Disfrutar de la música se ha vuelto inasumible para una buena parte del público en todas sus vertientes. Los desorbitados precios que la industria ha establecido sobre el sonido de cualquier artista con un considerable puñado de seguidores diluyen cada vez más el sentido original de una experiencia que ya hemos asumido como necesaria para cualquiera. A ello, se suman unos modelos de consumo voraces que siguen las lógicas del capitalismo tardío, cuyos tentáculos han irrumpido de pleno en la cultura en general, y con especial ahínco en la musical. El rumbo que han tomado los circuitos mainstream pasa, obligatoriamente, por ser un bien de consumo cada vez menos accesible para los paladares que pretenden recrearse con ellos.
A su vez, el medio más recurrente para consumir música, las plataformas digitales (especialmente Spotify por su masificación), han generado un caldo de cultivo que facilita estas dinámicas. Se ha aceptado la dictadura de un algoritmo que perpetúa este modelo de consumo acelerado, complica el descubrimiento de nuevos artistas, impulsa la creación de contenido ajeno a la música y establece sobre ella un aura de desechabilidad que va en contra de su propia naturaleza. Hay diferentes frentes en los que este fenómeno puede notarse.
La tiranía de los festivales
En primer lugar, los festivales, lugar de encuentro para millones de fans, se han vuelto con los años un lujo más propio de una élite de usuarios que un punto recreativo de ocio al servicio de la cultura. El sector, con más de 800 de estos encuentros concentrados en España durante los meses de verano, ha maximizado sus beneficios conforme los precios al público se volvían cada vez más abusivos.
En torno a este panorama, surge la dicotomía capitalista por antonomasia: cuánto más riqueza se genera, más precarizada es la maquinaria que la sostiene. En este caso, hablamos también de los trabajadores que hacen girar la incansable rueda de los festivales durante los meses de verano, los “jornaleros” del mainstream.
En la misma línea, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ya interpuso una denuncia ante las autoridades por prácticas abusivas y demás irregularidades que se dan en los festivales al aire libre, como cobrar a los asistentes por salir del recinto si después quieren volver a entrar, establecer elevados precios en los puestos de comida sumado a la prohibición de llevar alimentos propios o canjear dinero por fichas del festival como método de pago.
Los precios de las entradas, más elevados que nunca
A su vez, tal y cómo apuntaban los datos de 2023, los precios de las entradas tanto de los conciertos como de los propios festivales aumentaron en un 37% con respecto al año anterior en nuestro país. Según el Observatorio de Música en Vivo en España, que maneja cifras de las plataformas de venta online como Ticketmaster, el coste medio de una entrada para un concierto fue de 80 euros frente a los 58 que costaban en 2022.
Los promotores reciben de por sí la ayuda del bono cultural y no hacen más que subir los precios (to lo contrario a hacer accesible la cultura)... Luego los festivales igual cada año más caros, carteles menos potentes, consumiciones más caras haciendo pagar por todo... https://t.co/4rcq1Bf5fT
— Manu Soto (@manusoto1997) December 20, 2024
Adicionalmente, durante el último año, hemos seguido siendo testigos de cómo hasta los propios artistas que se jactan de pertenecer a un entorno obrero y encargarse de difundirlo en sus canciones, y que una vez consiguen cierto estatus dentro del gremio, no titubean a la hora de vender sus entradas más baratas entre los 50 y 70 euros. La música en directo se convierte, así, en un bien de lujo más al que no demasiados pueden acceder, algo que también les juega una mala pasada a los artífices, que entran de lleno en el circuito de la viralidad y la fama efímera al desconectar con la realidad económica de su propio público.
La especulación con los vinilos y CDs: Un problema de mercado
Otro de los debates que pueden tenerse al respecto de este asunto es el de la especulación con los vinilos y CDs en los mercados de segunda mano y reventa. En ocasiones (la mayoría), los artistas independientes editan tiradas limitadas de música física, ya sea por imposibilidad económica para hacer tiradas de mayor tamaño o por intentar conferir una sensación de exclusividad a su producto. Con este telón de fondo, algunas personas se aprovechan de la situación y revenden a precios desorbitados estos productos. En la música urbana española, este fenómeno ha ocurrido recientemente con vinilos como el de Istmo (Dano, 2019), Last 2 People On Earth (Ébano y Louis Amoeba, 2020), y La Espalda del Sol (Diego 900, 2023), entre otras muchas obras que han experimentado este mismo fenómeno. Discos que el artista vende en origen a 35 o 40 euros, y que alcanzan los 200 o 250 en la reventa en portales como Vinted o Wallapop.
