Algunos lo consideran el Boris Vian de la literatura española, para “los actores invisibles de la sociedad”, como él define a los olvidados del sistema, se trata de un trabajador social comprometido con la violencia de género y el maltrato infantil. Lo cierto es que en poco tiempo este escritor ha logrado dar a conocer un universo literario donde las historias no terminan en su imaginación sino en lo que cada lector asume. Su nueva obra es un juego de posibilidades donde un personaje llamado Carlos A decide intercambiar su vida con otro sujeto denominado Carlos B. Con estas piezas sobre la mesa, el autor llevará en junio su literatura el 21 a Barcelona, el 22 a Madrid y el 28 a Sevilla.

¿Cuál es la identidad de Carlos, o debería preguntar quién es Carlos?

Carlos podría ser José Acevedo. El escritor de Identidad podría llamarse también Carlos Acevedo, o Antonio, o Manuel, o Lucía, o Elena… Es decir, se trata de un prototipo de persona que, situado en un espacio-tiempo, observa la realidad e interacciona con ella. Podría ser cualquiera de nosotros situado en cualquier ubicación geográfica en el año 2018, que interacciona con otras personas, con otros Carlos, con los que habla, con los que comparte, con los que intercambia experiencias, pensamientos y sentimientos. Porque lo que nos sucede a nosotros como individuos no es algo excepcional, aunque la vida en sí misma sí lo sea, sino que le ocurre a otra persona por el hecho de serlo en cualquier otro universo. Por eso Carlos A, puede ser a la vez Carlos B, o C, o D. Todos somos Carlos en tanto espectadores de una realidad concreta que nos rodea. Dejaríamos de serlo, en la medida en que nos podemos aislar del mundo, pero entonces dejaríamos de ser persona, para convertirnos en otra cosa, incapaces de disfrutar y experimentar de un tiempo concreto en el que nos convertimos en los verdaderos protagonistas.

¿Es la identidad algo que le preocupa como autor o le despreocupa?

Tal vez lo única que me preocupa es la identidad, el cómo soy, el cómo puedo ser, en cómo interacciono con las demás identidades. La vida, como aventura en unos lugares determinados y en un tiempo finito, requiere de protagonistas capaces de dejar un sello personal. Esa huella es la que nos hace seguir avanzando con plenitud, pero, para ello, siempre es necesario mirarse a sí mismo, no dejar de ser uno mismo, con la única limitación de la identidad del otro. Es una reivindicación de la vida, por encima de estereotipos impuestos, de valores imperantes, donde la persona puede llegar a convertirse, o puede comportarse como realmente cree, desde la libertad personal. El azar es convertible por medio de la libertad, siempre y cuando sepamos que el único límite es la otra identidad con la que interactuamos. Todo lo demás es vivir la vida de los otros, dejar de ser nosotros mismos.

¿Por qué esta novela es tan extraña?

Si por novela extraña entendemos no convencional, Identidad puede considerarse como tal. Entiendo por una novela convencional aquella con un principio y un final, donde la trama sigue un proceso lógico, temporal y definido.  Pero el hecho de no ser así obedece al propio sentido de la novela, de búsqueda, de hacer participar al lector en la definición de lo que pretende encontrar en ella, de reescribirla si quiere. Nuestra existencia tiene una temporalidad en tanto que es progresiva en el tiempo, pero deja de ser convencional en tanto que es intermitente, porque vamos dando tumbos en función de los propios avatares a los que debemos enfrentarnos. Si a esta búsqueda constante de nosotros mismos, unimos un lenguaje que pretende jugar con el lector, una serie de imágenes que pretenden ilustrar ese juego, un desnudarnos frente a la realidad para ver nuestra interioridad permanente, pues podemos concluir que Identidad es extraña, como lo es la propia vida. Sorpresiva, de momentos, de visiones, de encuentros, de desencuentros, de cuestionamientos, como empezando a cada momento, aunque hayamos cumplido los cuarenta o los cincuenta años, de cambiar de camino. Debemos recordar siempre una cosa, nos ponen en una realidad sin unas instrucciones de uso, afortunadamente, montamos y desmontamos la estructura creada hasta creer conseguirlo.  Al final del camino que hayamos recorrido, solo nos queda el recuerdo, si no lo perdemos, y la satisfacción de haberlo intentado. Todo lo demás es aburrido.

