Un tratamiento es la prescripción que se sigue para aliviar una dolencia. Aunque en la jerga de la industria cinematográfica, la palabra se refiere a las vueltas que se le da al guion de una película antes de que quede lista para rodarse. Y la propia escritura puede resultar, en sí misma, una herramienta con la que complacerse fantaseando sobre lo que uno podría haber sido más allá de lo que es, y con la que preservar en negro sobre blanco los momentos que se nos escapan, lo efímero que tiene la vida.

Con esta triple polisemia como cimientos ha apuntalado su nuevo montaje Pablo Remón (Madrid, 1977), que con media docena de títulos en los últimos cinco años (entre ellos, La abducción de Guzmán, 40 años de paz o Barbados, etcétera, que en breve se repone en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares), y creando su propia compañía, La_Abducción (que en mayo estrenará su nuevo montaje, Los mariachis, en los Teatros del Canal), se ha convertido ya en uno de nuestros dramaturgos más interesantes. Y a la vez, está desarrollando una sólida carrera como guionista de cine en la que ha recibido reconocimientos como el premio al mejor guion en el Festival de Málaga, la medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos (por Casual Day, escrita junto con su hermano) o un emotivo mensaje de Nathalie Poza cuando ésta recogió su Goya a la Mejor Actriz 2018 por No sé decir adiós, cuyo guion corrió a cargo de Remón. “Fue muy generosa al agradecerme haber escrito ese personaje, sobre todo porque lo construyó ella, en gran medida”, recuerda el artista.

La difícil industria del cine español

En El Tratamiento, la obra con la que estos días triunfa en el cartel del Teatro Kamikaze, el autor y director ha creado una sátira metaficcional sobre el lado más desconocido de su oficio. “No es autobiográfica, pero me he inspirado algo en mis propias experiencias, para intentar reflejar la puerta de atrás del cine, su lado más industrial. Yo he tenido mucha suerte y los guiones que he escrito, en general, se han llevado a la gran pantalla, pero no es la norma. Levantar una película es muy complicado, requiere mucho dinero y son procesos muy sometidos al azar. Por ejemplo, No sé decir adiós solo se pudo rodar ocho años después de escribirse”, explica Remón, que ha sabido recrear, serpenteando entre la risa y el dolor, el esperpento de ciertos personajes típicos de la industria cinematográfica, de la mano de un elenco de cinco actores (Ana Alonso, Francesco Carril, Bárbara Lennie, Francisco Reyes y Emilio Tomé) que dan vida a más del doble de personajes. “Varios de ellos son de la compañía La Abducción, pero con Bárbara Lennie es la primera vez que trabajo, y creo que ha dejado ver una vis cómica menos habitual en ella y que se le da muy bien”.

Desde la óptica de Martin, un guionista y profesor de guion (como lo es Remón en la ECAM) que intenta realizar su sueño de rodar una película sobre la guerra civil, el dramaturgo aborda cómo se retroalimentan la ficción y la realidad, cómo nos servimos de la primera para completar la segunda, que tanto nos transforma y frustra con el paso del tiempo. “Para mí, escribir y contar historias tiene algo de terapéutico, es una especie de tratamiento para afrontar el paso del tiempo y entender el mundo”. 

Diálogos brillantes y entre géneros

Marca de la casa, no fallan unos diálogos que son pura naturalidad, ni el contexto generacional, las referencias a nuestro tiempo reciente: el gobierno de Aznar, una infancia vivida en la etapa del felipismo… “Me cuesta escribir en abstracto, creo que una historia siempre tendrá un contexto que incida en los personajes, y eso incluso ayuda a conocer algo más ciertos episodios de nuestro pasado”. En lo dramatúrgico, hibrida teatro y cine, “he utilizado una especie de caja como escenario para ofrecer una idea visual de fragmentación, evocar que la creación de un guion supone engarzar muchos elementos”, y la pieza maneja recursos del cine como el flashback o la voz en off.

Director vs guionista, ¿lucha de egos? Los guionistas no suelen llevar bien que un director les recorte su texto, quizá por aquello que dejó dicho Billy Wilder, que un buen guion basta para hacer una buena película. “No creo que esto sea cierto, también se dice que el mejor guion es el que no se nota en la película, porque está bien integrado en los elementos que la forman. En mi caso, entiendo perfectamente que un director economice mi texto en beneficio del ritmo de la cinta. Yo mismo, en teatro, reescribo constantemente durante los ensayos, soy poco respetuoso con mi propio material porque me gusta adaptarlo a los intérpretes y explorar con ellos todas las posibilidades de un papel”.

Remón tiene experiencia también como director de cortometrajes, y ponerse el pelaje de director “me ha cambiado mucho como guionista. En casa, cuando escribes, todo es posible, pero hay que adaptarlo a la realidad del rodaje”, confiesa. El pasado enero, los guionistas del cine acudieron, convocados por el sindicato ALMA, a reclamar sus derechos laborales y más reconocimiento para su gremio. “No soy una persona muy gremial, porque hago otro tipo de trabajos, pero por supuesto estoy de su parte, las condiciones de los guionistas no son fáciles en el cine español”, expresa Remón.

Autor y director: Pablo Remón. Escenografía: Mónica Boromello. Iluminación: David Benito. Intérpretes: Francesco Carril, Bárbara Lennie, Ana Alonso, Francisco Reyes, Emilio Tomé. Vestuario: Ana López.  El Pavón Teatro Kamikaze. Madrid.