La necesidad de adquirir un disco en concreto y la imposibilidad de adquirirlo por vías normales, como podría ser una reedición, lleva a algunas personas a pagar precios desorbitados a otros particulares que se aprovechan de estas situaciones, fomentando la especulación y haciendo que ciertas obras se conviertan prácticamente en inaccesibles para el público en su versión física, a pesar de ser proyectos recientes. Ni que decir tiene que la música en cuestión también suele estar disponible en las plataformas digitales, pero poseer un vinilo de tu artista favorito, además de preservar el romanticismo y la magia de los formatos clásicos, es algo con lo que muchas personas fantasean, ya sea por apoyo al creador, por coleccionismo o por el sentimiento de pertenencia a un fandom.
La solución a este problema es sencilla: no comprar un disco en reventa si su precio es tan elevado. Es preferible no adquirirlo que darle alas a las personas que se benefician de la escasez para multiplicar por cuatro o cinco veces el precio de venta de un álbum, y sólo así podrá evitarse el continuismo de estas prácticas. Otra solución es la reedición de los productos precisamente para evitar esta escasez, pero esta vía carga en los propios artistas la responsabilidad de evitar la especulación. Si un artista no quiere o no puede permitirse hacer una reedición, no tendría que tener la obligación de hacerlo para evitar que algunas personas vendan sus productos por mucho más dinero del que lo vendieron ellos originalmente. Tiene que ser el público el que actúe de manera responsable, algo que ha de pedirse especialmente en espacios culturales fuera de los circuitos mainstream.
💽 La compraventa de vinilos se nos ha ido de las manos, la especulación es una enfermedad -de las muchas- que dañan la industria musical
— 𝕲𝕽𝕴𝕹𝕯𝕴𝕹’ (@GRINDIN_Radio) December 19, 2024
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La 'tiktokificación' de la música y la sobrerreacción
Los modelos de consumo salvaje e hiperacelerados han irrumpido en la cultura y se han convertido en los responsables de los fenómenos anteriormente expuestos. La música, al ser un bien tan necesario y apreciado, hace ganar cantidades ingentes de dinero a los estratos más elevados de su industria, desde los que se fomentan, precisamente, dinámicas de consumo que perpetúan estos patrones, construyendo una suerte de pescadilla que se muerde la cola y que cada vez va a más. Esta hiperaceleración del consumo también puede verse en otro aspecto no necesariamente económico: la 'tiktokificación' de la música y la sobrerreacción.
En los últimos años, TikTok se ha llenado de creadores de contenido que basan su presencia online en reaccionar a canciones y álbumes. Lo que a priori puede parecer algo no dañino y divertido de ver al apreciar la ilusión de los reaccionadores, termina mutando en un efecto muy negativo para la cultura: el florecer de un ecosistema de contenido desechable, alejado del reposo, y que lejos de dar visiblidad al artista y a su contenido, puede llegar a convertir su obra en una parodia de sí misma si la manera de afrontar esa escucha es excesivamente hiperbólica.
Dar la primera opinión de todas. Demostrar que estás viviendo el momento más que nadie. Ser el primero en demostrar que has escuchado algo que acaba de salir. Hacerlo desde una perspectiva exagerada, hasta el punto de aventurarse a la hipérbole antes de que haya dado tiempo a terminar una sola escucha del nuevo proyecto. Todo ello se ha convertido en el pan de cada día de las redes sociales, y es fruto de la citada hiperaceleración del consumo cultural. Sin desmerecer la ilusión de ninguna persona y entendiendo perfectamente cómo funcionan las redes sociales al ser los autores de este análisis personas que llevan años en ellas, es importante recuperar el reposo y la actitud crítica para que la música ni se convierta en un meme, ni se escape de las manos en las que tiene que estar verdaderamente: bajo el control de los propios artistas y puesta a disposición del público, especialmente en los circuitos alejados del mainstream.