Mientras apuro el tercer café del día, me viene a la mente por enésima vez el mismo pensamiento recurrente: se me va la vida. Puede parecer una afirmación excesivamente tremendista teniendo en cuenta que tengo apenas veintiséis años y aproximadamente dos tercios de mi existencia todavía por delante, pero tengo las mismas razones para pensarlo que las que tengo para considerarme un gilipollas equivocado por tener esa visión de las cosas. Procederé a explicarme.

Todo, absolutamente todo, está atravesado por dos cosas. La primera, el sistema y sus exigencias y condiciones, y la segunda, la capacidad humana, entendiéndola como lo que una persona puede llegar a abarcar, a soportar, a experimentar durante el transcurso de su vida. Ni que decir tiene que el día a día está completamente sometido a los designios del capital, porque la alternativa a venderle ocho horas diarias de tu tiempo a un patrón es morirte. Eso da para otro artículo en el que clamar a la revolución, no lo haré en este, pero me sirve un poco de percha para introduciros a esta exégesis de la vida.

Tomarte una cerveza con tus colegas, leerte un libro, darte un paseo por la tarde o quedar con la chavala que está empezando a gustarte son cosas que dependen, enteramente, de la disponibilidad que te permita el curro. Y no solamente el curro, sino sus consecuencias, como lo cansado que estés un determinado día o lo poco que puedas estirar tu precario sueldo si el mes empieza ya a apretar. Estar montado en la rueda del sistema es completamente agotador por sí mismo, no estoy descubriendo el fuego con ello, pero es especialmente frustrante por otro motivo: porque te hace perderte la verdadera potencialidad de las cosas.

Personalmente, me entra un agobio inexplicable al pensar que voy a ser incapaz de escuchar toda la música del mundo, incapaz de leer todos los libros que quiera, de ver todas las películas que me apetecen, de disfrutar todo lo que me gustaría de mis padres o de mis amistades, por una mera cuestión de tiempo físico. Es ahí donde entra la capacidad humana de la que hablaba antes: somos seres caducos atados a un reloj de arena que ya está girado y que no va a detenerse, y del cual se nos roba una buena porción todos los días.

Somos seres caducos atados a un reloj de arena que ya está girado y que no va a detenerse

Hasta el hombre más vivido del mundo, el más culto, el que más sabiduría acumula, es un necio en comparación con la potencialidad que le otorgaría vivir más años, haber tenido más tiempo o no haber estado atravesado por unas condiciones concretas. Todos estamos condenados a vivir en un 'y si' constante. ¿Y si no tuviera que trabajar? ¿Y si no tuviera que luchar contra este cansancio? ¿Y si no hubiera sufrido tanto a lo largo de mi vida? Probablemente, florecerían mejores versiones de mí, ¿verdad? Aunque la verdadera pregunta es, a mi juicio, cuánto mejores podrían ser las cosas si no estuvieran atravesadas por estas pesadas lanzas. Aunque creo que puede intuirse, hay tres cosas que me aterrorizan especialmente: el stablishment, el paso del tiempo y la muerte. El primero, por ser el culpable del tablero de juego en el que nos toca bregar a la mayoría. Del segundo me estoy encargando de despotricar en este texto. Y del tercero, porque no concibo desaparecer para siempre y no poder volver a sentir, a ver, a tocar. Quizá esa sea una de las razones por las que me gusta escribir: por dejar un legado cuando mi tiempo se acabe.

El tiempo es lo más valioso que tenemos, y perder la potencialidad de la vida es un auténtico drama para una persona que está tan viva como yo. Otro de mis espacios de pensar, además del tercer café, es cuando voy fumando por la calle escuchando música. Es en esos trayectos cuando más humano me confieso: la vulnerabilidad se apodera de mí como un torrente imparable y me pone frente a este espejo del que ahora estáis pudiendo leer unos pocos renglones. "Tío, te vas a morir y no te va a dar tiempo a nada, y ni siquiera es tu culpa".

Leer más. Escuchar más música. Ver más películas. Ir a más sitios de viaje. Hacer más deporte. Estar más tiempo con mis amigos. Dedicar más tiempo a descansar, al esparcimiento, a disfrutar de la vida. Todo ello sería posible si no estuviéramos profundamente atravesados por el sistema y por la versión de nosotros mismos que el sistema hace que adoptemos. Por otra parte, y como inciso, también me considero una persona muy nostálgica: le tengo mucho miedo a que lo que ya he vivido y experimentado no vuelva, y si lo hace, sea en versiones menos intensas y valiosas que las primeras. Los colores ya no se sienten tan vivos como cuando uno era pequeño y todo tiene un velo decadente que se acrecenta con el paso de los años. Poco a poco, vamos sufriendo pequeñas derrotas que nos alejan de lo que hemos venido a hacer a este mundo, que es vivir y ser felices, sin tener tantos yugos, ni condicionantes. Pero ¿cómo lo vamos a ser si estamos tan limitados, tanto por factores personales como exógenos? La vida, macho. Se vive y se pierde todos los días.

Ser consciente de las limitaciones humanas me parece hacer un ejercicio brutal de honestidad que me aterra y me gusta al mismo tiempo. Algunos podrán tomar esta reflexión como un mensaje muy catastrofista, triste y pecador de realismo; otros, como un empujón para entender la importancia de no olvidarse persona. El tiempo es oro. Se acaba. Muérdelo y aprovecha la vida todo lo que puedas, que se va entre jornada y jornada de trabajo.

boton whatsapp 600