Una de las cualidades casi mágicas del teatro es la de traer a la vida personajes de hace siglos. Célebres protagonistas de aventuras y vidas apasionantes con los que cualquier historiador desearía dialogar.
Por eso los madrileños estamos de suerte, ya que hasta el 3 de febrero podemos visitar en el teatro Fernán Gómez a uno de los personajes más asombrosos de todo el siglo XVI. Hablamos de Francisca Pizarro Yupanqui, revivida magistralmente por Gloria Muñoz quien junto con el genial Julián Ortega (cumbre en su papel) recrean un encuentro, más que probable, entre esta curiosa dama y Tirso de Molina.
Francisca Pizarro como habrán podido imaginar era hija del conquistador extremeño Francisco Pizarro y de la princesa incaica Quispe Sisa. Pronto ganó fama de ser una joven culta y refinada, de bellas facciones y la encarnación misma de la mezcolanza de ambos mundos.

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¿Qué visión tendríamos de Francisco Pizarro si su historia nos hubiese llegado por medio de su culta y refinada hija?

La princesa mestiza, como fue conocida, hubo de vivir siendo una niña la sanguinaria muerte de su padre que con más de veinte cuchilladas le dejó desamparada pasando de mano en mano, oculta en conventos y casas de parientes.  
Sin embargo, la aparición de su treintañero tío Gonzalo Pizarro hizo que el papel de aquella niña cambiase para siempre. Gonzalo como hombre de acción que siempre fue, ideó un plan ambicioso como pocos, casarse con su sobrina y fundar una nueva monarquía, ni virreinatos, ni consejos dependientes de la corona española, directamente un nuevo reino del Perú plenamente legalizado si se casaba con la jovencísima Francisca, que al fin y al cabo era heredera del gran marquesado de la Conquista y única descendiente de la casa real incaica.

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Gonzalo Pizarro (jinete central) primer esposo de Francisca dibujado por Guaman Poma de Ayala

Estos planes, hicieron que la Corona y el Consejo de Indias tomasen cartas en el asunto y desplegasen sus influencias para ejecutar a Gonzalo, no sin antes anular el matrimonio con Francisca aludiendo a la consanguineidad (tiene guasa que el papa anulase este matrimonio por ser tío y sobrina y no el del emperador Carlos casado con su prima Isabel de Portugal).
A su regreso a España en 1550, Francisca terminó casada con otro de sus tíos, Hernando Pizarro, convirtiéndose ambos en los principales herederos del linaje Pizarro y los pleitistas número uno contra la corona a quienes ganaron en no pocas ocasiones recuperando la fortuna que por ley les correspondía.

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Busto de Francisca Pizarro en el palacio del Marqués de la Conquista (Trujillo) junto con uno de los muchos documentos en los que luchó por los derechos de su linaje
Pese a la enorme diferencia de edad Francisca se adaptó con tal pericia al matrimonio que llegó a tener cinco hijos con su tío y aunque esta rama de los Pizarro acabó en esa generación, Francisca supo continuar su vida tal y como lo había hecho siempre… como le dio la gana.
En 1581 cuando tenía cuarenta y siete años y era una de las viudas más acaudaladas de Madrid decidió saltarse a la torera todos los convencionalismos sociales  para casarse un aristócrata bien posicionado y con bastantes años menos que ella, Pedro Arias Dávila Portocarrero.
En estos últimos años se le acusó de dilapidar su fortuna (como si no tuviese derecho a hacerlo) aunque en realidad hay un dato que lo desmiente. En el archivo parroquial de la madrileña iglesia de San Sebastián hay un documento en el que se dice que el 30 de mayo de 1598 a la muerte de Francisca Pizarro se donó dinero suficiente como para 2.000 misas por su alma. Al tiempo que se encargó darle sepultura en la Trinidad, que por proximidad se deduce que podría ser el convento de la Trinidad Calzada (en la actual calle Atocha).
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Vista en maqueta del convento de la Trinidad Calzada en el siglo XIX

Su tumba por lo tanto estará perdida, pues de aquel edificio nada queda, pero sí permanece la huella de Francisca Pizarro en la historia y no solo por la mención que Tirso de Molina le hace en la obra de teatro Amazonas en las Indias, ni por el palacio de la Conquista en Trujillo del que ella misma fue mecenas, ni siquiera pasará la posteridad por la infinidad de pleitos que aun se conservan en los archivos y que dan buena cuenta de la tenacidad de esta mujer.
Si no por ser la princesa, que siempre que pudo, hizo lo que le dio la real gana.