En su novela pareciera que su lector tuviera varias opciones, como si la historia se bifurcara y fuera el lector quien tuviera que decidir, ¿fue esa su intención desde un inicio?

Por supuesto, la vida es una elección. Si somos meros espectadores, viviremos la vida de los otros, de los verdaderos actores, de los que tienen claro qué quieren ser de mayor, de los que gozan de su libertad y de sus sentimientos. Nos sitúan en un mundo impuesto, con un cuerpo determinado, pero con la capacidad de ir transformando esos espacios para adaptarlos, en alguna medida, a nuestra forma de pensar y sentir. Un lector es una persona con esa capacidad para pensar y sentir, interpretar y vivir a su forma. Un lector puede ser Carlos A o Carlos B, elegir su camino, pero debiendo saber una cosa, cuando opte por una de las opciones, debe ser consecuente con el camino elegido. O nos quedamos con lo que la mayoría espera de nosotros, o empezamos a construir el camino con el que realmente nos sentimos identificados. La vida es un juego de interacción entre nosotros mismos y los demás. La literatura debe ser un juego de interacción entre nosotros mismos y el escritor. Un libro nos viene dado, pero podemos hacer de él otro libro. Podemos dejarlo tal cual, o podemos reescribir su final. Es la literatura que me interesa.

¿Se ha encontrado alguna vez con otro José Acevedo?

De esa forma comienza la idea de esta novela. Sí es cierto que los otros José Acevedo con los que me cruzado en la vida lo eran desde un punto de vista físico. Mi cara debe ser algo convencional, porque muchas veces me han parado por la calle confundiéndome con otra persona. Incluso la novela comienza preguntándole a mi madre por una fotografía mía de pequeño, cuando realmente no era mía, sino de mi hermano. Otra vez estuve a punto de abordar a un chico en la calle, al comprobar el enorme parecido que tenía conmigo. No lo hice entonces. Después escribí esta novela.

Tal vez mi vida ha sido siempre una constante búsqueda, no solo de mí mismo, sino también de otras personas José Acevedo. Metamorfosis es eso, la posibilidad de búsqueda, de transformación, de acercarse a un modelo con el que identificarse. En eso ando como José Acevedo, y espero tardar mucho en encontrarlo, porque en el momento que lo haga, puede que el sentido de la vida, que es la propia búsqueda y recorrer el camino, dejen de tener sentido.

Me han dicho que José Acevedo es el Boris Vian de la literatura española, ¿es eso cierto?

Boris Vian plantea toda su arquitectura vital como una búsqueda constante, como un juego para la consecución de un solo fin, la supervivencia. Así construye fábulas maravillosas que nos hablan de amor, que nos desmitifica y se burla del poder, que se mofa del carácter absurdo del ser humano, que construye maravillosos artefactos para viajar en el tiempo, que incluso inventa su propio lenguaje, porque todo es un juego, con un solo fin. Ese es Boris Vian, de la misma forma que José Acevedo puede compartir con él esa misma visión de la vida, pero con otro fin, no solo un instrumento de diversión personal, sino hacer visible una serie de realidades anónimas de personas que no son capaces de levantar la voz: de personas solas, de personas que sufren una enfermedad mental, de personas que sufren por la violencia de otras personas, de personas desposeídas de un ser querido. Ese sufrimiento humano está latente en toda mi literatura, como una forma de llamar la atención sobre los verdaderos problemas de nuestras sociedades contemporáneas. Se trata de una introspección, pero sin olvidarnos de que no vivimos solos, alrededor nuestra hay otros actores, invisibles, que merecen también nuestra atención.