Seguramente sea así. Seguramente, a la honradez y la corrupción solo las separe, a menudo, la oportunidad. Que se haya presentado la ocasión de cometer un buen desfalco. Puede que sean dos atributos con mucho de circunstancial. ¿Hasta dónde nos lleva el ansia de poder? ¿Quién nos ha metido en esta espiral de ambición?

Cuatro primos y dos destinos, que son dos caras de una misma moneda. La tensión entre la España vacía, de la que tanto se habla últimamente, y la España urbana del pelotazo, con todas sus promesas de doble filo. La vuelta al origen, cosa que siempre ha dado juego en la ficción teatral, que se lo digan al Pinter de Regreso al hogar o al Williams de Un tranvía llamado deseo. El dramaturgo Pablo Remón y su compañía La Abducción manejan estos elementos para servirnos, una vez más y apenas un mes después de triunfar con El tratamiento en el Teatro Kamikaze, otra obra aspirante a marcar época en nuestro teatro, como ya vienen siéndolo casi todas las de este equipo: Los Mariachis, esta vez en Teatros del Canal, donde este grupo escénico debutó con 40 años de paz.

De nuevo, una pieza muy anclada en diálogos brillantes, que absorben los giros de lo coloquial y un humor ácido que une al autor a nuestra tradición esperpéntica de Azcona o Berlanga. Y es que Remón ha elegido hacer un teatro contemporáneo parecido al arte de aquellos, buceando en la experiencia doméstica y política de las décadas recientes de nuestra historia. Por cierto, sin grandes despliegues tecnológicos, en contraste con otras corrientes de nuestras artes escénicas.

Intimismo y trama social en Los Mariachis, donde el autor, como hizo en El tratamiento, juega con la polisemia en el título para sugerir ya el eje argumental: un mariachi es, en la jerga financiera, cada uno de los testaferros necesarios para montar una SICAV y tributar menos. Pero, en este montaje, Los Mariachis también da nombre a la peña de la infancia de un hombre. El montaje se apoya de nuevo en estupendas interpretaciones, sobre todo la de Israel Elejalde, que encarna a un político en decadencia dejando muchísimo carisma sobre el escenario, entre otros actores como Luis Bermejo o Francisco Reyes, que, como otra constante del teatro de Remón, ejercen de narradores de su propia historia, con mucho lujo de detalles y capacidad de ambientación. Todo esto, unido a una escenografía llena de significado y un juego de flashbacks o saltos temporales, nos hace imaginar, hasta con ternura, la vida íntima de un corrupto, su forma de pensar y operar sabiéndose en contra de la ley y la ética. Su soledad y vértigo al verse atrapado. Y hasta la sabiduría que nace de la derrota.