la más alta desde el año 2000

Si hay un tramo de edad que preocupa sobremanera a la hora de quitarse la vida es el adolescente, incluso los niños, también muy afectados por esta lacra, en contra de lo que muchos piensan. El número de jóvenes entre 15 y 19 años que han intentado dejar voluntariamente de vivir ha aumentado en un 41,5% entre 2020 y 2021, y el de suicidios en adolescentes es el más alto desde el año 2000.

Si en 2021 llamaba la atención la alta cifra de suicidios infantiles, dado que murieron por esta causa 22 niños de entre 10 y 14 años, -ahora en esta franja se ha vuelto a los 12- en el momento presente también destacan las muertes de menores de 30 años (descontando las infantiles), que han pasado de 316 a 341 (un 7,9% más). Además, por primera vez en todos los quinquenios por debajo de 30 años, el suicidio supera a las otras dos causas de defunción más frecuentes. De este modo, frente a los 341 suicidios, hubo 320 muertes por accidentes de tráfico y 276 por tumores. Además, se han registrado las mayores tasas se suicidios de la historia, tanto totales (8,85 muertes por 100.000 habitantes), como por sexos (13,34 en hombres y 4,52 en mujeres).

Este porcentaje, prácticamente sin precedentes, se puede disminuir haciendo hincapié en la formación de profesores para que “perciban si un chico está solo”. “Si el profesional de magisterio se da cuenta de que una persona joven lo está pasando mal e inmediatamente tiene personal del ámbito clínico al que contárselo, habremos avanzado mucho”, evidencia.

Enseñar a “no pedir a la vida lo que ésta no te puede dar”

Algo en lo que también insiste Urra, a título más personal y como sociedad, es en la necesidad de crear conciencia, conocido en el gremio como “transmisión de trascendencia”. “Necesitamos una sociedad que asuma que en la vida pasan cosas malas en el trabajo -despidos, incluso que te traten mal-, que hay separaciones, fallecimientos… Todo esto hay que trabajarlo desde la emoción, también con profesionales, porque es parte de la vida, y hay que fortalecer a la gente para que no pueda pedir a la vida más de lo que la vida le puede dar”, expone. Como terapia plantea “ayudar a los demás”: “Ayudar a los demás es una razón de ser. Cuando haces el bien a otros no desaparecen tus problemas, pero sí parece que disminuyen”.

Y, un último punto, aunque el tema da para hablar de otros que pasarían por el excesivo consumo de medicamentos, por ejemplo, relacionado también con los asuntos aquí tratados, sería el de la “evitación en lo posible de las conductas de riesgo”: “Sabemos que hay una relación directa con el suicidio y las drogas o la ludopatía, por hablar de dos puntos determinados. Vayamos ahí”.

En consecuencia, un Pacto de Estado “no evitaría el suicidio”, pero “´sí lo disminuiría considerablemente”. Recuerda en estos términos que él fue uno de los firmantes del Pacto de Estado contra la Violencia de Género. “Y claro que no han dejado de asesinar a mujeres, pero sí que el número de asesinatos ha bajado considerablemente”, celebra.